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'Recuerdos del 23-F', por Pepe Belmonte

Escucha el 'micromentario' semanal para Hoy por hoy Murcia del catedrático de Literatura de la Universidad de Murcia (UMU)

Fotografía de archivo del teniente coronel Antonio Tejero cuando irrumpió, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados durante la segunda votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. El intento de golpe de Estado de / MANUEL P. BARRIOPEDRO (EFE)

 Fotografía de archivo del teniente coronel Antonio Tejero cuando irrumpió, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados durante la segunda votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno. El intento de golpe de Estado de

Murcia

Recuerdos del 23-F

Micromentario / Pepe Belmonte (01-03-21)

02:37

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Los medios de comunicación se han hecho eco durante estos últimos días de cuadragésimo aniversario del intento de golpe de estado del 23-F, en el que una desorganizada banda de payasos, dicho sea con el mayor respeto para estos honrados trabajadores del circo, intentó imponer, de nuevo, una dictadura militar en un país que ya por entonces estaba ahíto de dictaduras y de dictadores, de militares insurrectos y de héroes a la violeta.

Los que ya habíamos nacido y vivíamos por entonces lo recordamos cada uno a nuestra manera. En mi caso, era un muchacho que había cumplido los 24 años y recién licenciado de las milicias universitarias, en donde había obtenido el grado de suboficial del arma de infantería.

Acababa de incorporarme a la vida civil y preparaba oposiciones a profesor de secundaria. Al producirse el levantamiento, alguien, desde el cuartel Mallorca 13 de Lorca, me pidió que me presentara, con urgencia, para participar en tan estúpida algarada. Confieso que tuve miedo porque el código penal militar era inflexible con los díscolos.

Pero allí estaba mi padre, en nuestra antigua casa de la Huerta, que había visto morir a un hermano en la maldita Guerra Civil con tan sólo 19 años y cuyo cuerpo aún no ha sido encontrado. Mi padre, que vio caer a tanta gente a su alrededor cuando sólo era un niño, lo que, sin duda alguna, lo marcó para siempre y lo convirtió en una persona callada, silenciosa, que, una y otra vez, durante la dictadura franquista, nos recordaba a los tres hermanos que no criticáramos al Régimen porque él sabía bien cómo se las gastaba.

Hice caso a mi progenitor y permanecí, como el resto de españoles, atento a la pantalla, a las imágenes terribles que nos ofrecían de unos tíos que, por la fuerza de las armas, se saltaban a la torera la recién estrenada democracia, haciendo añicos, con sus disparos, no sólo el techo del Congreso de los Diputados, sino también la ilusión de tanta gente...

Hasta que, por fin, tuvo lugar el mensaje del rey que nos tranquilizó a todos, que nos hizo respirar a toda la familia y pensar que habíamos tomado la decisión más acertada, ignorando las marciales consignas, las órdenes de participar en esa locura que ha conformado una de las páginas más negras, abyectas y vergonzosas de la Historia reciente de España

 
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