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Una experta en fotografía post-mortem: "Los padres fotografiaban a sus hijos muertos para no olvidar sus rostros"

Aimar Bretos entrevista a Virginia de la Cruz Lichet, experta en fotografía post-mortem

Las entrevistas de Aimar | Virginia de la Cruz Lichet

Las entrevistas de Aimar | Virginia de la Cruz Lichet

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Madrid

Todos nosotros usamos la fotografía para captar los momentos de felicidad por los que pasamos a lo largo de nuestra vida. Rara vez hacemos fotos a personas llorando o sufriendo y mucho menos cuando están muertas. Pero esto no ha sido siempre así. Durante el siglo XIX y gran parte del XX existía la costumbre de fotografiar a los difuntos. En 'Hora 25' hablamos con Virginia de la Cruz Lichet, doctora en Historia del Arte y decana de la Facultad de Artes, Letras y Lenguas de Metz, en la universidad francesa de Lorena. Virginia es considerada la mayor experta europea en fotografía post-mortem.

Si utilizamos el término genérico, nos dice Virginia, la fotografía post-mortem sería cualquier fotografía en la que aparece un cadáver, una persona muerta en la imagen. Pero, entonces, ¿una fotografía de un corresponsal de guerra en la que aparezca un muerto también se considera fotografía post-mortem? La experta nos lo aclara: "Yo prefiero hablar de fotografía de difuntos cuando se trata de un retrato realizado en el marco del rito funerario, durante el velatorio, en el que las formas de representar a un muerto son totalmente distintas a, por ejemplo, un cadáver asesinado o cualquier otra circunstancia que sería más de noticia, de actualidad o de sucesos".

La fotografía post-mortem aparece con el nacimiento de la propia técnica fotográfica, ya desde 1840. "Incluso antes, en 1839, la Academia francesa ya dice que se estaban haciendo ensayos de daguerrotipos con cadáveres, simplemente porque no se movían y los tiempos de exposición eran largos. Pero lo que es la tradición del retrato aparece muy rápidamente, porque en realidad es una herencia de la pintura y de otro tipo de representaciones artísticas en torno a lo que era captar la identidad del difunto", cuenta De la Cruz Lichet.

Y continúa: "Ahora mismo estamos tan acostumbrados a tener fotografías de las personas en vida, en todas sus etapas de vida, que realizar una fotografía una vez difunto no tiene mucho sentido. Pero en aquella época hay que pensar que la fotografía era algo bastante costoso, que no todo el mundo podía tener una fotografía de sus seres queridos y que, a veces, las familias se endeudaban para hacer una fotografía una vez difunto para no olvidar ese rostro de ese ser querido y tenerlo también en la memoria. Era un culto de memoria". En un principio la fotografía era un símbolo de estatus, llegaba a costar cinco veces el sueldo de una persona normal. Pero, poco a poco, las técnicas se fueron democratizando, hasta dejar de ser algo tan selectivo a partir del siglo XX.

Funciones y profesionales

El retrato de difuntos tenía distintas funciones: "Por un lado, podía servir para mandar las fotos cuando las familias estaban disgregadas y no podían acudir al funeral, se mandaban algunas fotografías. Otras veces tenía una función un poquito más fría que era la de certificar la muerte del familiar y proceder a la herencia. En otras ocasiones, simplemente como culto a la memoria para hacer el duelo y con un carácter más privado, personal e íntimo". La fotografía post-mortem está muy vinculada con los ritos funerarios de las distintas sociedades.

"Los profesionales que hacían este tipo de fotos eran los fotógrafos de pueblo, de ciudad, que hacían tanto la boda, el bautizo y los funerales, los ritos de paso", nos cuenta Virginia. Y continúa con su explicación sobre si había fotógrafos especializados en esta materia: "No podemos decir que había fotógrafos que solo hacían fotografía post-mortem exclusivamente, sino que tanto les llamaban para una cosa como para otra, pero ofrecían ese servicio. Había alguno que hacía más que otros y que estaban más familiarizados con este tipo de encargos".

Imagen, duelo y arte

¿Qué relación hay entre la imagen y el duelo? Así nos lo explica la doctora en Historia del Arte: "La fotografía, incluso la que no es de difuntos o post-mortem, tiene ese vínculo con el pasado y con la posibilidad de traer a nuestra memoria algo que ya ha sucedido, que ya ha pasado. Es el principio teórico de Roland Barthes, que habla de la fotografía como aquello que nos muestra o nos vuelve a la memoria porque ya ha sido, ya no es y lo único que nos queda es la imagen, por un lado, en la memoria, en nuestro recuerdo, y, por otro, la fotografía, que es una técnica que en aquella época ya permitía grabar físicamente ese pasado. Ya lo decía Freud en 1915: 'para aceptar la muerte de un ser querido hay que enfrentarse a ella'. Los dispositivos que tenemos son de visibilidad de esa muerte para que nuestro cerebro y nuestra conciencia acepte y entienda esa realidad nueva, ese cambio. Lo vemos, por ejemplo, con los velatorios, que era la última visita al difunto y el acompañamiento de la familia, pero también lo vemos hoy en día con los tanatorios".

Aimar Bretos se pregunta si puede haber arte en este tipo de fotografía. Virginia de la Cruz le aclaraba: "Los fotógrafos que han hecho este tipo de retratos han buscado, en todo caso, producir una imagen bella a pesar de las circunstancias. La escenografía o la preparación del cuerpo son para que todos lo puedan ver de la forma más bella posible a pesar de ese dolor. La fotografía contribuye también por sus artilugios, por sus posibilidades técnicas, a producir esa imagen bella para que cuando hagamos el duelo podamos ver algo que nos parezca, por ejemplo, la elevación del cuerpo de un niño como si estuviera ascendiendo a los cielos o una mujer joven rodeada de flores como una Ofelia. Sí se busca una cierta belleza en esas puestas en escena".

La entrevista acaba con una reflexión de Virginia de la Cruz sobre el sentido de estas imágenes post-mortem: "Para unos padres que hacían el encargo de una fotografía de su hijo muerto en aquella época no había nada de insano. Aceptar la muerte de su propio hijo y querer guardar la imagen más bella posible de él, cuando nunca se había tenido una fotografía de él... Hay que pensar que en aquella época las familias no tenían fotografías de sus hijos, sobre todo de los niños. Todavía de las personas más mayores quizás, porque en algún momento a lo mejor se hizo un retrato familiar, pero en el caso de los niños no. El mayor dolor para unos padres es perder esa imagen del rostro del niño, no acordarse al cabo de diez años de qué cara tenía. El problema de nuestra memoria es que nos olvidamos con el tiempo de los detalles, de los rasgos... La fotografía contribuía a paliar ese defecto de nuestra memoria y hacer un culto a esa memoria, a ese ser querido. Y, sobre todo, no olvidarlo, que ese es el mayor dolor de cualquier persona que pierde a alguien".

Josema Jiménez

Josema Jiménez

Periodista de Sanlúcar de Barrameda. Trabajo en la Cadena SER desde 2018. Antes en Hoy por Hoy, ahora...

 
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