¿Cuánto odio hay que tolerar?

Madrid

Hemos comprobado por los hechos que ya no hay kilómetros: que una crisis en Taiwán o la invasión de Ucrania encarecen o abaratan nuestras vidas. Y no es sólo la economía. ¿O es que lo que haga Donald Trump se queda en Estados Unidos? No fue él quien descubrió los bulos ni la polarización ni el cuestionamiento de la democracia ni la desobediencia, pero ha sabido exportar todo eso como si fuera su mejor negocio.

No hay que ir a Estados Unidos para ver el trumpismo sin Trump: bulos que hacen decir a los decretos lo que los decretos no dicen. Ni para ver arrebatos tuiteros que llaman a desobedecer una ley. Ni partidos que cuestionen la legitimidad de un gobierno. ¿Les suena? Ni para palpar la polarización. Que no es, o no sólo es, que el gobierno y el PP se digan cosas y que apenas queden consensos. Polarización, de la que tiene los peores efectos, es que alguien acose al hijo de Carlos Iturgaiz y haya quien señale al acosado y no al revés.

Polarización es que Trapero se atreva a decir que las víctimas del atentado de las ramblas no han recibido la atención que merecían porque el Procés lo tapó todo y le señalen a él como traidor los guardianes de la pureza de un Procés que no existe. O que Rita Maestre publique que esté embarazada y, además de las muestras de afecto, reciba mensajes de odio. Que fanáticos hay en todas partes, claro, pero ¿Cuánto odio hay que tolerar? Es difícil saber dónde empieza lo preocupante y dónde acaba lo que se supone que es normal. Y esa es la pregunta: lo normal, ¿Qué es? ¿Cuánto se puede normalizar la intolerancia antes de que sea tarde? ¿De verdad que todo es culpa de las redes o de los partidos? Hablamos mucho del miedo y muy poco del odio y hay interesados en que una cosa nos lleve a la otra. Y no. No están a kilómetros de aquí.