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Gabriel Mamani Magne: "Limpiamos las pintadas contra Colón, pero no las pintadas racistas en los barrios"

El escritor nos presenta 'Seúl, Sâo Paulo', Premio Nacional de Novela de Bolivia en 2019. Una historia de jóvenes adolescentes, que buscan su lugar en una sociedad machista, clasista y racista.

Gabriel Mamani Magne: "Limpiamos las pintadas contra Colón, pero no las pintadas racistas en los barrios"

Gabriel Mamani Magne: "Limpiamos las pintadas contra Colón, pero no las pintadas racistas en los barrios"

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Periférica es una de las editoriales independientes españolas que apuestan cada vez más por traer voces de Latinoamerica a las librerías españolas. 'Seúl, Sâo Paulo' es un ejemplo reciente, la primera novela de Gabriel Mamani Magne (La Paz, Bolivia, 1987). Profesor, traductor y escritor boliviano, Mamani consiguió con este libro el Premio Nacional de Novela 2019 en su país. Nos cuenta la historia de Tyson, nacido y criado en un barrio de inmigrantes en Sâo Paulo, que regresa con su familia a El Alto, en Bolivia, tierra de sus progenitores. Allí lo recibe el narrador de la novela, su primo, en una búsqueda del yo y de la identidad comunitaria.

Naciste en La Paz, en Bolivia, "esa puta llamada Bolivia". Es una de las cuestiones del libro: ¿te consideras brasilero o boliviano? ¿Eres boliviano a mucha honra y con orgullo?

Creo que los orgullos nacionales son un poco peligrosos hoy en día en el mundo, con tantos flujos migratorios. Sin embargo, las identidades son negociables. Yo estoy viviendo ahorita en Brasil y acá por supuesto, soy boliviano y me siento muy orgulloso de de mi origen, de mis raíces, de lo que representa la bolivianidad. Acá hay mucha inmigración boliviana en Sâo Paulo, una subalternaización también triste, pero en la cual encuentras también muchos signos de irreverencia por parte de la cultura boliviana, que mantiene sus costumbres, su lengua y ocupa espacios de poder. Pero cuando estoy viviendo en Bolivia, ahí la idea de lo boliviano me hace mucho ruido, porque en Bolivia la idea del boliviano, la boliviana, está asociada a una idea, a una aspiración, según mi interpretación, blanco mestiza. El boliviano es una persona con una herencia mestiza, una herencia indígena fuerte, pero no tan importante como lo es en realidad. Así que en Bolivia, si hay que elegir una etiqueta en este mundo lleno de etiqueta, prefiero decantarme por decir que soy aymara, que es la nación indígena a la que pertenece mi abuelo y mi padre. Así que en Brasil es una cosa y en Bolivia otra. En Europa quizás sería latino, qué sé yo. Entonces ese orgullo es movedizo. Y aquí hablo de la puta llamada Bolivia de una forma muy premeditada, porque pienso que esta idea de la bolivianidad es como una mercancía, algo cosificado, injustamente cosificado, ¿no? Porque el término boliviano dentro de Bolivia es súper problemático. Y en ese problema hay mucha riqueza para pensar el país.

No sé si te gusta el fútbol, pero ¿apoyas a la selección de Bolivia o sois todos de Brasil, como leemos en la novela?

Yo apoyo a Bolivia siempre, lo cual obviamente me trae muchas tristezas. Pero apoyo a mi equipo, The Strongest, el Tigre, que está jugando la Copa Libertadores, soy muy fan de la selección y de los equipos bolivianos. A nivel internacional prefiero a Messi, siempre Messi que a Ronaldinho, pero bueno, eso es otra discusión.

"En este país están todos locos por el fútbol". ¿De qué manera marca o define la identidad de uno y de un país el fútbol en general y que Bolivia no esté en el mundial en particular?

Creo que mi generación de bolivianos es una generación triste, porque no hemos visto a Bolivia en un Mundial. Mi padre sí los vio en el 94. Entonces, para un país súper futbolero, esa es una ausencia bien grande y bien interesante. El fútbol es un deporte popular en todo el mundo, más allá de que tu selección sea buena o mala, vivas en Mozambique, España, Italia, Inglaterra o China. Es tan potente, mueve tantas pasiones, que hay idiosincrasias marcadas también por esas victorias o esas derrotas. Te pongo el ejemplo de lo que pasa con Turquía. Los turcos son refutboleros, su selección ya nunca va al Mundial, pero eso no quita la pasión que hay en un país. Y en el caso boliviano eso es interesante, porque no nos va muy bien en las competiciones internacionales, pero eso no quita esa pasión casi enferma que tiene la gente boliviana por ver fútbol y por jugarlo.

¿Y qué tiene Brasil, qué tiene Río de Janeiro que parece un sueño para muchos jóvenes? "Ahorrar, casarse y largarse a Río", leemos. O Sâo Paulo, la ciudad más grande de América Latina, en la que vives.

Para Bolivia tiene una economía muy fuerte. Si analizas los datos en Latinoamérica, el Brasil tiene el PIB y el nivel de vida más alto. Eso acarrea otros problemas, como la alta criminalidad, que sé yo, pero por cuestiones económicas y fronterizas, tenemos a Brasil al lado, a Bolivia le parece muy atractivo el Brasil, no como destino turístico, sino como destino laboral. Río de Janeiro es una ciudad súper sensual para el mundo, no sólo para Bolivia. El tiempo que he vivido en Río de Janeiro parece un tiempo perteneciente a una cápsula hedonista, en la que uno estaba cerca de tanta belleza, de tanta intensidad, tanta música. Río de Janeiro es muy interesante, muy atractivo, muy eficiente. O ojo, que eso también puede ser algo bueno, como algo malo. Y comparado con Sâo Paulo, Sâo Paulo sería como la gran fábrica, el gran lugar donde vas a trabajar, mientras que Río es lo contrario, el lugar donde te sueltas de todos esos cartones morales en los que te han encajado.

Hay quien habla en "un castellano gangoso", en portuñol, "en un español collísimo" o en aymara. La lengua nos delata, como a Tyson "el bolibrasuco", que confunde español y portugués. La lengua y el aspecto. Esta historia es, entre otras cosas, un regreso a las raíces, una búsqueda de la identidad o una renuncia a la identidad, a la bolivianidad: el ponerse protector solar para que la piel se oscurezca lo menos posible, "cuanto más blancos mejor". ¿Es la cultura blanca dominante todavía?, ¿cuanto más occidental mejor? ¿Ha cambiado algo tras la pandemia, que parece que hemos regresado al hogar, al origen, a nuestras raíces?

Yo soy un pesimista. Creo que Latinoamérica es una región muy alienada, con muchos traumas. Por supuesto hay gente que desde la militancia, desde la Academia y la literatura o las artes va pugnando por una igualdad, por quitarle el privilegio a esa idea de la blanquitud. Pero aquí en Brasil, en Bolivia, en Perú, Argentina, ese destino, ese horizonte blanco, que no es solo un color, sino una idea, es bien difícil de quitárnosla de la cabeza. Por supuesto que no estamos en la Sudáfrica de los años 90 ni en la Alemania de los años 30, donde te azotaban por cierto tono de piel, pero creo que esos azotes son hoy micro azotes. Lo que decía Foucault, es como la microfísica del poder, violencias todavía presentes, que se siguen ejerciendo tanto desde el lado policial, estatal como por comentarios, chistes, apreciaciones. No ha cambiado, pero sí creo que cada vez hay más gente consciente de eso, de que hay que luchar, sobre todo gente racializada que entiende que es una lucha constante, una batalla cultural desde todos los flancos: el periodismo, la Academia, la literatura, el fútbol, las artes, la política.

¿Hemos dejado de dar ciertas batallas y por eso el auge del fascismo en América y en Europa? ¿Han perdido los jóvenes la memoria o no tienen memoria, desconocen la historia y las atrocidades cometidas? ¿Blanqueamos hoy el fascismo?

Sí, creo que el fascismo ha sido muy capo, ha tenido muchos recursos a la hora de revisitar la historia. Al mismo tiempo que hay muchas reivindicaciones sociales, el revisionanismo ha estado a la par. Aquí el gobierno de Jair Bolsonaro, que el el peor político que he podido ver en mi vida, el presidente de Brasil. Es interesante ver cómo en la medida en que había más reivindicaciones que antirracistas, por los derechos LGBTQ y feministas, había grupos que se sentían atacados y empezaban a formar un relato. Un contrarrelato que gana fuerza porque es un contrato fácil al que adherirse. Hay mucha tarea por hacer. En Brasil me di cuenta de algo positivo y es que la gente está muy politizada, sobre todo la juventud. Las universidades son centros de debate, de discusión, de lecturas. Y yo cuando era jovencito, a mis 20 años no tenía ni una mínima idea de lo que era la historia, salvo por la universidad. Ahora soy profesor de alumnos de 19 años que tienen una conciencia de la historia y una sensibilidad, que es más importante todavía. Estos muchachos que se entregan a los placeres de la juventud, también tienen el lado histórico para nada descuidado.

"Estudiantes de ciencias sociales, hablando de los infinitos problemas de este país, perdiéndose en el humo de la marihuana y, al parecer, intentando encontrar la solución a esos problemas en cada fumada". Eso escribes. ¿Qué futuro le ves a la juventud para cambiar el país y su destino? ¿Estamos anestesiados por demasiados estímulos?

Claro. Yo creo que cada generación encuentra como autodestruirse. Yo soy bien crítico y en el libro lo manifiesto. Y siempre que hablo sobre los progresismos latinoamericanos, que hacen un gran trabajo por las igualdades, sin duda inmenso, pero que infelizmente, por lo menos en Brasil y en Bolivia, están secuestrados por una clase privilegiada con culpa de clase. Que bueno, está bien analizar el país, obviamente hablar de derechos, pero también es muy fácil hablar de eso con tu porro entre los labios. en el piso veinte de un edificio de lujo, con tu sueldo de profesor universitario. Una profesora brasileña a quien quiero mucho, me decía que la Academia brasileña, la intelectualidad, era como un grupo de personas que los problemas del país en una torre de marfil al borde del abismo. Y yo pienso que es así. Eso no quiere decir que el trabajo de estos intelectuales sea infructuoso o innecesario, pero creo que es bueno siempre criticar cualquier rasgo de privilegios en los círculos intelectuales. Y volviendo al tema de la juventud y de estas anestesias, creo que son tiempos bien complicados con las redes sociales, la desinformación. Uno pensaría que con tanta información circulando, Google, internet, WhatsApp, TikTok, que sé yo, estaríamos mejor condicionados para afrontar esos tiempos. Pero es lo contrario, porque hay tanta desinformación, cosas no verificadas, chismes, fake news, agresiones, difamaciones. Y con esto de las Inteligencias Artificiales más todavía, el futuro me parece un poquito peligroso.

El colonialismo es otro asunto presente en esta historia. Hay un debate después del movimiento Black Lives Matter, nuevas voces y relatos que buscan convivir. ¿Qué hacer con las estatuas vandalizadas? ¿Hay que retirar estatuas y monumentos o deben permanecer en lugares públicos, aunque sea vandalizadas, para recordar la historia a las futuras generaciones?

En Bolivia ha habido mucho de ese movimiento, he escrito un artículo hace poco tiempo sobre esta fragilidad, la del mestizaje boliviano. En La Paz había mucha gente que protestaba por la intervención o vandalización de esas estatuas. Pero yo creo que lo hacía no tanto por una preocupación por el ornato público, sino porque les incomodaba pensar en todo lo que representaba la estatua de una persona, en este caso Colón, que representa el colonialismo. Es una visión iconoclasta, superficial, porque es una pinturita, nada más. Creo que es importante porque esta ola iconoclasta, que pasa no solamente en Bolivia, sino en Europa, también en Colombia o en Argentina, busca desmontar símbolos. Símbolos que importan porque incomodan y esa incomodidad nos hace pensar. ¿Sabías que la palabra monumento deriva del latín? Monumentum, que significa advertir, recordar, traer el recuerdo. Es decir, la presencia de esas estatuas nos trae un recuerdo y la presencia de esas estatuas pintarrajeadas, vandalizadas, nos trae otro recuerdo, ¿me entiendes? Es como un recordatorio de que hay algo que está equivocado. En La Paz hay una estatua de Colón, en el centro centro de la ciudad, y está pintada por las feministas desde hace un año. Y la alcaldía municipal, en un acto demasiado conservador y triste, le ha puesto como un cerco a la estatua para que nadie más la pinte. Todo supuestamente en defensa del ornato público, de las buenas costumbres, que puede ser entendible. Lo que yo nunca voy a entender es que en Bolivia, por ejemplo, en las elecciones de 2021, si no me equivoco, en muchos barrios se pusieron mensajes racistas en las paredes contra ciertos políticos y el gobierno municipal nunca limpió eso. O sea, te pones a limpiar pintadas de un italiano que ha muerto hace tanto tiempo, pero no te pones a limpiar mensajes racistas en las paredes. Estas intervenciones públicas que parecían superficiales, no lo son del todo porque incomodan y creo que sólo desde la incomodidad podemos pensarnos. Y en ese pensarnos, tal vez encontrar una solución.

Portada de &#039;Seúl, Sâo Paulo&#039;, de Gabriel Mamani Magne

Portada de 'Seúl, Sâo Paulo', de Gabriel Mamani Magne / Periférica

Los personajes, estos jóvenes buscan un lugar donde acomodarse y no sintiéndose de ningún lugar. Hay clasismo y racismo por todos lados, "los bolivianos no son bienvenidos", "aquí no se aceptan perucos". Un laberinto identitario en una familia, en este caso de inmigrantes. ¿Qué peso tiene este racismo y clasismo en la autodeterminación personal, en la reafirmación de lo que somos y queremos ser?

El libro obviamente habla de esos temas y muchos más, pero lo que me llama la atención desde que salió el libro es que cuando lo escribí, solamente quería contar la historia de dos adolescentes, un boliviano, el otro brasileño, hijo de bolivianos, en su último año de colegio, bachillerato, que no saben qué hacer con su vida, que son cachondos, que quieren coger, que no tienen futuro y ya. Esa era mi idea. Pero ahí me di cuenta, escribiéndolo, de que un boliviano a esa edad obviamente empieza a entender su lugar en el mundo y obviamente se enfrenta al racismo. Son temas centrales que nunca deberían ser olvidados. Hablar de Bolivia siempre es hablar de un trozo de racismo. No podía no mencionar esta encrucijada identitaria. No es que yo me pusiera a escribir esto para reivindicar, es de lo que hablan los adolescentes migrantes de El Alto y esto hizo que afloraran más problemáticas, más dilemas. Y claro, ya saliendo un poquito de la novela, creo que el tema de las identidades raciales en Latinoamérica no está resuelto de ninguna forma. Con el gobierno de Evo Morales en Bolivia, se creyó, por lo menos a nivel internacional, que el problema estaba resuelto. Pero no es así. Hay una idea equivocada de que Bolivia, por ser el país con mayor porcentaje indígena, no tiene problemas raciales. Lo mismo pasa en Perú, en Colombia o aquí en Brasil. Con una educación pública pésima, con la falta de acceso a recursos, a libros y con un sistema que te empuja a trabajar todo el tiempo y que no tengas tiempo para pensar, obviamente que el tema racial nunca va a estar resuelto.

Dos adolescentes cachondos que lo que quieren es follar, dice. ¿Siguen muchos jóvenes iniciándose en la sexualidad a través de la prostitución? Aquí en España el porno está haciendo mucho daño entre cada vez más jóvenes, niños.

Poco podré hablar de lo que pasa con los jóvenes de ahora en Bolivia, porque ya no soy un joven, pero sí puedo hablar por lo que he visto en familiares o alumnos y también lo que recuerdo en mi adolescencia. La violencia con la que nos educamos está marcada también por lo virtual. Ponte que hace 30 años, quien quisiera ver pornografía, alquilaba un VHS o compraba una revista y con la llegada de las redes sociales, de Internet, todo eso se facilita. La pornografía es algo presente, al menos desde la adolescencia que yo recuerdo. Sobre todo porque La Paz es una ciudad andina muy cerrada, muy poco abierta a hablar directamente esas cosas. Más aún todavía en la Bolivia de los años 2005, cuando yo era adolescente y que, comparado con Brasil, es diferente. Acá es normal que una parejita de 15 años, el chico se quede en la casa de la chica a dormir. 'Mamá, se queda Fulanito a dormir'. Decir eso en mi adolescencia era impensable, me expulsaban de la casa de mi novia. Entonces creo que también esas idiosincracias afectan demasiado. Y ese tema de la educación sexual es también algo que no está resuelto, porque mira que justo en Bolivia se quiere implementar una nueva malla curricular en la que se introduzcan temas de la discusión de la educación sexual. Y por supuesto no han faltado grupos conservadores o mal informados que han entendido que eso implicaría enseñar a que los niños se masturben. Ideas locas. Es una campaña totalmente de desinformación que adquiere más fuerza con las redes sociales. Creo que va a quedar en nada, porque no se va a implementar por esa presión católica, paternal, conservadora y que no es solamente boliviana. En Perú, mira, hace dos años o tres había un grupo que se llamaba 'Con mis hijos no te metas', que ya marchaba por todo el Perú contra la supuesta sexualización de las guaguas de los niños y era totalmente falso. Acá en Brasil, un país súpermoderno en términos latinoamericanos, con Lightyear, de Toy Story, en la que hay un beso de un segundo de dos mujeres, la gente no quería que los niños la vieran, consideraban que se les ideologizaba por un beso de dos segundos. Súper triste. Así que este tema de la sexualidad en países como Bolivia, acá en América, es un tema aún sin resolver y obviamente yo lo he recogido en el libro porque lo conozco y me preocupa.

"Somos todas las guerras que perdimos". Junto con el fútbol, hay mucho peso de lo militar, son adolescentes en la milicia juvenil boliviana. ¿Cómo marcan la militarización, la violencia y el discurso bélico a estos jóvenes?

La historia latinoamericana está muy marcada por el militarismo, tanto por las revoluciones que marcaban la supuesta independencia de los países, como por los constantes golpes de Estado en Bolivia, Argentina, Chile, en tantos lugares, cada uno más sangriento que el anterior. Creo que esa vocación autoritaria nos ha marcado demasiado. Y a Bolivia en particular, porque muy poca gente lo sabe, pero la guerra más importante internacional que hubo en Latinoamérica en el siglo XX fue la Guerra del Chaco, Bolivia y Paraguay, en los años 30, donde murió mucha gente y hasta el día de hoy se siguen escribiendo libros sobre esa guerra, novelas, cuentos, historias. Y si a eso le sumamos los constantes golpes de Estado, qué sé yo. Los personajes del libro, como los personajes de la vida real, van creciendo con una naturalización del autoritarismo del hombre que grita, que está puteando, enojado, que mangonea. Y obviamente eso genera un silenciamiento de muchas personas, en este caso de las mujeres. En el libro yo quería ser fiel a la Bolivia que conozco, muy marcada por eso. Hay un episodio en Sâo Paulo, un partido en el que las mujeres están cocinando y los tipos ahí enloqueciendo por el fútbol. Para mí era muy importante retratar ese abismo autoritario de misoginia en el que el andino común, el boliviano común, está sumergido. Y ese mismo abismo es el que impide que hoy existan otras voces, en este caso femeninas, que puedan tener una presencia fuerte.

 
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