Utopía histórica

Palencia

En estos días se conmemora la muerte del dictador Francisco Franco. Una muerte que, 43 años después sigue dando de qué hablar. Hay personas que añoran su legado y, otras muchas, entre las cuales me encuentro, que ni por asomo.

La sublevación ilegal que se produjo en julio de 1936, y que derivó en una cruel guerra civil que duró casi tres años, trajo consigo muchas víctimas, de toda índole y condición. Tanto en un bando como en el otro se produjeron desmanes brutales y salieron a la luz las más bajas miserias y ruindades de las personas. Las guerras, además de los muertos y heridos producidos en las batallas, tienen estos efectos “colaterales”. No hace falta más que fijarse en cualquier conflicto bélico actual para darse cuenta que la naturaleza del ser humano se envilece hasta grados extremos en estas tragedias.

Evidentemente, tras la contienda, el bando ganador extendió este sufrimiento durante más tiempo y alcanzó a muchos otros que, sin haber hecho nada malo, se vieron sometidos a juicios sumarísimos, a maltratos físicos y psicológicos y a largas condenas con trabajos forzados. Además, los derechos más básicos de toda la ciudadanía se vieron cercenados.

Los adalides de esta época pregonan que en los casi 40 años de dictadura se lograron muchos avances para la sociedad. No son discutibles, pero la pregunta no es esa, sino ¿hubiera habido más o menos conquistas de haber habido en España una democracia?

Yo estoy convencido de que el retraso económico y social con el que nos incorporamos a la Unión Europea en 1986 habría sido mucho menor. También lo demuestran los 40 años que lleva vigente la Constitución Española, que ha permitido que sea el periodo más fructífero para toda la ciudadanía en todos los aspectos.

La Constitución, que seguro que es imperfecta y hay que mejorarla, se basó en un principio básico, la concordia entre todos los españoles, con el fin de evitar volver a revivir épocas de triste y amargo recuerdo. Este espíritu creo que se está perdiendo y no es bueno para una convivencia pacífica y democrática.

No cabe duda que hay que resarcir a TODAS las víctimas. Tanto las de un bando como las de otro y, por supuesto, a las que durante 40 años padecieron la persecución del régimen dictatorial. Pero hay que hacerlo de forma consensuada, con luz y taquígrafos, evitando revanchismos y supremacías y aportando los recursos económicos necesarios para que nadie se quede sin la oportuna contraprestación. También para los que en su día se vieron obligados a emigrar y, aún hoy, no han podido regresar.

Me parece adecuado establecer un delito de enaltecimiento de la dictadura, al mismo nivel que el delito de enaltecimiento del terrorismo. Son dos caras de la misma moneda ya que buscan, a través del terror y la fuerza, alienar a las personas y eliminar los derechos fundamentales. Hay que tomar cartas en este asunto y ser inflexibles con todas las manifestaciones radicales, ya que si no la sociedad se fragmentará y podemos reproducir hechos como los vividos en España en el siglo XX. Fue Cicerón quien dijo que” la historia es la maestra de la vida”.

Para no volver a caer en los errores del pasado, estamos obligados a legar a nuestra juventud un país con todas las heridas restañadas, libre de intolerancias de izquierda o derecha, en el que predomine el consenso en la toma de decisiones y se respeten a todas las personas.