Ocio y cultura
Francisco Umbral

La visión de Cuenca del escritor Francisco Umbral y una tertulia conquense en Madrid

Recuperamos el ambiente de las sobremesas en el Mesón Tormo que durante muchos años regentó el conquense Joaquín Racionero Page en el madrileño barrio de Las Vistillas

Joaquín Racionero sirve la cena al jurado. Umbral pidió una botella de vino y una manzana. / Teresa Grande. Archivo de José Vicente Ávila

Cuenca

José Vicente Ávila trae esta vez al espacio Páginas de mi Desván, que emitimos cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, el recuerdo de una tertulia literaria conquense en Madrid y la grata experiencia de formar parte de un jurado de conocidos escritores para fallar el I Premio de Cuentos “Ciudad Encantada”, convocado en el año 1988 por Joaquín Racionero Page, a través de su Mesón Tormo, situado en Las Vistillas, muy cerca de la iglesia de San Francisco el Grande, que era como un “rincón conquense” de la gastronomía y la cultura de la ciudad y de la provincia, por el que pasaban famosos conquenses o castellano-manchegos para recibir el galardón del diminuto Tormo Alto.

Aquel jurado estaba formado por los escritores Francisco Umbral y Meliano Peraile y los periodistas y también escritores Raúl del Pozo y César Alonso de los Ríos, además de la entonces redactora de El Independiente, Emma Sueiro, y la excepcional presencia del propio José Vicente Ávila que formaba parte de la redacción del semanario Gaceta Conquense.

La visión de Cuenca del escritor Francisco Umbral y una tertulia conquense en Madrid

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“Tengo que agradecer a Joaquín Racionero Page que en aquel momento incluyese en el jurado a un representante de la prensa conquense, entre aquellos escritores y periodistas que yo admiraba, pues sólo conocía a Raúl del Pozo, de mis comienzos en Diario de Cuenca, con Ángel Ríos como director, allá por 1970”. Explica José Vicente Ávila. “Es justo reconocer la gran labor que tanto Joaquín Racionero, como su esposa Teresa Grande, llevaban a cabo durante años en aquel peculiar mesón que daba nombre al Tormo de la Ciudad Encantada, en pro de divulgar la cocina conquense más genuina y realizar tertulias culturales en torno a Cuenca y sus gentes, entregando ese preciado trofeo a personajes como Buero Vallejo, Nieva, Segundo Pastor, Luis Ocaña, Camacho, José Luis Coll, Mari Carmen y otros tantos personajes. Allí sólo se servían gachas, morteruelo, ajoarriero, migas de pastor, zarajos…”

Raúl del Pozo, José Vicente Ávila y Meliano Peraile. / Teresa Grande. Archivo de José vicente Ávila.

En esa decidida labor altruista de poner una pica conquense en el Madrid de los Austrias, Joaquín Racionero se lió la manta a la cabeza, como se suele decir, y en el año 1988 convocó el I Premio de Cuentos “Ciudad Encantada”, dotado con la importante cantidad de cien mil pesetas, lo que propició que se presentasen nada menos que 600 trabajos de toda España e incluso de Francia, Argentina, Uruguay, Puerto Rico, Chile, Méjico, Venezuela y Colombia. Tras la selección de trabajos durante varios días, al final quedaron doce cuentos para ser evaluados por el jurado, de los que debían quedar tres finalistas. Este inquieto personaje de Ribagorda, que es Joaquín, que fue fraile antes que cocinero, decidió que el jurado realizase el fallo en la noche del día 1 de junio, festividad de la Virgen de la Luz, Patrona de Cuenca, para darle aún mayor carácter conquense, y allí estuvimos en el Mesón, a puerta cerrada y con mantel, leyendo y puntuando cuentos, antes de la cena, y después, en los postres del alajú, tomar la última decisión con los tres finalistas.

El ganador de la primera edición fue el zaragozano Alejandro Gracia Calvo, con su cuento Avalón, el rey de la isla blanca, que entonces tenía 25 años, licenciado en Filosofía Hispana. Treinta años después he comprobado que tiene unos 60 premios literarios en su haber. Vamos, que no tuvimos mal ojo.

¿Cómo transcurrió aquella velada para fallar el premio, con ese jurado de nombres tan relevantes en la literatura? Cuando me desplacé a Madrid no sabía quiénes eran los miembros del jurado, salvo Raúl del Pozo, que es primo de Joaquín, pues ambos se apellidan Page de segundo. También es primo del coleccionista Francisco Page, igualmente de Ribagorda, que expone “Teléfonos antiguos del siglo pasado” en la Diputación. Al llegar al “Tormo” y llamar a la puerta, Joaquín abría un ventanuco y te dejaba pasar o te decía que estaba lleno, aunque hubiera sólo una mesa. Allí estaba Meliano Peraile, recordado escritor y poeta de Villanueva de la Jara, a quien realmente conocí mejor aquella noche; mi admirado Raúl del Pozo, que por entonces escribía su columna en “El Independiente”, del que era jefe de opinión; César Alonso de los Ríos, que era el jefe de las páginas de Cultura de este periódico, fallecido el 1 de mayo del pasado año, y Emma Sueiro, que era redactora, y ejerce en la actualidad crítica periodística gastronómica en “Abc”, que nos hablaba de su padre, Jorge Víctor Sueiro, que fue afamado periodista culinario. El último en llegar fue Francisco Umbral, que se mostró en todo momento hablador y cercano, contando incluso algún secreto inconfesable.

Raúl del Pozo, José Vicente Ávila, Meliano Peraile, Francisco Umbral y César Alonso de los Ríos, debatiendo. / Teresa Grande. Archivo de José vicente Ávila.

Y allí estaba Racionero, con sus raciones, para que el jurado hiciese un alto y degustar la cocina conquense. Comíamos lo que él quería, cocina conquense o de la Región. Primero cada miembro del jurado puntuamos tres cuentos, que íbamos intercambiando y valorando; ellos tenían gran experiencia de ser jurados de premios nacionales y en mi caso tenía la pequeña experiencia de haber sido jurado de los premios provinciales de Redacción de Coca-Cola entre los colegios, junto a Luis Calvo y varios maestros. Escuchar a Umbral, Raúl del Pozo, Meliano, Emma y a César Alonso para mí era una gozada. Una vez que quedaron los tres cuentos finalistas, dijo Joaquín que era el momento de la cena, y comenzó a sacar platos recios de la cocina conquense, con la buena mano de Teresa.

Paco Umbral, como le decían sus compañeros de mesa, se presentó con su abrigo azul marino, chaqueta negra con pañuelo rojo en el bolsillo, bufanda blanca, camisa blanca y corbata gris marengo. Le sugirió Joaquín que tomase morteruelo, y con su inconfundible voz le dijo que le sirviese unas acelgas, un tomate, una manzana y una botella de vino de la Mancha porque “yo soy vegetariano”, y Joaquín le dijo, pues si eres vegetariano “yo soy ribagordense… o ribagordero… que come cordero”… Tras las risas llegó la botella de tinto y una manzana, que Umbral peló con no poca maestría, y el vino se evaporó en dos renglones… Y claro, Umbral se puso a hablar y no precisamente de su libro…

José Vicente Ávila entrevista a Raúl del Pozo en El Tormo. / Teresa Grande. Archivo de José vicente Ávila.

Vamos, que la velada literaria tomaba cuerpo tras el buen yantar y el mejor beber, con Umbral… alumbrado. Me tocó estar en la mesa entre Raúl y Umbral. El periodista de Mariana quiso estar a mi lado, para saber cosas de Cuenca, y Paco, como así llamaban ellos a Umbral sintió curiosidad por saber quién era yo. ¿Así que de Cuenca? Con ganas de hablar empezó diciendo: “Allí conocí a Raúl y a Ángel Ríos, el director del periódico, que era de León. (Curiosamente, Ángel Ríos fue el director que me hizo fijo en “Diario de Cuenca” y me inculcó el periodismo desde el primer momento). Hablamos de Cuenca, pues la editorial “Olcades” de José Luis Muñoz le publicó en 1981 su antología poética “Crímenes y baladas”, y de César González-Ruano, el maestro de periodistas, con quien Umbral se reunía en el Café Gijón, y de Mauricio Monsuarez, “el negro de Ruano” al decir de Raúl y Umbral. Salieron a relucir los “Premios Sésamo” de novela corta, que patrocinaba otro conquense un tanto olvidado en su tierra, como lo fue Tomás Cruz, que había fallecido pocos meses antes, con una biografía que merece recordarse aquí en otra ocasión, tío por cierto de Cruz Novillo.

La ocasión fue propicia para que hablases con Francisco Umbral, que no era muy dado a las entrevistas. En verdad que pese a que la primera impresión denotaba distanciamiento, Umbral se mostró muy receptivo; estar al lado de un escritor tan conocido como premiado era para mí algo grandioso. “Cada iniciativa cultural, por sí misma, tiene un valor y este Premio de Cuenca tiene un mérito, como lo tuvo el Premio Sésamo de Cruz”, señalaba Umbral para recordar así a César: “Estoy de acuerdo en que su figura está un tanto olvidada y creo que soy el único escritor que le cita. Fue un maestro absoluto en muchos géneros y un prosista incomparable. Aprendí mucho de él porque fui discípulo y amigo suyo. Creo que, efectivamente, no sólo Cuenca (entonces no tenía calle), sino toda España –pese al Premio González Ruano que yo gané un año— le tiene injustamente olvidado. Pero no es él sólo; hay otros muchos escritores importantes que están injustamente olvidados, mientras que hay otros que están injustamente recordados”.

Luis Ocaña, uno de los distinguidos con el Tormo, junto a Joaquín Racionero. / José Vicente Ávila

Sobre Cuenca dejó Umbral una frase que algunas veces hemos recordado en este espacio. Le comenté a Umbral que reconocidos escritores y poetas de diversas épocas habían dedicado frases hermosas a Cuenca, y cómo la definiría él, y así contestó, tras mirar a Raúl del Pozo y a Meliano Peraile: “Conozco Cuenca y, claro, después de tantas definiciones es difícil improvisar una definición de Cuenca. Yo diría que Cuenca es una ciudad provinciana, que es más del cielo que de la tierra”. También hablé con Raúl del Pozo y Meliano Peraile, publicando las tres opiniones en la “Gaceta Conquense”. Raúl del Pozo comentaba que el Premio de Cuentos “Ciudad Encantada” era una magnífica idea para seguir la tradición cultural de Cuenca en Madrid, que la inició el citado Tomás Cruz en las “Cuevas del Sésamo”. “Parte de la cultura nació en esas cuevas que fueron catacumbas de la literatura”, afirmó para añadir: Este rincón conquense en Madrid, que dirige Joaquín Racionero, es, en cierta manera, una especie de cueva para la literatura, y este conquense de Ribagorda es una persona sensible y muy inteligente que ha traído la cultura de la Mesta, la vieja cultura de Castilla, de los pastores, los resineros y de los bandidos, aquí en Madrid…”.

Decía Raúl del Pozo que cuando los conquenses del foro “tenemos nostalgia de nuestra niñez y juventud, venimos al “Tormo” a comer morteruelos y zarajos y a recordar nuestra tierra”, por la que él sentía verdadera nostalgia, según sus palabras de aquel 1 de junio de 1988: De la patria de un escritor siempre queda su niñez. Tengo nostalgia del Júcar, ese río bravo; de los chopos increíbles; de la Manhattan de Cuenca. Mira, yo he estado en China, Corea, en América, y, en el fondo, uno nunca sale de su pueblo. Todo lo que aprende el hombre de los pájaros o del río siempre es su pueblo. Yo amo cada vez más profundamente a Cuenca”.

Hablar con Meliano Peraile fue para mí otra grata experiencia, pues aunque le conocía, nunca había estado con él reunido, y menos en una cena de esas características. Como escritor de cuentos era el más apropiado en el Jurado de esos Premios que se convocaron al menos durante diez años. Decía Meliano que “para este premio tengo dos motivos de reconocimiento y agradecimiento. Uno, el que sea de cuentos, porque es mi género; otro, el que se produzca en Madrid con respecto a Cuenca, porque Cuenca se está mereciendo ya que haya una verdadera cultura y unos verdaderos concursos en los cuales no haya intermediarios. Como tú has podido presenciar esto ha sido purísimo y hemos concedido un premio sin intermediarios y sin mediaciones. (Y es que el escritor de Villanueva de la Jara se dolía que en algunos premios literarios de provincia o de Madrid se repartiesen entre miembros de jurados…)

Curiosidades de la vida, cuando falleció Francisco Umbral en 2007, Raúl del Pozo ocupó la columna de la contraportada de “El Mundo”. Era el mejor relevo. Por cierto, su verdadero nombre era el de Francisco Alejandro Pérez Martínez, y además de su fecunda obra literaria que mantiene viva la Fundación Umbral, entre su amplia lista de premios están el Nadal, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Miguel de Cervantes. Efectivamente, Raúl del Pozo cogió el testigo de columnista, y el propio Umbral había escrito un artículo en “El Cultural”, en febrero de 2001, titulado Raúl del Pozo, que comenzaba así: “Baja de las ciudades encantadas, donde ha bebido leche de cabra, y trae el zurrón lleno de las palabras de los pastores, de los rebaños, de los caminos. Hace periodismo en el Diario “Ofensiva” de Cuenca, periódico de la Prensa del Movimiento, como entonces eran casi todos.

Ángel Ríos, el director, que antes había estado en “Proa” de León, era un falangista sin sangre, sólo de grasa y mostacho, que conspiraba y fumaba mucho. Raúl no se entendía con él, pero allí estaba cuando yo fui a hablar a Cuenca y nos intercambiamos las corbatas.

Con el tiempo nos intercambiaríamos aperos de mayor envergadura. Raúl era la estrella local del reporterismo y algunos mediodías almorzaba con César González-Ruano en Carretería. Un día a Raúl lo echaron del periódico y se vino a Madrid a conocer a Carlos Oroza y Paco Rabal”.

Pero quizá uno de los artículos que dedicó Umbral a Cuenca, con ocasión de la luna de miel de los Reyes Felipe y Letizia en mayo de 2004, titulado España profunda, merece la pena recordarse en algunos párrafos:

“Entre Mónaco y Cuenca los Príncipes han preferido Cuenca para su viaje de novios. En la mágica ciudad pasaron la primera noche. Las elecciones de esta pareja siguen siendo acertadas (…)

Era el momento de adentrarse en la España profunda, ésa que no ven nunca o sólo ven tapada por una multitud de españoles anónimos que les piden un autógrafo o les sueltan un discurso.

Pero un paseo por la solitaria y nocturna Cuenca es una silenciosa ronda por la cintura de los siglos que en Cuenca dormitan. Qué gran acierto esta inmersión en la España profunda.

En Cuenca, como en todas las viejas ciudades españolas, labradas por el tiempo y pávidas de silencio, hay siempre un erudito que enseña la ciudad, un espontáneo que cuenta la Historia, un escritor que vive allí retirado de la numerosa gloria madrileña y una buena mujer que nos remedia la sed con agua fresca de las estrellas.

Cuenca, sí, que poseyó al cura De la Rica, al poeta farmacéutico Federico Muelas, al periodista Martínez Ruiz, al veraneante Ruano, a los camareros de la gamba (planchada, que es como lo dicen allí).

Las Casas Colgadas de Cuenca y esas otras casas colgadas que son los sucesivos dormitorios de una pareja enamorada. Una vez quise saber quién vivía en las Casas Colgadas, para envidiarle, pero cuando me llevaron a verlo descubrí con desconcierto que allí vivían unos duros y tiernos borricos y el pienso salía por los balcones…

Las grandes ciudades que se imitan unas a otras y se parecen, ésas ya nos las sabemos y no son sino un pequeño Manhattan. El Manhattan de Cuenca son unas Casas Colgadas con la bombilla encendida, los burros dormidos de pie y la alfalfa ofreciendo nido a los visitantes.

Nuestra pareja ha debido pasear por Carretería, la ancha y estrecha vía de la ciudad, el camino de los entierros y los bares. Carretería, en la alta noche, tiene toda la soledad del alma española, eso que amamos con desesperación de haberlo perdido.

De Cuenca se sale más español. Don Felipe y su Princesa ya son muy españoles, pero necesitan ser conquenses, porque Cuenca es la vieja ciudad adolescente que sueña todavía grandezas españolas, algo así como la matriz de España…”

Recordamos de nuevo su definición “Cuenca es una ciudad provinciana, que es más del cielo que de la tierra”, para concluir, con este pequeño texto de Umbral publicado en La Vanguardia el 7 de abril de 1974, sobre el éxodo vacacional en Semana Santa: “He sacado la capucha de penitente, que la tenía en el armario con naftalina, me la he puesto y me he sentado con ella a escribir artículos a la máquina. Una vez que, efectivamente pude pasar la Semana Santa junto al mar, me salió un trabajo muy bonito sobre la Semana Santa de Cuenca. Nunca he escrito un artículo con más fervor”.

 
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