A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Arqueología de uno mismo

"El año 2023 aposentó su majestad con una precipitación de acontecimientos inesperados, hijos de una inocencia amoral que yo antes no tenía"

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Buenos Aires

Cuando terminó el confinamiento por la pandemia pude volver al cine. Saqué entradas a través de la web y miré mi historial de películas. Las dos últimas databan de febrero de 2020: 1917 y Parasite. El dato me arrojó al túnel del tiempo y recordé aquel sábado y aquel domingo en los que salí de la sala oscura a una tarde de verano, elevada por la luz caníbal que produce el talento ajeno. El combustible de esa felicidad debe haberme durado largo rato, y la nostalgia de haberla sentido puede, quizás, haberme hecho algún daño durante el confinamiento. Son ejercicios del ánimo, el gimnasio del alma. No importa bajar y subir porque es la manera de conservar firme el músculo que salva de cualquier cosa. Hace un tiempo alguien calculó que corro 2888 kilómetros al año. El otro día, Spotify me envió mi “resumen de 2023”. Parece que reproduje 1245 canciones a lo largo de 14.710 minutos, que en enero escuché machaconamente el mismo tema de una banda uruguaya, en abril el mismo disco de una banda británica y en junio repetidamente a un cantante gringo. Uber también me envió mi resumen, muy modesto (casi no uso aplicaciones, privilegio el taxi), que indica que visité “un país”. Mentira, visité muchos, sólo que Uber no se enteró. Ahí están los números, goteando el óxido de lo falso. Lo que no dicen es lo que importa. Y lo que importa es que un viernes de lluvia diabólica, en ese país que visité, mientas el Uber avanzaba por la inundación, lo que había en mi cabeza era una frase que leí décadas atrás en la carta de un artista: “Ahora, yo sólo ruego: llevame de regreso a casa”. Lo que importa es que dos mil de esos kilómetros, los que no fueron puro esfuerzo, golpe de zapatilla contra el suelo, los corrí en un trance extático, alojada en una felicidad súbdita de la locura, de lo imposible que estaba sucediendo. Lo que importa es que sé exactamente por qué escuché una y otra vez aquella canción del grupo uruguayo en enero y el disco de la banda británica en abril y al cantante gringo en junio, y en qué estaba pensando en esos meses: de qué huía, de qué cosa iba al encuentro. Que detrás de todas esas mediciones capitalistas de acumulación yo veo el mar Mediterráneo, los caminos de tierra de la pampa, el derrumbe del cuerpo en una siesta blanda, el dolor exquisito de la pierna, un hotel de ruta, la mente asaltada por imágenes soberbias. El año 2023 aposentó su majestad con una precipitación de acontecimientos inesperados, hijos de una inocencia amoral que yo antes no tenía. ¿Para qué sirve un año así? Para saber cómo se puede persistir al mismo tiempo en la oscuridad y en la luz, cuál es la forma de ejercer peligro sin hacer daño, y en qué consiste el hecho de estar vivo.

 
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