Adelante y atrás

Estaba haciendo la maleta de verano, y ahora no sé si echar ropa para cuatro o cinco años. Pero, como decían los Chunguitos, me quedo contigo. Contigo es España. Una España que persiste en la memoria. La memoria son las cosas que, de golpe y porrazo, me contaba mi madre en su silla, sin soltar la aguja de coser. Me contaba cosas de la familia, de mi abuelo. Cosas de rojos. Luego, esa memoria la vi en los libros. Porque cuando acabó la dictadura, salieron muchos libros y revistas. Nunca he aprendido tanto de lo que pasó como en aquellos días. Ahora se sabe más y mejor, pero se dice menos, no está en las televisiones, ni en los kioscos. El saber no está en la vida cotidiana. Por eso calan las mentiras. Durante años, guardé un ejemplar de la revista Historia 16 por una foto que traía. Era una imagen de la proclamación de la República, y salía la gente en la calle celebrando el acontecimiento. En medio de la multitud, estaba un hombre tocando el acordeón, y fue eso lo que me estremeció. Del acordeón hizo un elogio sentimental Pío Baroja, está en su novela Paradox, rey. En Francia, tocaban el acordeón los canallas y los existencialistas. En Argentina, los tanguistas. Bueno, era un bandoneón. En mi barrio, lo tocaban los payasos para acabar las actuaciones. La memoria no es acordarse de lo que pasó. Eso es memoria histórica. La memoria es el presente vivido. Memoria es no olvidarte de todo lo que eres. En el naufragio de la memoria, hay que salvar siempre los recuerdos de tercera clase, porque esos son los nuestros. Me acuerdo mucho del Cine Exín, por ejemplo. De que las películas podían pasarse adelante y atrás. Era uno quien decidía si quería ir adelante o quería ir atrás, porque lo bueno del Cine Exín es que todo está en nuestras manos.