Robert E. Howard, el padre de Conan
El apellido Howard y el nombre Robert son bastantes comunes y no les dirá nada, salvo que vaya asociado a un personaje literario que él creo y que fue mucho más conocido: Conan el Bárbaro. Para entender cómo pudo concebir un personaje tan musculoso, tan audaz, tan legendario y tan bestia hay que conocer cómo fue la infancia de Robert, una infancia acomplejada
En Peaster (Texas) vivió unos cuantos años y luego tuvo que ir de lugar en lugar, soportando las palizas de chico nuevo en la decena de ciudades donde transcurrió su infancia hasta que, con 13 años, su familia se asentó en Cross Plains, en el centro del estado, de la cual apenas saldría. En su niñez era muy delgado, de constitución enclenque y, por lo tanto, el blanco de todas las bromas ácidas de sus compañeros de clase. Lo compensaba con sus grandes dotes intelectuales. Le encantaba leer novelas y apenas tenía amigos, salvo sus libros de literatura, mitología e historia. A los nueve años ya había escrito su primer relato, pero al ser tan enfermizo, era un niño introvertido y huraño. Se transformó en adicto al gimnasio y llegó a ser un joven fornido y apuesto.
Con 18 años vendió su primer relato, La lanza y la espada, a la revista de literatura popular Weird Tales, donde saldría la mayor parte de su obra. Le habían pagado 16 dólares por ese primer relato y tres años después esa cifra se había multiplicado por diez. En 1929, Howard había alcanzado la cota de 772 dólares por la venta de sus relatos, y con ello se había convertido en uno de los hombres más adinerados de la ciudad en que residía. Ese mismo año aparecieron dos de sus personajes más importantes: Solomon Kane, un espadachín puritano de principios del siglo XVII, y el Rey Kull de Valusia a quien había situado Howard en una Era imaginaria anterior al hundimiento de la Atlántida y que inauguró el género de la fantasía heroica con su relato “The Shadow Kingdom”.
Howard declaró un día que su gusto por el terror y la fantasía provenía de las narraciones tenebrosas que le contaba una cocinera negra durante su infancia. Sus héroes eran lo contrario de él mismo: gigantes de una fuerza hercúlea, mujeriegos u hombres vengadores de entuertos para que la virtud sea restablecida en el mundo. Se interesó por el estudio de civilizaciones desaparecidas como la Atlántida cuyo trasfondo aparece en varias de sus novelas de “fantasía heroica”, también denominado de “espada y brujería” (o en su muy conocido término inglés: sword and sorcery).
Vivía con su madre de la que dependía emocionalmente y los complejos nunca se le fueron. Gracias a escribir tanto y de crear héroes y personajes fantásticos de toda calaña, clase y condición, en 1935 Howard tenía un buen ritmo de ganancias. Pero en 1936 se le fundieron los plomos, entró en depresión y decidió suicidarse pegándose un tiro con tan solo 30 años.