Deber del agrado y política

Madrid

Alfonso Guerra me hizo acordarme de Matilde Fernández, histórica dirigente del PSOE que contó que cuando las mujeres de su generación empezaron a entrar en política se encontraron con que no había democracia en el país, pero tampoco en las organizaciones, ni siquiera en las de izquierdas. No me puedo imaginar lo agotador que debió ser luchar por los derechos de todos y al mismo tiempo tener que educar a esos hombres progresistas que no se atrevían ni a pronunciar la palabra feminismo.

Se desprende de las declaraciones de Guerra que algunos quisieron y consiguieron impermeabilizarse ante tales esfuerzos pedagógicos. Gracias a la paciencia y la constancia de esas pioneras ahora todas gozamos de algunos de los derechos que conquistaron pero incluso hoy sigue habiendo reductos, tanto de derechas como de izquierdas, en los que no entra la luz de la cultura de la igualdad.

Alfonso Guerra demuestra con sus juicios sobre el pelo de Yolanda Díaz lo que constatamos todas en ámbitos muy distintos: que sigue vigente lo que Amelia Valcárcel llamó el deber del agrado. Da igual si eres limpiadora o vicepresidenta del gobierno, siempre vas a tener que ir por la vida con la pesada carga de la preocupación por tu aspecto externo como ellos no han tenido que hacer nunca. Incluso parece que cuanto más transgredes el orden patriarcal y más pisas terreno considerado masculino, más tienes que cumplir con tu obligación de presentarte como mujer para que ellos no se confundan.

El colmo es que te desprecien precisamente por haber obedecido los dictados estéticos. Los varones tienen suerte de que nosotras no les exijamos buena presencia, de lo contrario, entre calvas y prominentes barrigas, no entraría ni uno.