La piedra de la locura
"Los buenos amigos no quieren nuestro bien: expanden lo peor de nosotros hasta hacerlo inmejorable. Nos devuelven a nuestra verdadera naturaleza aunque sea una naturaleza desahuciada"
La piedra de la locura
Buenos Aires
Hace cuatro años que no veo a mi amigo Matías Rivas, poeta y editor chileno. Acaba de publicar un libro titulado Un poema de amor. Allí pueden leerse estos versos bestiales que reflejan bien lo que se mueve en su mundo interior: “El fin de nuestro amor ha sido leve/. Perdimos la pasión en sótanos como una rata ciega. / Ya no aprecio tu silencio y sé cuánto detestas mi cinismo. / Me aburren tus miedos y a ti mi intensidad. / El costo ha sido mínimo/ respecto de las promesas que nos hicimos en la cama y en el auto/. Guárdate los recuerdos, si te quedan”. La última vez que estuvimos juntos fue algún día de octubre de 2019, cuando su país estallaba en una protesta social. A veces pienso que si los dos viviéramos en la misma ciudad moriríamos de sobredosis, él de mí, yo de él, aplastados por un entusiasmo fuera de norma. Hoy hablamos por teléfono dos horas y media. Es el mejor DJ de conversación que conozco: engancha un tema con otro, hace nexos disparatados. Cuando hablo con él, recuerdo esa frase que dijo Nina Simone cuando contaba sus encuentros con Lorraine Hansberry, la primera dramaturga afroamericana que estrenó una obra en Broadway. Decía “Nunca hablábamos de hombres o de ropa, sino de Marx, Lenin y la revolución: charla de chicas de verdad”. Hoy con Matías hablamos de estacionamientos subterráneos, de la policía, de George Perec, de Gilles Deleuze, de Clarice Lispector, de política, de poetas, de la Virgen María, de Louise Bourgeois, de psicoanálisis, del osado sadismo que admiramos en algunos entrevistados, de los años 90, de escritores que fuman, del MOMA, de Roberto Bolaño, de Richard Ellmann, de Joan Didion, de Fogwill, de Marcelo Bielsa. Creo que terminamos la conversación porque nos dio pudor el placer que nos daba tanto desborde. Cuando colgamos, me fui a correr. Yo venía de algunos días malos, atrapada en el hormigón de un dolor en el cuerpo que me afectaba el ánimo. Era la encarnación de aquello que dijo Montaigne: “Mi vida está llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”. La temperatura estaba en dos grados y sentí el impacto del lado de adentro del cráneo, como si me estuvieran trepanando sin anestesia, pero corrí como un animal, flotando, repleta de ideas, la maquinaria otra vez a toda marcha. Cuando llegué a casa, el hombre con quien vivo me miró y me dijo: “Estás incendiada. ¿Qué pasó?”. “Hablé más de dos horas con Matías”. Me dijo “Ah, es eso. Te incrustó otra vez la piedra de la locura”. Los buenos amigos no quieren nuestro bien: expanden lo peor de nosotros hasta hacerlo inmejorable. Nos devuelven a nuestra verdadera naturaleza aunque sea una naturaleza desahuciada. Para decirlo corto: nos rescatan.