Arzalluz, un hombre de partido, culto, polémico y pragmático a la vez
Artifice de la dicotomía que sigue practicando el PNV, apadrinó la subida de Ibarretxe a la presidencia vasca y apostó por la autodeterminación
Bilbao
Jesuita, culto, polémico y pragmático a la vez, Xabier Arzalluz, ha fallecido este jueves en Bilbao. Fue la figura clave del nacionalismo vasco durante 25 años, en los que pasó de defensor de los pactos a apostar por el plan Ibarretxe, un hombre de partido que manejaba los hilos mientras dejaba gobernar a otros.
Fusi: “Arzalluz convirtió al PNV en un instrumento de Gobierno”
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Arzalluz nació en la Gipuzkoa profunda, en Azkoitia, pueblo euskaldún, religioso, en el seno de una familia carlista. Su paso por la compañía de Jesús le concedió una sólida preparación intelectual -abogado, amplió estudios, como hacían muchos jesuitas en aquella época, en Alemania, y hablaba cinco idiomas-, la base de sus discursos futuros llenos de citas.
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Dejó los jesuitas en 1967, se casó -tuvo tres hijos- y en los últimos años del franquismo dio clases en la universidad de Deusto, mientras ya formaba parte de las ejecutivas clandestinas del PNV.
Fue en la transición cuando su figura emergió a la luz pública, ya que fue el portavoz del PNV en el Congreso en las Cortes Constituyentes. En aquellos años, entre 1977 y 1979, cuajó su relación con los que luego fueron los "popes" de la política española, desde Suárez a Felipe González, pero también una rivalidad: la de Carlos Garaikoetxea, su enemigo íntimo.
Arzalluz era un hombre de partido: el único cargo público que tuvo fue el citado de diputado, que dejó en 1980, para ser presidente del PNV. Fue el artífice de la dicotomía que sigue practicando el PNV: los cargos del partido y del gobierno vasco son incompatibles, y mandar, manda el partido, el gobierno gestiona.
Esa fue una de las razones de su enfrentamiento con el entonces lehendakari, Carlos Garaikoetxea, que estaba en la cima de su popularidad y quería el poder. Acabó como el rosario de la aurora, con Garaikoetxea creando la escisión, Eusko Alkartasuna.
Fue entonces cuando Arzalluz aguantó el tirón, sostuvo al PNV y se convirtió en el jefe indiscutible del partido durante quince años. Dejaba gobernar a Ardanza, que "se maneja muy bien entre tanto papel", decía Arzalluz.
Sus adversarios le temían por sus conocimientos, e incluso le tachaban de soberbio, pero sus compañeros de partido le adoraban por lo mismo. Un espectáculo en los mítines, un pragmático en los despachos: pasó de negociar con Felipe González a lograr un pacto con José María Aznar cuando éste llegó al poder, entre elogios mutuos que hoy suenan tan lejanos.
Y es que durante los años ochenta y casi todos los noventa Arzalluz fue un moderado: defendió el 'espíritu del Arriaga' en el que reconocía el pluralismo de la sociedad vasca, y el PNV gobernó en Euskadi largos años con el PSE.
No faltaron algunas frases polémicas, como aquella de "unos sacuden el árbol, otros recogemos las nueces", en referencia al terrorismo, pero era un figura muy respetada.
Fue a finales de los noventa cuando Arzalluz, que había apadrinado la subida de Ibarretxe a la presidencia vasca, asumió las tesis de éste y apostó por la autodeterminación. Entonces dejó otra frase: tildó de "michelines" del partido a los que se oponían al soberanismo.
Fueron años muy complicados, y Arzalluz dejó la política en 2004. Se retiró un poco desencantado. No ejerció ninguna tutela y sus apariciones públicas y sus entrevistas fueron contadas. Se fue de verdad.