¡Viva el error!
"No hay discusión posible entre qué es peor, si la muerte o hacer el ridículo. Cuando te cae una mancha encima, lo primero que piensas es que nunca se irá, que es para siempre"

Galicia
El día que al fin te llevas bien con tus lamentables errores todo mejora. Perdonas hasta los del Gobierno. No palidecer ante un fallo o una incoherencia significa que ya sabes que no se pierde un minuto persiguiendo la vida impecable. Eso no existe, y si existe conduce más rápidamente a la muerte. Esta semana, por ejemplo, me presenté a una reunión con una enorme mancha en la camiseta. «Tienes una mancha», me dijeron, y ni me inmuté. «Ah, sí», dije. En otra época habría gritado: «¿Una mancha? ¡No me jodas! ¿Dónde?». Era la época en que hacías el ridículo y te parecía que la vida que conocías se acababa. El miedo a los errores, incluso a las manchas de grasa, posee varias intensidades, según tu edad. En la infancia la suciedad casi es un juego. Puedes lamer un pasamanos, comer barro, beber agua marrón con alegría. Pero la infancia decae y llegan varias décadas en las que hacer algo mal te provoca un miedo paralizante. Aprendes, además, a avergonzarte. No hay discusión posible entre qué es peor, si la muerte o hacer el ridículo. Cuando te cae una mancha encima, lo primero que piensas es que nunca se irá, que es para siempre. Pero con suerte, un día vives al fin sin miedo a los defectos, y te parece que todo está bien, y aplaudes incluso los de la oposición al gobierno, que ya es aplaudir.




