Los Olcades: misterios y leyendas de los antiguos habitantes de Cuenca
Pueblo hospitalario y guerrero, vivieron en el actual territorio de la provincia conquense entre los siglos VI y I a. C.
Cuenca
No hay muchos datos históricos sobre los Olcades. Algunas fuentes los ubican como un pueblo celtíbero que habitó el sur del Sistema Ibérico y la cuenca del Júcar entre los siglos VI y I a. C. Tribu hospitalaria pero de fuertes guerreros, su cultura nos llega a la actualidad envuelta en leyendas y ritos. En el espacio Misterios Conquenses, que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, hemos aportado más datos con Sheila Gutiérrez y Alberto Muñoz.
Los Olcades: misterios y leyendas de los antiguos habitantes de Cuenca
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Sobre el siglo VI a.C. los Olcades, un pueblo indoeuropeo de origen celta, se asientan sobre el territorio que hoy ocupa la provincia de Cuenca. Crearon Althía, su principal ciudad, lugar tomado por Aníbal en el 221 a.C. en su expedición desde Cartago Nova a Salmántica y Arbocala. En los últimos años se ha creado en la localidad conquense de Alconchel de la Estrella la asociación Ciudad de Althía para potenciar el estudio de un yacimiento arqueológico de este pueblo.
Los Olcades fueron un pueblo rico en costumbres y creencias, lo que fascinó incluso a los propios romanos. Llevado a su desaparición por diferentes motivos, entre otros por una contaminación cultural y social que les hizo anexionarse a otros pueblos. Eran gente guerrera, capaces de plantar cara al mismísimo Viriato, líder de la resistencia romana. Leales, hospitalarios, trabajadores, tenían unas aptitudes que les llevaron a ser rifados por otros pueblos asombrados por sus capacidades. Los Olcades eran poseedores de conocimientos mágicos que traducían en rituales a la Madre Tierra, en forma de agradecimiento o sacrificio.
Creían que la muerte no era el final y que el más allá tenía cabida en su interior. Los hallazgos de sus necrópolis desvelan ese tinte esotérico asociado también al agua, a los pozos, y a Airón, dios del inframundo.
Los Olcades era una tribu, un pueblo, una etnia de la que se tiene muy poca información, la que hemos podido extraer del libro tercero de Polibio, historiador griego, el primero que escribe una historia universal. Describe a Los Olcades como un pueblo íbero, en los que el territorio ocupado se hace un poco difuso, sin poder concretar con exactitud. Según los estudiosos sobre este pueblo, lo podríamos localizar entre las fuentes del Guadiana y del Tajo, Norte de Albacete, Sur y Serranía de Cuenca y Valle del Júcar. A esta tribu se le han adjudicado las ciudades celtíberas de Caesada, Segóbriga, Valeria, Laxta y Ercávica.
Existe la hipótesis de que quizá no fueron ellos quienes construyeran esas ciudades, si no que se asentaran al lado de ellas o convivieran con los pobladores de estas, ya fueran para mejorar el pasto de su ganado, o por riquezas, posiblemente vendiéndose al mejor postor, motivo por el cual creemos que al anexionarse a otras tribus como por ejemplo carpetanos, oretanos, edetanos no se tenga demasiada información acerca de ellos.
Se trataría de comunidades con costumbres y modos de vida cotidianos, pero con una jerarquía gubernamental llamada “jefaturas complejas”, tipo de organización sociopolítica en la que una figura de autoridad controla algunas funciones administrativas en una sociedad, siempre destacando su carácter guerrero. Lo que en ocasiones les causó disputas y reyertas por estar en desacuerdo con este mandato totalitario y casi dictatorial.
Sobre el s. I a. C. asumen la escritura ibérica con adaptaciones al sistema fónico celtíbero, apareciendo los primeros textos en esta lengua en las téseras de hospitalidad halladas en algunos yacimientos. Se trata de pequeñas tablillas de bronce o plata en la que se establecía un pacto de hospitalidad entre pueblos o personas. Esta tablilla, que normalmente tenía forma de animal estaba constituida por dos partes similares que al unirse encajaban formando la pieza completa. Una mitad se la quedaba el anfitrión y la otra se la llevaba el visitante. Cada mitad estaba llamada a cumplir una función de contraseña o de identificación cuando, el huésped visitara de nuevo a su antiguo anfitrión. Esta tésera era heredada de padres a hijos, de forma que el pacto de hospitalidad seguía vigente generación tras generación.
Los Olcades fueron el objetivo en el 221 a. C. de la primera de las campañas cartaginesas destinadas a ampliar su control a los territorios del interior peninsular. Debido a que Asdrúbal el Bello, político y general cartaginés, había sido asesinado por un esclavo de su líder, el rey Tagus, motivo por el que el ataque cartaginés revistió la operación con un objetivo claro de castigo y Althia fue saqueada, causa que casi lanzó a los Olcades a ser totalmente influidos y trasformados a la cultura ibérica.
Solían vestir con ropas de lana gruesa tejidas por las mujeres, prendas que según los últimos estudios se asemejarían a cuerpos de animales, como cabras y corderos, lo que no sabemos si era por respeto y agradecimiento por abastecerles de alimentos o quizá por facilitar el trabajo y cuidado diario con dichos animales.
Los Olcades utilizaban a diario los orines para lavarse el cuerpo y los dientes, y lo hacían para evitar infecciones, como antiséptico, también para tratar enfermedades de la piel. Costumbres y creencias que despertaron curiosidad y admiración. Los hemos descrito como guerreros, pero su mayor virtud era la hospitalidad, la amistad y el gran conocimiento sobre temas orientados al campo de las energías y el esoterismo.
Era un pueblo que siempre se construía en territorios cercanos al agua, conocedores de su poder espiritual. No olvidemos que estamos hablando de que en su origen sus creencias eran celtas. Las aguas de los ríos, las rocas, los árboles, las montañas tuvieron un poder mágico y sobrenatural.
Se ubicaban cerca de manantiales, donde realizaban sus rituales, rodeados de naturaleza en los que se podían dedicar en cuerpo y alma a la verdadera madre de la creación. Tenían creencias religiosas conectadas con el mundo de la naturaleza, donde tenía cabida la existencia de seres mágicos relacionados con la fertilidad de la tierra, la vida y la muerte.
Casi en todos los hallazgos de los asentamientos de los Olcades se han encontrado, en las afueras, necrópolis con enterramientos y urnas cinerarias, por lo que podemos deducir que realizaban rituales de incineración, conectadas a las ideas de inmolación con fuego, tal como Taranis, dios del paganismo céltico. El dios del trueno, de la luz, representa el ruido, la destrucción, la fuerza sobrenatural de las tormentas. Y el cielo, la rueda cósmica que simboliza el ritmo de las noches y de los días, el universo en su globalidad, la noción de infinito.
La importancia de tener una fuente de agua dentro o en las inmediaciones de las necrópolis podría estar relacionada con la creencia en Airón, un dios indígena que estaba arraigado en Hispania antes de que los romanos emprendieran su conquista. Este dios, cuyo culto fue respetado por los romanos, se relaciona con aguas profundas ubicadas en pozos y lagunas, en simas, por lo tanto hay una relación directa entre Airón y el inframundo. Airón ofrece un doble aspecto, positivo y negativo, la cara y la cruz de la misma moneda.
En su aspecto positivo, Airón es el dios de la vida, pues del inframundo emerge el agua, fuente de vida y la vegetación. Y en su vertiente negativa, Airón se nos manifiesta como el dios de la muerte, el pozo de agua inagotable o la laguna insondable, son una metáfora en el que el canal que comunica el mundo de los muertos de donde no se puede salir, con la tierra habitada por los hombres y con el cielo donde se suponía que moraban los dioses.