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"Si uno cae en el invento del amor –porque eso es lo que sucede: uno cae; porque eso es lo que es: una invención-, el contrato incluye, en una cláusula escrita con letra invisible que de todas maneras nadie querría leer, su final"

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Buenos Aires

Hoy corro serena, bordeando el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, escuchando una banda punk noruega que me recomendó mi hermano menor. Curiosamente, cuando llevo media hora corriendo aturdida por esa música, una bola de ruido sin procesar, pienso en una canción de reciente estreno, en su letra. Núcleo duro: cantante colombiana famosísima es abandonada por su pareja, futbolista millonario que la deja por mujer mucho más joven. Escuché la canción bastante después de su lanzamiento. Ella, Shakira, me gusta mucho (si, ¿algún problema), y Bizarrap, el productor, es definitivamente un genio, pero al escucharla sentí vergüenza. La letra trata a su ex pareja, Piqué, como a un descerebrado, y a la mujer por la que él la abandonó como a una mala persona. Toda la letra es un largo himno de desprecio por la relación que tuvieron, por él, por la mujer más joven. La conclusión a la que llega es “no te necesito, soy mejor que tú, me arreglo sola”. Si uno cae en el invento del amor –porque eso es lo que sucede: uno cae; porque eso es lo que es: una invención-, el contrato incluye, en una cláusula escrita con letra invisible que de todas maneras nadie querría leer, su final. Si uno se transforma en una promesa andante, en un ser que vive pendiente del teléfono, en un cazador del significado oculto de frases quizás dichas al pasar, si se desliza por ese territorio sembrado de ensoñación, fantasía, humedades y manos que queman, debería, cuando todo termina –y casi siempre se termina-, callar. Cuando a mí me pasó no sentí despecho sino una pena con mayúsculas. Sentí que no había sitio donde estar ni sitio donde quisiera estar. Sentí que no había mañana, ni pasado, ni mes que viene. Que se habían acabado el norte y el sur, la noche el día y todos los planes y todos los mares y todas las playas y todos los soles. Que la vida – mi vida- estaba arruinada en toda la tierra. Pero la sangre siempre cayó hacia adentro. Las heridas que tuve las he curado sola. Los secretos de aquellos a los que alguna vez llamé “mi amor” están seguros. Y, si aun quedaban ganas de vengarse –no por lo que se había ido sino por lo que ya no tendría nunca más-, la mejor venganza fue la de siempre: el olvido.

 
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