Quién fue el chantre que dio nombre al puente de Cuenca y la historia que hay detrás
Nuño Álvarez Osorio fue el canónigo de la catedral que, allá por el siglo XV, promovió la construcción del puente sobre el río Júcar
Cuenca
Uno de los parajes más conocidos cercanos a la ciudad de Cuenca es el Chantre, por el nombre que tiene el puente sobre el río Júcar que hay en este lugar. Un puente que desde hace seis años ha permanecido cerrado por un derrumbamiento parcial y que en breves fechas, cuando el mejor tiempo lo permita, quedará concluido con la ejecución del tablero y empedrado, tras las obras de rehabilitación a cargo de la Diputación Provincial. En el espacio Páginas de mi Desván que coordina José Vicente Ávila, y que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, hablamos del puente del Chantre y del canónigo que propició su construcción en el Siglo XV: Nuño Álvarez Osorio, también conocido como Nuño Álvarez de Fuente Encalada.
Quién fue el chantre que dio nombre al puente de Cuenca y la historia que hay detrás
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Aunque son numerosos los autores que a lo largo del tiempo han tratado sobre el chantre Nuño Álvarez Osorio y su densa biografía, a veces con datos contradictorios, el trabajo más completo, y actualizado, que se ha llevado a cabo sobre nuestro personaje es obra del experto investigador Jorge Díaz Ibáñez, profesor titular del Departamento de Historia Medieval de la Universidad Complutense de Madrid, bajo el título “Carrera eclesiástica e inquietudes religiosas de un clérigo castellano del Siglo XV: Nuño Álvarez de Fuente Encalada, chantre de la Iglesia de Cuenca”, amén de otros libros o publicaciones relacionados con nuestra provincia y la diócesis, como “El clero y la vida religiosa en Huete…” y “La Iglesia en Cuenca..” y “el Obispado de Cuenca”, en los tres casos durante la Edad Media, títulos que resumimos por su larga extensión, pero no cabe duda de que el profesor Díaz Ibáñez es toda una autoridad en esta materia eclesiástica en su labor investigadora, y de manera especial del chantre Nuño.
En qué fecha aproximada ocupa Nuño Álvarez Osorio el cargo de canónigo y chantre de la Catedral de Cuenca. Hacia 1443-44, que es la etapa final del episcopado del prelado conquense Álvaro Núñez de Isorna, quien según Martir Rizo y Trifón Muñoz y Soliva, éste en su Episcopologio Conquense, designó secretario y mayordomo a Nuño Álvarez Osorio, doctor en cánones por Bolonia, además de Chantre y canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Cuenca. El Obispado tenía relación directa con el Colegio de San Clemente de Bolonia, como lugar de perfeccionamiento de la formación académica, dado que su fundador había sido el cardenal Gil de Albornoz. La entrada en Cuenca del siguiente obispo, Lope Barrientos, fue el espaldarazo para el chantre Nuño, que estaría al frente de su canonjía en la Catedral durante treinta años, en los que dejó una profunda huella no sólo por su buena dirección de coro, sino por las obras que llevó a cabo, tanto materiales (puente del Chantre, monasterio de Benedictinas, ermita en el Cerro Socorro, etc.) como las caritativas, sobre todo asistenciales, con los niños expósitos o “sanjulianeros” en lenguaje callejero.
Quizá la obra más conocida, en el habla popular, es la del puente del Chantre, que tanto venía preocupando a la ciudadanía por el derrumbamiento de 2013. Se trata de uno de los puentes más antiguos y sobre todo emblemáticos para los conquenses, por su cercanía de 11 kilómetros a la capital, en el paraje de ocio que le rodea sobre el río Júcar, que estaba en peligroso deterioro desde su parcial derrumbe hace seis años. Como bien se recordará, el 3 de abril de 2013 se derrumbó parte del muro de uno de los laterales de este puente del siglo XV, conocido popularmente como “del Chantre”, en recuerdo del canónigo que lo impulsó. Este puente fue reconstruido sobre la base del anterior en 1882 y terminado el 15 de marzo de 1883, es decir, hace 136 años. Sin embargo, el 23 de septiembre de 1918, hace un siglo, el Ayuntamiento de Cuenca acordaba realizar un presupuesto para el arreglo del puente del Chantre, que ya empezaba a deteriorarse pese a la reconstrucción de 35 años atrás, en la misma sesión en la que el arquitecto municipal presentaba un escrito para el derribo de la casa número 1 de Zapaterías.
Pero muchos años antes del derrumbe que conocemos de 2013, ya había voces de alarma sobre el estado del popular puente. Con ocasión del centenario de aquella reconstrucción del Puente del Chantre, del siglo XIX, el escritor y profesor Antonio Rodríguez Saiz publicó un interesante y documentado artículo-reportaje en el número 89 del Boletín de Información Municipal “Ciudad de Cuenca”, correspondiente al trimestre septiembre-diciembre de 1987, es decir, hace 26 años. Su trabajo en cinco páginas concluía con estas líneas que ya avisaban de lo que podía suceder: “No dudo que serán muchos los que piensen al contemplarlo que necesita una urgente reparación -tengo fe en ello-, pues su estado hoy es francamente lastimoso y encierra un claro peligro para aquellos que lo cruzan. Y seguía avisando:
Los conos truncados protectores están rotos y caídos a ambas márgenes del río y los que se mantienen en pie presentan un mal estado de sustentación, igual que el piso. El pretil se cae por momentos e incluso faltan más de dos metros y está a punto de desprenderse y caer al fondo la piedra que contiene la inscripción recordando que fue "Construido por el Excmo. Ayuntamiento de Cuenca. 1882".
Apenas nada se hizo sobre el estado del puente en aquellos años ochenta, y pese a que dejó de ser imprescindible para comunicar Cuenca con la Sierra, sí se utilizaba por algunos vehículos y sobre todo personas o animales como paso de la vereda. Precisamente, Antonio Rodríguez buceaba en la historia del puente y encontró entonces, con datos de 1881 la opinión que la Comisión Municipal nombrada al efecto, para reconstruir el antiguo puente, emitía en un informe sobre el estado que tenía entonces, y que decía así:
“El llamado puente del Chantre era en su origen un arco de medio punto de dieciocho metros de diámetro y cuyo arranque se hallaba a unos 350 metros del nivel actual de las aguas. Roto el puente, las dovelas cayeron al río y quedaron sólo algunas especialmente en el estribo, siguiendo sostenidas por la adherencia de los materiales; pero los estribos, los unos en ala y los que daban acceso al puente, sólo necesitan recomposiciones pudiendo servir para uno nuevo.
La rasante del antiguo se halla según los restos del empedrado que conserva en la entrada a una altura de cinco setenta y cinco sobre el nivel actual de las aguas y como ésta en las avenidas extraordinarias del último invierno no han pasado de los tres cincuenta o cuatro metro, a lo más resulta que aceptando aún la mera rasante indicada excedemos en uno setenta y cinco en la altura de las avenidas y como la luz del puente es de 18 metros, aún queda un vano de 30 metros cuadrados que hubiera de llenar el agua antes de tocar el puente y así para mayor seguridad aún, si se quiere levantar más los estribos es muy fácil y barato hacerlo".
Según los datos aportados en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra, publicados tras el derrumbe del puente en 2013, y las trabas para su rehabilitación, por fin llevada a cabo, se recogía que se trata de un “Puente de origen medieval sobre el río Júcar construido por el que fue Chantre de la Catedral de Cuenca durante más de treinta años, el santo varón Nuño Álvarez de Osorio para “evitar las desgracias que ocurrían en el vado” y facilitar el paso de rebaños desde el Caserío de Embid a las tierras de Cuenca”, es decir, el paso de la vereda, entre otros. Se citaba también que en noviembre de 1837 el general carlista Cabrera intentó cruzar el puente, impidiéndolo el Regimiento Provincial de Écija. En el trabajo de Antonio Rodríguez de 1987 para el Boletín Municipal, éste destacaba un dato a tener en cuenta años antes de la reconstrucción de 1882:
Dada la importancia que tenía el puente no sólo para los ciudadanos de la capital sino para los habitantes de muchos pueblos de la Serranía, en 1874, se habían reunido en la vecina localidad de Mariana los alcaldes de Valdecabras, Villalba, Portilla, Zarzuela, Sotos, Collados, Torrecilla, Ribatajada, y Ribatajadilla para tratar de solucionar el problema de rehabilitación del puente del Chantre, indicándoles el Ayuntamiento de Cuenca que coadyuvasen al pago de la obra con mil quinientas pesetas entre todos los municipios.
Ocho años pasaron para su reconstrucción, aunque ya hemos indicado otras obras de refuerzo realizadas hace un siglo, pues se trataba entonces de un paso obligado muy necesario para carros y carretas, animales y personas, hasta que fue construida la carretera de Tragacete, por la que iban a circular los grandes camiones de madera, una vez que las famosas maderadas del Júcar desaparecieron, muchas de ellas pasando bajo el puente del Chantre, río abajo, para seguir los gancheros con sus troncos, pasando por otros puentes como el de los Descalzos y el de San Antón y arribar en El Sargal con la maderada…
Acercarse hasta el Chantre o Tranche como dirían algunos, para pasar el día se puso de moda en la década de los sesenta y setenta. Está claro que el Chantre, el puente y el paraje, forman parte de la vida de Cuenca y su enlace con la Serranía, y fue en la década de los sesenta, con la llegada del “600” cuando el Chantre se hizo más popular como punto de encuentro de bañistas y meriendas campestres en los fines de semana de primavera y verano, e incluso había que coger sitio para pasar el día, alternando en aquellas casetas de madera o chiringuitos con la bebida y la comida. Precisamente al hilo de la nueva reconstrucción del puente del Chante, el lírico escritor conquense, Antonio Lázaro, publicaba en mayo de 2018 en el cultural de “Abc” el artículo titulado “El puente de Chantre y otros puentes del Júcar”, del que entresacamos estos párrafos:
El puente que ahora se recupera es una sobria fábrica de finales del XIX, alzada probablemente sobre otra más antigua, que quizá arrancara de ese chantre o canónigo fundacional de la iglesia conquense del siglo XV.
Puente trajinante para la trashumancia, la arriería y el tráfico de personas y mercancías entre la Sierra y el Campichuelo hacia la capital y los caminos de La Mancha, de Madrid y de Levante, desde su pretil se vería hasta los años cincuenta del pasado siglo el orgulloso desfile de los pastores de troncos, los gancheros, verdaderos ejércitos que bajaban la madera desde los Montes Universales hasta su desembarco en el Tablón, actual playa artificial de Cuenca, o en el paraje del Castellar, donde se alza otro estratégico puente sobre el Júcar.
Lo que torna más valiosa esta iniciativa es que no se hace en función del automóvil, sino en base a la recuperación de la memoria en su dimensión más humana y ecológica. Pensando en las personas aficionadas a la pesca, al senderismo, al baño, al ciclismo rural, a una simple jornada de picnic en familia o con amigos”, destacaba Antonio Lázaro.
Raúl del Pozo, nacido en Mariana, localidad cercana al Chantre, describía en una entrevista que le hice cómo eran aquellos parajes cuando se acercaba a Cuenca a estudiar en los años cuarenta. Me decía: “Cuando yo venía al Instituto “Alfonso VIII” y bajaba en bicicleta por la Hoz del Júcar, entre los chopos de oro y las aguas esmeralda del Júcar, creía que era un sueño, porque Cuenca es como un cuento, es la fantasmagoría, es imposible que sea verdad. Yo aprendí a leer en Mariana haciendo esfuerzos, caminando todos los días, ida vuelta, hora y media, atravesando la vereda, cruzándome con los rebaños y con los maquis, la guardia civil, los caballos, los perros, como una película del Fart West de las que dirigía John Ford. Es un recuerdo que nunca olvidaré”, como no se puede olvidar el puente del Chantre…
Comentabas que el chantre Nuño también intervino en la fundación del Convento de las Benedictinas y de la ermita que hubo en el Cerro del Socorro. Nacido en 1404 en la localidad de Fuente Encalada, que entonces pertenecía a la diócesis de Astorga, y ahora es municipio zamorano, Nuño Álvarez llegó a Cuenca cuando cumplía más o menos los 40 años. Ya en el obispado de Lope Barrientos, iniciado en 1445, el chantre Álvarez Osorio dispuso y efectuó la fundación del convento de Nuestra Señora de la Contemplación, las Benedictinas, titulado de San Benito. Y lo hizo por encargo y comisión de Pedro Arias Bahamonde, canónigo que fue de Cuenca y obispo de Mondoñedo. Las “Benitas”, como se les conoce, fue el primer convento femenino en Cuenca y a lo largo de los siglos, amén de su actividad religiosa es un Centro de Enseñanza privada concertada con el nombre de Santa María de la Expectación. En 1999 la Junta de Comunidades lo declaró como Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.
El chantre Nuño, que durante esas tres décadas en Cuenca se hizo con una amplia biblioteca personal, que donaría al Obispado, y algunas casas en San Pedro y Zapaterías, llevó a cabo la reconstrucción de la ermita en el Cerro del Socorro, que era de la más antigua de Cuenca, datada hacia el siglo XIII, luego reconstruida de nuevo en 1905 por Mariano Catalina, y finalmente destruida durante la guerra civil.
Se ha destacado la labor asistencial del chantre, sobre todo con los niños llamados expósitos. En ello coinciden los diferentes autores. En un artículo que publicó Arsenio Redondo Calvo en “Ofensiva” en 1955, sobre los benefactoresde niños pobres, debido a que su padre había quedado huérfano a los seis años por una epidemia en 1855, siendo ingresado en la Casa de Recogidas, dio a conocer el dato de que allá por el año 1442 el canónigo y chantre de la Catedral, Nuño Álvarez Osorio, se anticipó a San Vicente de Paúl, destinando sus rentas en recoger, alimentar y educar a los niños abandonados o que perdieron a sus padres”. Indicaba Redondo Calvo que la casa del chantre, frente a la iglesia de San Pedro, sirvió para albergue de los niños, costeando el canónigo Osorio varias nodrizas para atender a los pequeños. Anotaba que durante 30 años pasaron de 400 los niños que él socorrió en alimentos y educación. Pasado el tiempo a estos niños se les conocía como como los leros, “hijos de San Julián”, llamados sanjulianeros.
No deja de ser curioso el peso que tenían en tiempos pasados estos canónigos de la Catedral de Cuenca que llevaron a cabo obras como el del puente del Chantre o el del puente de San Pablo. Aquí quedan para la memoria histórica, sin sus nombres en las calles, ni siquiera en los puentes o conventos que pusieron en marcha. Ahí están, entre otros el chantre Nuño Álvarez con su puente, su convento, su ermita, su biblioteca, sus niños “leros” o el canónigo Juan del Pozo con su Convento de San Pablo y su puente de piedra sobre la hoz del Huécar que sustituyó al de hierro, conocido en su día “como grapa en el paisaje”.
Del amplio trabajo del profesor Jorge Díaz Ibáñez, su conclusión es muy definitoria sobre este chantre tan popular como definición del puente, pero apenas conocido con su filiación de Nuño Álvarez:
“Durante más de tres décadas, y ocupando un puesto que le situaba en lo alto de su jerarquía social y eclesiástica de la ciudad, desempeñó múltiples y diversas tareas culturales y administrativas al servicio de la iglesia conquense, revistiendo un particular relieve la donación que hizo en 1450 a favor del Cabildo catedralicio de su valiosa biblioteca personal, de contenido fundamentalmente jurídico y teológico…” destacando “sus preocupaciones religiosas y las actividades caritativas y de mecenazgo que, dada su gran solvencia económica, pudo llevar a cabo…” “dejando una huella perdurable durante varios siglos en la memoria histórica del Obispado”.
Esta veneración local hacia el chante Nuño Álvarez habría de culminar en 1631 cuando se desenterraron solemnemente sus restos en la capilla de San Miguel de la Catedral y se colocaron en un nuevo nicho y se pusieron en marcha gestiones ante la Santa Sede para tratar de conseguir su beatificación”.
Lo que importa ahora es que el puente del Chantre es una rehabilitada realidad después de seis años, por el que ya se puede caminar, a falta de esos trabajos finales, pues según los técnicos falta “por ejecutar el tablero del puente, que se llevará a cabo con materiales no impermeables, que permitan la rápida evaporación del agua que haya podido acumularse en los rellenos, con una pendiente longitudinal en forma de "lomo de asno", a semejanza del típico perfil de los puentes romanos, y una pavimentación en empedrado, elaborado con árido procedente del río y colocado a tizón, con aparejo irregular”.