El chemsex, algo más que drogas y sexo
La búsqueda del hedonismo es un camino que conlleva riesgos
La química y el sexo | Episodio 4
Madrid
Cuenta Javier Giner ('Yo, adicto', Ed. Paidós) que las drogas se han movido por oleadas en las últimas décadas: los 80 fueron los tiempos de la cocaína, que fue sustituida por la cocaína en los 90; en los 2000 hicieron furor las drogas de diseño; y en el momento actual, parece que la tendencia conduce al chemsex, una combinación de la ingesta de drogas con la práctica del sexo.
No se trata de un fenómeno uniforme: hay tantas formas de chemsex como practicantes. Sí es cierto que hay una terminología asociada. Miguel Robles, que hace unos meses creó un gran revuelo por exponer en Twitter cómo se organizaba una de estas sesiones, nos explica alguno de esos términos: los chills, que es el nombre que se da a las reuniones donde se conjugan sexo y drogas (él habla de “una reunión de hombres en calzoncillos donde se toman drogas”); el slam, que hace referencia a las sustancias que se toman por vía intravenosa; las madres, que son los participantes que se encargan de que no haya problemas (y de intentar poner solución si estos surgen)…
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No sólo gay
Evidentemente el chemsex lo practica todo tipo de personas, pero es cierto que se ha convertido en tendencia en la comunidad homosexual. No hay más que darse una vuelta por cualquiera de las apps de contactos gays para ver que los reclamos son continuos y las posibilidades, infinitas.
El popper
Uno de los “ingredientes” habituales en una sesión de chemsex es el popper. Este líquido es nitrito de amilo (u otras variedades de nitritos) y, por su carácter vasodilatador y excitante, lleva décadas utilizándose como potenciador en la práctica del sexo. Adam Zmith acaba de publicar “Inhalación profunda” (Dos Bigotes), un libro en el que hace un recorrido por la historia del popper y en el que plantea toda una filosofía alrededor del consumo de esta sustancia.
Riesgos
Alejandro Albán, psiquiatra y autor de “Solo los valientes” (Círculo de tiza) cuenta su propia experiencia en este campo. Él es un hombre trans gay y utilizó el chemsex para vencer la timidez ante la reacción que pudieran tener los hombres con los que se relacionaba sexualmente. Reconoce que la utilización de narcóticos le llevó a hacer cosas que seguramente sin ellos no habría hecho. Añade una cuestión más al debate: la dificultad que supone la práctica del sexo desde la sobriedad una vez que nos hemos acostumbrado a la combinación de sexo y drogas.
En el capítulo de riesgos, Miguel Robles lo resume en pocas palabras: “claro que ha riesgos, estamos hablando de drogas”. Él reconoce que dejó de practicarlo tras tener que llevar a urgencias a su mejor amigo. Javier Giner, que llegó al chemsex tras convertirse en adicto a las drogas (él dice que realmente el término no existía entonces, que él hacía “orgías con drogas”), describe un panorama desolador, en el que el sexo resultaba un elemento adicional y lo que realmente importaba era “pillar el mayor colocón posible”.