La València olvidada: el incendio de barracas de 1875 (por Paco Pérez Puche)
Nos encontramos en la plaza de Nuestra Señora de los Ángeles; junto con Santa María del Mar y San Rafael, esta iglesia forma el trío de piezas clave de la religiosidad de los barrios marineros de València y de su Semana Santa

La València olvidada: el incendio de barracas de 1875
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València
Ya que estamos aquí, podríamos hablar del faro, del primer faro que tuvieron los pescadores de València… Sí señor: el puerto está relativamente lejos, pero en esta plaza hubo un faro, hay quien dice que más antiguo que el del puerto.
Mirad los que vengáis alguna vez a esta plaza y visitéis la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. A la derecha de la puerta principal, el templo tiene una hermosa torre. Pero la izquierda no es igual: hay un principio de torre, hay una elevación, pero enseguida se termina la construcción con una pequeña cúpula.
Pues bien, ahí, donde está esa torre truncada, se ubicó el faro de los pescadores, una luz de señalización, con su modesta linterna, que desde 1849 guio durante muchos años a los pescadores del Cabanyal. Porque los pescadores tradicionales, las barcas de vela, no iban a dormir al puerto, sino que se depositaban en la playa o en almacenes y cobertizos cercanos a la arena. Es la razón por la que este faro, aunque no era muy alto, les servía para orientarse a la hora de regresar a la playa del Cabanyal porque emitía una luz visible a nueve millas.
Es curioso que la iglesia tiene una torre nada más. Y es que la parroquia, en la época de construcción del faro, no tenía torres. Y cuando se mejoró su aspecto general, a principios de siglo lo que se hizo fue levantar la torre de la derecha, la del lado del mar y dejar un cupulín donde estuvo el faro.
Incendio de barracas del Cabanyal
Pero en realidad vamos a hablar una tragedia que ocurrió aquí mismo hace ahora 150 años…
Se trata del terrible incendio de barracas del Cabanyal del año 1875, que arrasó un barrio entero, unas doscientas viviendas, y dejó varios muertos y unas 300 familias sin hogar.
Las barracas, ya lo sabéis, son de cañas y barro. Tenían el techo trabado por vigas de morera y cubierto de vegetación seca, concretamente dos clases de hierbas de las zonas húmedas, el borró y la mansega. El fuego ha sido siempre su principal enemigo. Y en la historia del Marítimo de València ha habido muchos incendios, digamos menores. Y dos incendios grandes, terribles: el de 1792, y este, del que se cumplen 150 años, el del 30 de mayo de 1875.
Sobre las once de la mañana de ese día, en la barraca llamada de La Llegua, de la calle de San Ramón, la abuela de la familia estaba preparando el fuego de mediodía en el patio cuando el fuerte viento de poniente envió unas chispas a la cubierta de su barraca. La catástrofe fue tan tremenda como rápida: se prendió el techo de la barraca y a partir de ahí, como si fuera en un bosque, el viento propagó chispas y llamas a las casas vecinas. En calle de San Ramón ardió una, pero en la acera de enfrente ya fueron tres. Y así ocurrió en la calle del Sol, Soledad, Reina Amalia, San Nicolás…
Son las calles del marítimo actual, paralelas al mar, bautizadas ahora como José Benlliure, Progreso, Barraca, Reina… El fuego fue avanzando en forma de abanico, empujado por el fuerte viento de poniente hasta llegar a la calle de la Alameda, que es la que entonces daba frente al mar, en la playa del Cap de França. En ese tramo, el fuego arrasó casi todas las barracas, más de quince, y solo dejo intactas las tres o cuatro que estaban más al norte. La última que se quemó, sobre las cuatro de la tarde, fue la bautizada como La Fustera.
Con los medios de 1875, era imposible de combatir ese fuego, la verdad. Los bomberos usaban entonces bombas de vapor o manuales para lanzar agua por mangueras o jeringas. Pero la potencia de esas máquinas era infantil comparada con las modernas. El barrio, entonces, formaba parte de Poble Nou de la Mar, un municipio independiente de València, que tenía una bomba y un par de bomberos. También vino una del puerto mientras la ciudad de València envió la suya. Podéis imaginarla, con los caballos al galope por la avenida del Puerto y haciendo sonar la campana. Fue todo bastante inútil porque las barracas ardían como el papel. Y lo peor es que murieron una niña y su abuela, mientras los bomberos salvaron heroicamente a otra niña, con graves quemaduras…
Hemos de imaginar la impotencia de todos: bomberos, guardia civil del puerto, policía, marineros duros que veían como su casa ardía en medio de aquel infierno. Y en medio de eso, una orden tremenda que dio el gobernador: hacer un cortafuegos. Derribar barracas, varias casas con sus enseres, para abrir un despeje para que el fuego no continuara.
Hubo que recurrir a lo que se tenía a mano: las parejas de bueyes de la pesca del bou. Eran los bueyes que sacaban a la arena las pesadas barcas de pesca… Pues bien: se trajo a esos enormes toros, tantas veces pintados por Sorolla, y se les hizo estirar de cadenas y sogas por parejas. Con esos cabrestantes se fue cortando a ras de tierra, segando las barracas y todo lo que contenían, incluido los muebles y el ajuar que las pobres familias no pudieron sacar a tiempo.
Una gran desgracia, tan mala o peor que una inundación. El incendio afectó a 187 solares con más de 200 barracas y, como ya he dicho, a unas 300 familias, que se quedaron sin casa y a las que hubo que socorrer. Afortunadamente, el gobernador civil, que estuvo muy activo en todas las tareas iniciales del incendio, redactó enseguida un bando, pidiendo ayuda a la población; el día 9 de junio ya se habían reunido 111.780 reales. El Rey mandó 12.000 reales y la princesa de Asturias, seis mil. València respondió muy bien, fue solidaria. Se recaudaron fondos y la Sociedad de Amigos del País impulsó la construcción de casas para los damnificados. Una de las iniciativas destacables fue la del marqués de Campo, el banquero dueño del ferrocarril, que promovió unas casas prototipo del futuro, viviendas modelo hechas de ladrillo…
La barraca valenciana, tan típica y adorable, era una casa de pobres. La casa del labrador o el pescador que no tiene recursos. Era modesta y estaba hecha con las manos, con elementos que la huerta y la Albufera daban gratis: cañas, palos, barro y borró. Tras el incendio de 1792 ya hubo normas de las autoridades para que las barracas se cambiaran por casas de ladrillo seguras. Pero el cambio lo hizo quien pudo hacerlo: gente que iba a más, gracias a un tallercito o una tienda. El que se hacía con recursos porque tenía al fin su propia barca. Por eso, a lo largo del siglo XIX vemos que las filas de barracas se alternan, de vez en cuando, con una casa de ladrillo… ¡que tampoco era una mansión, cuidado! Tras el incendio que ahora hemos contado, el de 1875, las autoridades siguieron impulsando la transformación. Que llegó poco a poco y sobre todo de la mano del turismo.
Cuando se puso de moda veranear en el Cabanyal, a principios del siglo XX, sobre todo gracias a la mejora de los tranvías eléctricos y del trenet de vapor, es cuando los “veraneantes ricos” de València construyeron, poco a poco, casas de ladrillo que fueron sustituyendo a las barracas. Es ese proceso de relevo y transformación, que ahora llamamos gentrificación… y que ha existido toda la vida.
Texto: Paco Pérez Puche
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Quique Lencina
Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...




