A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

El combustible final

"Pero esa sensación de bienaventuranza me ofende porque el país donde vivo, la Argentina, se interna en tiempos escalofriantes con un presidente de ultraderecha que quizás reparta sobre la población ya sufrida más sufrimiento"

El combustible final

El combustible final

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Compré los primeros jazmines de la primavera, me siento interesada en abrir las ventanas para que entre el sol tranquilo, en mi casa todo huele a romero. Suceden cosas banales que experimento como si fueran extraordinarias: correr bien, cocinar un pescado. Pero esa sensación de bienaventuranza me ofende porque el país donde vivo, la Argentina, se interna en tiempos escalofriantes con un presidente de ultraderecha que quizás reparta sobre la población ya sufrida más sufrimiento. Sin embargo, se lo votó masivamente: ganó con el 55 por ciento de los votos. Cuánto hay que haber sufrido, me pregunto, para que no importe sufrir más. Hace unos días vi, en la puerta de mi casa, junto a un container, a un hombre con un escobillón barriendo el pavimento. Era una de las muchas personas que hurgan en los desperdicios que arroja gente como yo hasta encontrar algo que sea útil para gente como ellos: cartón, metal, comida. El hombre había revuelto el container y estaba barriendo lo que se había desparramado. Recordé algo que el poeta chileno Claudio Bertoni me dijo hace tiempo: “Esa gente es la sal de la tierra”. El cuidado por el paisaje de ciudadanos que tienen lo que él no –una heladera, calefacción, un baño-, es un mensaje que todavía intento desentrañar, pero como hasta esa imagen me resulta bella entiendo, asqueada, que mi estado de beatitud no se condice con lo que sucede. Estoy, desde hace semanas, buscando una manera de encajar lo que votaron mis conciudadanos: la eliminación de toda regla que no sea la que imponga el mercado. ¿Qué tengo que hacer, qué puedo decir? Leo esto de Joan Dicion: “Si yo pudiera creer que ir a una barricada iba a afectar en lo más mínimo el destino del hombre me iría a esa barricada, y bastante a menudo desearía poder hacerlo, pero no estaría siendo sincera si dijera que creo que va a tener lugar tan feliz final”. A lo mejor ese bienestar inexplicable es el último suspiro de beatitud antes de que se desate el desastre. El último combustible virtuoso en una hoguera que, en breve, sólo tendrá un fuego iracundo y sin sabiduría.

 
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