José Antonio Primo de Rivera, ¡ausente!
Los que se llevan las manos a la cabeza aduciendo que la exhumación reabre heridas no quieren ver que las heridas nunca se cerraron
Madrid
No hay que darle demasiadas vueltas: apenas se requiere algo de sensibilidad democrática y un mínimo de conocimiento histórico para entender la trascendencia de la exhumación de José Antonio Primo de Rivera de Valle de Cuelgamuros. Era intolerable que, aún hoy, la basílica acogiera en un lugar preeminente junto a su altar mayor la tumba del fundador de la Falange, mito del régimen franquista y figura emblemática para los que hoy —sí, todavía los hay— siguen justificando el Golpe de Estado de 1936, se esmeran en la búsqueda de un inexistente equilibrio en las ignominias de la Guerra Civil o, aún peor, se afanan en dibujar como tiempo de paz la sangrienta dictadura de Francisco Franco.
Todos los que se llevan ahora las manos a la cabeza aduciendo que se reabren heridas no quieren ver que las heridas nunca se cerraron. A lo sumo, se puso una tirita para disimularlas. No, no puede cerrarse nada cuando aún hay miles de familiares que siguen buscando con una tenacidad encomiable los cuerpos de sus asesinados en la Guerra Civil. Familiares que sólo aspiran a que los restos de sus parientes abandonen la ignominia que sigue siendo (que siempre será, por mucha resignación que se haga) el Valle de Cuelgamuros. Hay más de 33.000 cuerpos en la que es la mayor fosa común de España y se han registrado al menos 118 peticiones de exhumación. Ese traslado, junto con la expulsión de la comunidad benedictina del mausoleo, debería ser prioritario por decencia y dignidad democráticas. La historia no se termina con Primo de Rivera.
La exhumación es relevante por su simbolismo. El fundador de la Falange fue el constructor del corpus ideológico del que el caudillo se aprovechó, sobre todo en los primeros años, sin el más mínimo rubor: el fascismo como bandera y el falangismo como motor, pero sin el mártir José Antonio. La manipulación de la historia y de la realidad franquista asentó la creencia de que Primo hubiera sido un excelente compañero de viaje de Franco, algo que ningún análisis serio sostiene. Sin embargo, esa bicefalia Franco-José Antonio ha pervivido porque fue la idea que, brazo en alto, la dictadura inoculó a la sociedad española durante décadas.
Si Franco y José Antonio siempre fueron una especie de ‘dos al precio de uno’, carecía del más mínimo sentido que el fundador de la Falange permaneciera más solo que la una en Cuelgamuros. Es cierto, no obstante, que podría haber sido reubicado dentro del mismo Valle como ejemplo de la resignificación de las víctimas de ambos bandos. La exhumación —pactada con sus familiares—, no sólo es coherente, sino estrictamente democrática y está amparada por una Ley que escuece tanto a algunos porque plasma la realidad de que la buena fe y el olvido no son suficientes para dejar atrás una guerra y una dictadura que causaron tanto dolor, injusticia y sangre.
Si aún hay españoles que se indignan ante la tenacidad de los familiares que buscan a sus allegados asesinados para darles digna sepultura, deberían mirarse el corazón. Si aún hay españoles que ven lógico que haya un monumento erigido para exaltar la victoria franquista, deberían recibir clases de democracia.
Y, como penitencia, leer un buen libro de Historia.
Guillermo Rodríguez
Guillermo Rodríguez es director de los Servicios...