Lhoussayn Khouya: “Cuando les quitamos el nombre y solo hablamos de números, dejamos de ver personas”
Tras llegar a Euskadi con 16 años, Lhoussayn construyó una vida basada en el trabajo y la formación, y hoy, 17 años después, lidera su propio negocio mientras colabora con jóvenes en situaciones similares a la suya
Lhoussayn Khouya: “Cuando les quitamos el nombre, dejamos de ver personas”
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En plena polémica por el reparto de 4.000 menores no acompañados entre comunidades autónomas —de los cuales 88 llegarán a Euskadi en los próximos meses—, la historia de Lhoussayn Khouya arroja luz sobre una realidad muchas veces deshumanizada. “Cuando empezamos a llamarles números o letras como 'menas', les quitamos la historia que hay detrás, les quitamos la personalidad, el ser humano… y se convierten en cosas”, ha reflexionado.
La historia de Lhoussayn
Lhoussayn llegó a Bilbao en 2008 con solo 16 años y fue acogido en un centro de menores. Allí comenzó un proceso de integración basado en la formación y el trabajo: “Estuve año y medio en el centro Peñascal, estudié un oficio, hice prácticas en una empresa, me contrataron y luego me puse por mi cuenta como autónomo”, ha relatado. Hoy, 17 años después, dirige su propio negocio de reformas y ha llegado a tener hasta seis trabajadores, muchos de ellos también extutelados que buscan las mismas oportunidades que él tuvo.
Su experiencia desmonta estigmas y prejuicios. Frente al discurso político que reduce a los menores migrantes a cifras o problemas, Lhoussayn apuesta por la visibilidad y la empatía: “El problema es no conocer, y también la propaganda que se hace de una minoría. Se hace política echando la culpa al más débil para desviar la atención de lo importante”, ha criticado.
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Actualmente, continúa trabajando en el sector de las reformas integrales y busca incorporar nuevos perfiles profesionales: “Estoy buscando dos albañiles y no encuentro. Hoy en día hacen falta manos, hace falta gente que trabaje, que aprenda un oficio. Esa es la clave: estudiar, esforzarse y tirar para adelante”.
Historias como la suya muestran que detrás de cada joven que cruza fronteras hay una vida, un proyecto y, sobre todo, una oportunidad de aportar. “No se trata de sentarse a llorar, se trata de tenerlo claro y trabajar. No hay otra”, ha concluido.
