Cada año se registran 10 millones de casos de demencia en el mundo, la mayoría de alzhéimer. Según la OMS, 55 millones de personas viven con este deterioro de la función cognitiva (dos terceras partes, mujeres). Y se ha estimado que, debido al aumento de la esperanza de vida, la cifra ascenderá a 139 millones para el año 2050. Ninguno de los tratamientos actuales es capaz de modificar o detener el proceso de muerte neuronal que provoca el alzhéimer, de modo que a medida que mueren más células, esta enfermedad neurodegenerativa continúa progresando. Urge, por tanto, descubrir algún tratamiento capaz de prevenir, retrasar o al menos ralentizar su avance. En junio de 2021, en medio de una fuerte controversia, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) aprobó la comercialización de aducanumab, un anticuerpo monoclonal dirigido a eliminar la proteína beta-amiloide, responsable de la formación de las placas seniles características de los pacientes de alzhéimer. Seis meses más tarde, la Agencia Europea del Medicamento no autorizó su comercialización en Europa ya que no tenía un efecto terapéutico evidente en la memoria de los pacientes más allá de reducir las placas. A pesar de los esfuerzos realizados en este campo, desde la aprobación de la memantina en 2003, hasta el año pasado, no se había autorizado ningún fármaco para tratar la dolencia. Eso supone una tasa de fracaso de más del 99,9 % de los ensayos clínicos. Los datos hacen preguntarse: ¿Qué tiene de especial esta enfermedad? ¿Por qué es tan difícil dar con un tratamiento efectivo? Una revisión de la literatura identifica varias causas que explican tan elevado índice de fracaso: Actualmente, hay en marcha 172 ensayos clínicos dirigidos a modificar diversos mecanismos moleculares que causan la enfermedad. Los errores cometidos hasta la fecha deberían servir para mejorar el desarrollo de nuevos tratamientos. Para lograrlo, sería necesario disponer o generar mejores modelos preclínicos, diseñar moléculas capaces de atravesar la barrera hematoencefálica para alcanzar su dosis terapéutica en el cerebro y, sobre todo, buscar nuevos biomarcadores que ayuden al diagnóstico temprano, permitan monitorizar mejor el curso de la enfermedad y ayuden a seleccionar mejor a los pacientes. La aplicación de estas medidas permitirá trasladar con mejores resultados los conocimientos de la investigación básica a la práctica clínica.