Las fosas comunes más grandes de la inmigración

Se podría pensar que ha sido una terrible casualidad la que ha querido que hayan coincidido algunos naufragios en el Mediterráneo, el más terrible, el de Grecia, todavía con cientos de desaparecidos, o en aguas Canarias, con el primer aniversario de una de las tragedias más terribles que ha tenido como escenario la frontera sur de Europa, la masacre de la valla de Melilla. Y decía que se podría pensar, que ha sido una terrible casualidad, porque realmente no lo es. Tanto el Mediterráneo como la ruta Canaria son las más grandes fosas comunes de la inmigración. Centenares de personas mueren todos los años, muchas más de las que nos enteramos, en su intento por alcanzar Europa, y por eso la coincidencia no es más que una cuestión de probabilidades, porque parece que no hay día en el que no nos enteremos de la llegada de una patera, en el mejor de los casos, de un naufragio, en el peor.

Volvemos, pues, estos días a hablar de inmigración, pero sobre todo deberíamos volver a hablar de la incapacidad de Europa para encontrar la solución. Desde el naufragio de Lampedusa hasta el del Mar Jónico de la semana pasada, casi una década después, las tragedias se han ido sucediendo ante la mirada impasible de Europa, incapaz en este tiempo de encontrar los mecanismos necesarios para que las muertes no se sucedan. Cada vez que hay una tragedia, los políticos, bueno, algunos políticos fingen que están preocupados, pero luego no pasa nada.

Es más, el avance de la ultraderecha en Europa, con presencia ya en algunos gobiernos y la amenaza de la presencia en otros, luego hablaremos de los pactos entre el PP y Vox, sitúan la inmigración en otro plano, en el del argumento negativo para conseguir votos, no olviden que en el pacto entre el PP y Vox en la Comunitat Valenciana se habla de señalar a los inmigrantes irregulares.

Para que se hagan una idea, un año después de la tragedia de Melilla, nadie ha hecho nada, no ha habido, desde España, ningún tipo de investigación judicial en serio, no ha habido reparación a las familias de las víctimas, pero es que ni siquiera sabemos la cifra real de fallecidos. Y la estrategia de Europa sigue pasando más por el control de fronteras que en evitar las muertes de las personas que tratan de llegar a Europa. No hay ni políticas ni mecanismos para evitar los naufragios, al contrario, se dificulta cada vez más el trabajo de las ONG en los rescates, la única posibilidad que tienen los migrantes, a menudo, par salvar sus vidas, porque son estas organizaciones las que suplen el trabajo que deberían hacer los estados.

Hace casi una década de la tragedia en Lampedusa, casi el mismo tiempo de la del Tarajal, en Ceuta, un año de la masacre de Melilla y apenas una semana del naufragio del Mar Jónico, nada ha cambiado en este tiempo, ni para Europa, que no ha cambiado sus políticas, ni para los migrantes que, desgraciadamente, siguen muriendo.