El cambio de calendario o cómo los británicos perdieron once días en 1752
La Academia de Saberes Inútiles explica cómo era el desajuste entre el calendario gregoriano y el calendario juliano
El cambio de calendario o cómo los británicos perdieron once días en 1752
Hay episodios en la Historia que rozan la ficción y que solo podemos creérnoslos porque tenemos una documentación que los sustentan. En este nuevo programa de la Academia de Saberes Inútiles, Marta Fernández nos trae uno de ellos. Es el caso de los británicos, que en 1752 perdieron once días en su calendario y que no pudieron recuperar. El motivo no era otro más que acompasarse con el resto de Europa, que llevaban un ritmo diferente.
En el siglo XVIII, Europa se regía en su mayoría por el calendario gregoriano, aprobado bajo el papado de Gregorio XIII en 1582 y cuyo mayor impulsor fue el rey Felipe II. Este nuevo calendario desplazó el que se usaba hasta entonces, el juliano en honor a Julio César, ya que no se ajustaba del todo al año real astronómico: era once minutos más corto.
Aunque puede ser algo imperceptible en el día a día, la realidad es que al final de cada siglo se perdían 18 horas. Así, las horas atrasadas acumuladas ya no coincidían con el equinoccio de primavera ni con el de otoño. El astrónomo David Galadi explica para 'La Ventana' que "las autoridades de la época consideraron que el calendario tenía que tener un carácter solar y ajustarse a los ciclos estacionales con la mayor exactitud posible. Además, por motivos religiosos, la Iglesia católica tenía mucho interés en que la fecha promedio del equinoccio de primavera cayera el 21 de marzo".
Los Estados católicos fueron los primeros en aceptar el calendario gregoriano, en especial los territorios bajo dominio de Felipe II. De hecho, la Universidad de Salamanca fue pionera en los primeros estudios para el nuevo calendario. Poco a poco, la reforma se iría expandiendo hasta Francia o el Sacro Imperio Romano Germánico. Fue esta la razón por la que Gran Bretaña no aceptó el nuevo calendario, para no acatar lo establecido por el Vaticano y por su principal enemigo de entonces, la corona española.
Es decir, que durante más de siglo y medio existió un desfase entre las fechas de la historia británica y la del resto de países europeos que ya habían adoptado el calendario gregoriano. Muchos eventos destacados no coincidían en su celebración, como el Año Nuevo, la Navidad o la Semana Santa.
De esa forma, fue finalmente en 1752 cuando los británicos decidieron aceptar la reforma gregoriana y así, el 2 de septiembre fue seguido por el día 14. Este reajuste no fue muy bienvenido en la sociedad británica, menos aún para los Tories, que animaron a sus votantes a manifestarse al grito de "Devolvednos los once días". Los más conservadores lucharon por volver al calendario juliano y no someterse al ritmo de Europa, aunque no lo consiguieron.
Aún quedaron muchos otros países que no se ajustaron a la nueva datación porque no residían bajo la influencia de la Iglesia Católica. Por ejemplo, a principios del siglo XX, Rusia aún se regía por el calendario juliano. Es por ello que la famosa Revolución de Octubre de 1917, para el resto de Europa ocurrió en noviembre.
El desajuste del 23 de abril
El 23 de abril es una fecha muy señalada para el mundo de la literatura. Celebramos el Día del Libro, Sant Jordi y que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día. Sin embargo, este desfase en los calendarios nos enseña que realmente estos dos grandes genios no murieron el mismo día.
Para cuando Shakespeare falleció en Inglaterra, en España y en el resto de países que ya habían adoptado el calendario gregoriano ya era 3 de mayo.