No lo compres, arréglalo
"Arreglar era de tontos. Salía más a cuenta comprarlo otra vez. Y así nos fuimos volviendo más y más ineptos"
La píldora de Tallón | No lo compres, arréglalo
Galicia
Tomar algo averiado, y arreglarlo, fue durante un tiempo un capítulo inevitable en la vida de muchos utensilios. Que una cosa estropeada, después de pasar por las manos adecuadas, funcionase de nuevo, era un acontecimiento luminoso. Pero un día el cerebro empezó a comportarse de otra manera. Los fabricantes introdujeron en él una idea letal: «No merece la pena arreglarlo». Arreglar era de tontos. Salía más a cuenta comprarlo otra vez. Y así nos fuimos volviendo más y más ineptos. Hace unos meses advertí que goteaba un latiguillo debajo del fregadero. Fue espantoso. Pero verdaderamente espantoso. Hice la porlaseñal, maniobra con la que se identifica a primera vista a un cataplasma. Que el latiguillo va en serio uno lo descubre tarde. Mientras funciona ni siquiera sabes que existe. Me puse a gritar, preguntando dónde estaba la maldita llave de paso del agua. Miré incluso en el dormitorio, y nada. Nadie me hizo caso. Pudo ser porque estaba solo en casa, no lo niego. En un golpe de suerte, llegaron mi mujer y mi hija y se fueron directas al patio, encontraron la llave y la giraron. En unos segundos hice balance del futuro: no podríamos lavarnos, ni poner la lavadora, ni conectar el lavavajillas, ni fregar una taza. «Estamos prácticamente muertos. Necesitamos una cocina nueva. O mudarnos», dije. Entretanto, mi mujer llamó a un fontanero, que a las pocas horas llegó, apretó el latiguillo con una llave inglesa, cobró y se fue. Yo solo pude pensar que la felicidad consiste en no ser un inútil.