A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

La escritura como coartada

"Cuando la escritura no fluye, cuando no logro embarcarme en esa navegación hacia la nada, me inundo de mí, de mi infinita necesidad de consuelo, de la forma confusa que tengo de estar viva"

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Buenos Aires

Encontré una entrevista a Jon Fosse, el noruego que ganó este año el premio Nobel de literatura. La leí mientras atravesaba días raros. Las neuronas no me hacían sinapsis sino cortocircuitos. Los pensamientos nadaban hacia la superficie como buzos en búsqueda de oxígeno, pero morían antes de llegar. Es un estado recurrente en quien escribe y puede resumirse en una frase de temperamento infantil: “No me sale”. Ese “no me sale” oculta una amenaza: “no me va a salir nunca más”. Es una ineptitud que se repite cada tanto pero no por conocida resulta menos desesperante. Tampoco puede saberse por qué sobreviene. A veces, acontece después de un período de escritura fértil, cuando uno siente que no tiene nada más para decir. Una suerte de “Ya está”. Sólo que ese “Ya está” no tiene el sonido armónico de la tarea cumplida sino el eco que hace una lápida al caer sobre una tumba. La vida de alguien que escribe, o al menos la mía, está organizada en torno a la escritura: la soledad, la ausencia de distracción. Si no hay escritura, el mundo se desintegra. Siempre encontré explicaciones razonables a la pregunta de por qué escribo en el comienzo de la novela Moby Dick, que dice: “Llamadme Ismael. Hace años (…), hallándome con poco o ningún dinero en la bolsa y sin nada de especial interés que me retuviera en tierra, pensé que lo mejor sería darme a la mar por una temporada para ver la parte acuática del mundo. Es una manera mía de combatir la melancolía y de regular la circulación de la sangre. (…) Este es el sustituto que uso para el suicidio. Catón se arroja sobre su espada con elegancia filosófica; yo, pacíficamente me embarco.” Ismael se embarca. Yo escribo. Pero en ese estado de insolvencia mental, de inermia, de “no me sale”, leí la entrevista con Fosse en la que él dice: “Yo no intento expresarme cuando escribo. Intento escapar de mí mismo (…) Si fuera una persona feliz, feliz con mi teléfono móvil, sintiéndome bien y afortunado, no creo que escribiera”. Y entonces entendí algo que seguramente olvidaré pronto: la escritura es una coartada. Una tapadera del profundo deseo de eyectarme de mí misma, de sumirme en un mundo donde yo no esté. Cuando la escritura no fluye, cuando no logro embarcarme en esa navegación hacia la nada, me inundo de mí, de mi infinita necesidad de consuelo, de la forma confusa que tengo de estar viva.

 
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