La primera Casa de Socorro
En 'La València Olvidada' indagamos en la historia del refugio de la Guerra Civil de la calle Serranos, con un pasado completamente distinto a lo que podríamos pensar
La València Olvidada: la primera Casa de Socorro
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València
Nos acercamos a la calle de Serranos frente al número 25, que corresponde a un refugio de la Guerra Civil, construido en el año 1937. Sin embargo, no vamos a hablar de la guerra, ni de un refugio, que antes de ser rehabilitado para visitas, fue almacén de plátanos. Sino de lo que hubo aquí antes, mucho antes de la guerra…
Antes de la guerra estaba la Casa de las Ollas, pero ojo, porque la tienda de las Ollas de Hierro, fundada en 1793 por un caballero francés, no es lo mismo que la Casa de las Ollas, que funcionó en este punto. La popularmente conocida como Casa de las Ollas, era el sitio donde estaba la cocina donde se preparaba la comida de los presos de las Torres de Serranos. Hasta el año 1888, mientras las torres fueron prisión, aquí se cocían los chuscos de pan y se preparaba cada día el rancho que se llevaba en un carro hasta la guardia carcelera. Y en este edificio, encima de las cocinas, es donde nació el famoso poeta de la Renaixença, don Teodoro Llorente Olivares, fundador del periódico Las Provincias.
Sin embargo, de lo que hablamos es de la fundación de la primera Casa de Socorro de València. Que se estableció en el entresuelo del edificio que había aquí, en Serranos 25, encima de la Casa de las Ollas, cuando la familia Llorente se marchó, sin duda harta de los aromas de potaje de garbanzos que debían subir desde la planta baja. En todo caso, el entresuelo de ese edificio, que era de propiedad municipal, se destinó, en 1879, como sede de la primera Casa de Socorro que tuvo Valencia…
Hablamos de la primera Casa de Socorro de València, que fue inaugurada por el arzobispo, el alcalde, un montón de concejales y las damas de la Asociación para el Socorro de los Heridos, una entidad benéfica presidida por la marquesa de Casa Ramos. La inauguración, el 18 de junio, fue muy solemne: la calle estaba enramada de murta desde San Bartolomé, y aquí enfrente tocaba alegres marchas la banda de música de los bomberos. El prelado bendijo el local y el alcalde accidental, el señor Borso di Carminatti, pronunció un bonito discurso, como promotor que había sido de un servicio muy moderno y necesario en la ciudad. Don Francisco de Paula Alapont, el primer médico voluntario que tuvo la Casa de Socorro, estaba presente, con sus ayudantes, aventajados estudiantes de Medicina, también voluntarios. Después del discurso, se repartió entre los asistentes ejemplares de los Estatutos del nuevo servicio municipal y no se descuidó el detalle de servir un espléndido lunch a todos los asistentes.
Está claro que una casa de socorro en un entresuelo no era muy práctico, puesto que allí llevaban a la gente herida: muchos de ellos no podían andar… Allí se tenían que dirigir los heridos en reyertas, los que se caían en la calle, los atropellados por un carro o un tranvía de caballos; incluso los heridos por arma de fuego que no daba tiempo de trasladar al Hospital… Y sí, fue relevante observación del entresuelo. Podemos leerlo en los periódicos del día:
“Se hubiera deseado, para mayor conveniencia de los heridos, que la nueva casa de socorro se hubiera establecido en piso bajo; pero se han hecho los medios posibles para salvar de algún modo ese inconveniente, reconstruyendo la escalera del piso entresuelo, que viene a ser ahora más ancha y de más suave pendiente”.
Pero no había otro local municipal disponible, ni más presupuesto. Bastará decir que las camas preparadas, dos para hombres y dos para mujeres, en salas separadas, más la cama para el médico de guardia y todo el ajuar, fueron aportaciones de la Asociación de Damas, con el fin de que al Ayuntamiento le costara muy poco montar un servicio tan especial.
El Ayuntamiento, siempre falto de recursos, también era muy reacio a gastar en novedades que muy pocas ciudades españolas tenían. Piensa que el nuevo servicio municipal incluso tuvo la previsión de “atender”, por así decirlo, a todos los borrachitos que eran detenidos por la ciudad. “En el piso bajo –dice la reseña de prensa inaugural-- hay un cuarto para los que sean recogidos en estado de embriaguez, pareciendo bien que de este modo se guarde la separación conveniente entre aquellos y los demás socorridos”.
Otras 'casas de socorro'
En el año 1897 la casa de Socorro de Serranos atendió nada menos que 1.490 casos, urgencias de todo tipo. Y al año siguiente, bastantes más. En una ciudad que podríamos llamar muy “traumática”, con caídas, resbalones, accidentes laborales a montones, atropellos y apuñalamientos, el de la calle de Serranos fue un servicio muy solicitado, que pronto hubo que completar con otra Casa de Socorro situada en la Glorieta. Cuando empezó el siglo XX funcionaban tres, la tercera situada en el Grao, para los accidentes del puerto y la enorme industria del barrio. En 1904 se unió la de Ruzafa y más tarde se añadió la de Museo, más el dispensario-hospital municipal de la plaza de América, esquina a Navarro Reverter.
Cuando deja de prepararse la comida a los presos de Serranos, en 1888, el edificio municipal siguió dando de comer a los presos de San Gregorio –donde está el teatro Olympia--- o San Agustín. Construida la Cárcel Modelo, el ayuntamiento pasó el presupuesto de pan y rancho a la Casa de Caridad, en 1923. Fue entonces cuando atendió a las muchas alertas por la ruina del edificio, que finalmente se acordó derribar en 1932. De modo que, al llegar la guerra civil y empezar los bombardeos, ese fue uno de los primeros lugares que el Ayuntamiento convirtió en refugio, porque tenía un solar disponible y céntrico.
También hay que decir que me he dejado para el final las tarifas. Porque la Casa de Socorro de Serranos, la de 1879, daba atención gratuita a los “pobres de solemnidad, pero no a los que dispongan de recursos para satisfacer los correspondientes honorarios”. O sea que una visita corriente, si no eras muy pobre, te costaba una peseta; un reconocimiento cinco; curarse de una herida no penetrante dos pesetas; y si la puñalada había penetrado de verdad, te costaba un duro. En fin, que todo estaba tarifado: luxaciones, fracturas, hernias, inhalaciones y corrientes eléctricas, en un cuadro de tarifas que llegaba hasta las 500 pesetas, una fortuna enorme, si se trataba de una “operación grande”, una buena amputación, por ejemplo. Todo eso, sin contar con que los precios se doblaban si uno iba a la Casa de Socorro a partir de las diez de la noche.
Aunque, ¡qué maravilla!: con una tarifa específica, los médicos podían ir a los domicilios de los pacientes… algo que en el siglo XXI recordamos con mucha nostalgia.
Texto: Francisco Pérez Puche.
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Quique Lencina
Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...