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Entre romanticismo y ciencia: la muerte como espectáculo

El cine popular ha convertido lo romántico en algo distinto al romanticismo original. Recorremos el siglo XIX, cuando cambió el sentido de la vida y la muerte

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Madrid

En el único cementerio urbano que sobrevivió a los cambios del siglo XIX, hay una tumba cuya lápida reza: corazón de corazones. Guarda los restos del marido de Mary Shelley, la mujer que escribió Frankenstein en la época que luego llamaríamos Romanticismo y que cambió las costumbres funerarias en Occidente. La ceremonia de la muerte se convirtió en un espectáculo y hoy, dos siglos después, cuatro mil millones de espectadores han seguido el funeral de Isabel II de Inglaterra en el acto más visto de la historia.

¿Qué ocurriría hoy si hospitales y universidades ofrecieran entre mil y mil quinientos euros por un cadáver para la investigación? Su equivalente a principios del siglo XIX, entre 7 y 10 libras, fue lo que hizo nacer un nuevo oficio, el de los "resucitadores". Repartidos por Europa se encuentran museos dedicados a aquella época e Isabel Bolaños visita el Museo del Romanticismo de Madrid, tras objetos que nos transportan dos siglos atrás, en compañía de Mónica Rodríguez, conservadora del museo.

Cuando Mary Shelly aprendía a leer en compañía de su padre, en las lápidas del cementerio cercano a su casa londinense, no podía suponer que quince años después escribiría el primer libro de ciencia-ficción y se convertiría en la autora con más éxito hasta entonces. El cine popular transformaría esencialmente su historia para hacerla más sensacional y aceptable, hasta convertir al monstruo en el segundo personaje de ficción más veces llevado a las pantallas. El Dr. Frankenstein fue creado como científico atraído por las novedades de su época más que como médico loco, y los avances de la ciencia van aproximando la imaginación de Mary Shelley a la realidad.

Philippe Ariès, historiador francés, investigó las costumbres funerarias occidentales durante quince años y publicó en 1977 el que sigue siendo el más importante estudio sobre la muerte y el morir jamás escrito. Sin embargo, no pudo abarcar lo ocurrido en las últimas décadas, desde nuevos aspectos de tratamientos para cadáveres supuestamente más respetuosos con el medio ambiente hasta la prolongación de la vida que ha trasladado la muerte desde los domicilios a los hospitales en varios países.

El presente y el futuro inmediato de lo que pueden hacer hoy los médicos nos ayudan a entenderlo dos de los más valorados hoy en el mundo: Rafael Matesanz, que llevó hasta el primer lugar la Organización Nacional de Transplantes, y Pedro Cavadas, cuyas operaciones se mueven en el límite de lo posible.

La vida de muchas personas depende de que la ciencia siga evolucionando a la hora de dar solución a los problemas con el trasplante de órganos. El apoyo a quienes defienden la inversión en I+D+I en nuestro país no está a la altura de países vecinos, aunque contamos con algunos de los mejores especialistas en el terreno del trasplante de órganos... que la mayoría no podríamos costear por nosotros mismos.

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