Un bonito adiós para siempre
"Irse bien de un sitio es un arte de imposible dominio. Ni Paolo Vasile, tras reinar en las audiencias durante décadas y conducir a la perfección la telebasura, y ganar millones por ello, lo ha conseguido; cuánto menos los demás"
Galicia
Cuanto te despiden es habitual pensar, nada más llegar a casa, o ya por el camino, que ojalá te hubieses adelantado y te hubieses ido tú. Habría sido bonito entrar en el despacho del superior y decir: «Me harté. Me largo. Dimito. Ten un buen día». Pero casi nunca pasa. Irse bien de un sitio es un arte de imposible dominio. Ni Paolo Vasile, tras reinar en las audiencias durante décadas y conducir a la perfección la telebasura, y ganar millones por ello, lo ha conseguido; cuánto menos los demás. Nosotros tenemos que contentarnos con estar hartos, y en lugar de irnos, aguantar un poquito más, por necesidad, y después otro poquito más, y entonces, por sorpresa, ser despedidos. Es una lástima no experimentar ni una pequeña alegría justo antes de perder el empleo. ¿Sería mucho pedir? Recuerdo que Jules Renard imaginaba en sus diarios lo hermoso que sería el segundo en que un reo tiene la cabeza en la guillotina, y antes de que se precipite la cuchilla, se produce un silencio. Entonces, «un guardia saldría de las filas y entregaría un sobre al verdugo, y éste le diría al condenado: ‘¡Es tu indulto!’. Y haría caer la cuchilla». El condenado moriría, pero al menos moriría feliz




