Recorrer África y cruzar El Estrecho para no poder pagar ni una habitación en Madrid
La historia de dos hermanos que salieron de Camerún con tan solo 14 años y que terminaron en España tras saltar la valla tres veces y llegar en una zodiac sin remos
Recorrer África y cruzar El Estrecho para no poder pagar ni una habitación en Madrid
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Madrid
Con 14 años salieron de su país, Camerún, huyendo de la pobreza en la que vivían y alejándose de la posibilidad de convertirse en niños de la guerra. Housni y Hassan Ngouen son gemelos, tienen ahora 18 años y viven en Madrid donde su principal preocupación en este momento es encontrar una habitación en la que vivir por menos de 250 euros al mes. Su objetivo era encontrar trabajo en África, no venir a España.
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Parece una broma, después de escuchar la peripecia vital de estos dos chicos que juegan en un equipo de fútbol de Paracuellos y que estudian jardinería en Pozuelo, después de haber hecho otro curso de peluquería para poder encontrar un trabajo. Cuentan que salieron de Camerún porque "no teníamos otra opción". Trabajaban como agricultores ayudando a su madre y a su hermana, pero apenas les daba para comer. Fue entonces cuando decidieron buscar algo más que la miseria en la que vivían, sin ni siquiera luz en su casa.
Pero la aventura de buscar trabajo, que en principio solo les llevaría de Camerún a Nigeria, terminaría aquí en España donde llegaron en una zodiac sin motor hace tres años, después de que el mar se tragara a dos jóvenes como ellos, y pasar por Mali, Benín, Níger, Libia, Argelia, Mauritania y Marruecos. Siempre con el mismo objetivo, la misma meta, conseguir un trabajo y poder ayudar a su madre y su hermana que se quedaron en Carmerún.
Por el camino trabajaron solo por la comida, durmieron tirados en la calle y cayeron en manos de la mafia. "Nos dijeron que el Libia había mucho trabajo para los negros como nosotros y les creímos". Les metieron en unas furgonetas y terminaron seis meses trabajando de día y encerrados de noche en una casa con otras 40 personas "comiendo pan con agua y azúcar".
Se escaparon, mendigaron y se unieron a otros jóvenes que como ellos solo buscaban salir de la pobreza. Andando, siempre andando y en silencio, recuerdan, lejos de donde pudieran ser vistos. Fue en Marruecos donde escucharon por primera vez que podían llegar a España y entrar en Europa. Lo intentaron tres veces, las marcas de las concertinas en sus brazos se lo recuerdan todos los días. No lo consiguieron y terminaron deportados a Mauritania.
Fue entonces cuando se enteraron de la muerte de su madre. "Solo necesitaba cien euros para una operación, solo cien euros" repite Housni. Fue en ese momento, con tan solo 15 años cuando fueron conscientes de que solo tenían dos caminos, volver, desandar lo andado, o intentar cruzar el mar sabiendo que podían no llegar. Pero lo hicieron.
Desde la playa de Tánger, donde consiguieron una zodiac sin motor veían Tarifa, la playa a la que consiguieron llegar seis de los 8 que iniciaron ese último viaje. Eran demasiados y los dos que sabían nadar, se tiraron para empujar la barca mientras los demás achicaban el agua que entraba. Pero no lo consiguieron. El viento y la fuerza del agua pudieron más que ellos.
Salvamento Marítimo los rescató en aguas españolas. Ellos solo supieron que estaban a salvo cuando vieron un helicóptero desde el que por megafonía repetían, "tranquilos, tranquilos" y vieron a personal de Cruz Roja. La imagen es la que tantas veces se repite. Chicos que llegan después de meses de sufrimiento y desesperación a las cosas españolas, ante la mirada de quienes pasaban un día de playa.
Housni y Hassan son altos y fuertes. Lo son ahora con 18 años y lo eran con 15 cuando llegaron a España. Una vez más, la tan controvertida prueba de la muñeca para determinar la edad dijo que eran mayores de edad, y que por lo tanto, no serían tutelados por la Comunidad de Madrid. De nada ha servido que después de esta decisión llegara su partida de nacimiento. El juez no lo ha tenido en cuenta, y aunque está recurrido, eso de momento supone que no tienen un NIE, no tienen papeles, y sin papeles, no tienen trabajo.
Ahora viven en Madrid gracias a la ayuda de asociaciones como Sercade, Karibu o la Fundación Raíces en un piso compartido que tienen que dejar en las próximas semanas, porque ahora son otros chicos como ellos, los que tienen que ocupar su habitación. "Nosotros somos mayores y hablamos español, pero los que llegan no, y terminarían durmiendo en la calle".
Entre las asociaciones y los voluntarios que les ayudan han conseguido reunir 250 euros al mes para poder pagarles el alquiler de una habitación, pero eso en Madrid no es fácil. Llevan meses buscando sin encontrar nada.
Durante la conversación la única sonrisa que se les escapa es cuando hablan de Laura Malato su profesora en la Unidad de Formación e Inserción Laboral (UFIL) Primero de Mayo, "nuestra madre aquí" y a la que siguen llamando "profe". Ella recuerda como cuando les conoció hace tres años, "no hablaban, no te miraban a la cara y mucho menos sonreían". Ahora les describe como "ejemplo de honestidad, esfuerzo y compromiso". Pero igual que ellos, continúa, "hay cientos de jóvenes mal llamados MENAS con historias detrás como la suya que necesitan una oportunidad".
Ellos siguen buscando esa oportunidad sin dejar de ver el miedo reflejado en la cara de quienes sujetan el bolso con fuerza cuando pasan cerca. "No somos solo extranjeros, somos negros africanos, y nos miran como si no fuéramos humanos".