A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Nosotros mismos

"Lo inesperado ya no existe porque no dejamos hueco para nada. La espera, si la hay, es una espera sin ilusiones. El tiempo es un puente dinamitado por estertores de ansiedad, una materia sin conexión con nosotros mismos"

La píldora de Leila Guerriero | Nosotros mismos

Buenos Aires

Tendría ocho o nueve años cuando me hice una pregunta asombrosa para esa edad: de dónde vienen “las ganas”. ¿Cómo es que sé con tanta seguridad, me preguntaba, que tengo ganas de jugar con los soldaditos y no de armar un rompecabezas? ¿Cuál era el mecanismo que se ponía en marcha para que yo supiera qué quería hacer? Es una pregunta complejísima acerca del deseo, pero hoy la gente lo tiene fácil: ya no hay que usar las ganas sino apretar el mouse. No existe más esa lubricación suave, ese cosquilleo que surge cuando inesperadamente aparecen mamá o papá con dos entradas y dicen “Hijita, ¿vamos al cine?” porque ahora mamá o papá aparecen y anuncian “Dentro de un mes, el domingo 12, tenemos que almorzar temprano porque estuve tres horas en la fila virtual y conseguí entradas a las dos de la tarde para el estreno de Misión Imposible 18”. Para ir a museos, cines, teatros, recitales, para almorzar o cenar en un restaurante, hay que sacar entradas o reservar con anticipación violenta. ¿Cómo saber ahora que el 7 de julio voy a tener ganas de ir a un recital de David Guetta? ¿Cómo hago para que me dure el entusiasmo desde el 5 de marzo hasta el 8 noviembre, el período que separa la fila virtual para comprar los tickets a una muestra de pintura y el día en que podré verla? Recuerdo un invierno de, creo, el año 2004. Caminaba por Berlín y vi que un museo anunciaba una exposición de fotos de Cartier-Bresson. Me acerqué a la taquilla, compré entradas, pasé horas recorriéndola. Al salir fui a un restaurante, pregunté si había mesa, me dieron una, cené leyendo hasta tarde. Esa escena ahora es imposible. Tendría que haber comprado entradas con meses de anticipación, recorrer la muestra a partir de un horario determinado por un lapso de tiempo específico, calcular bien para no perder la reserva en el restaurante y cenar apurada para dejar paso al segundo turno. Se habla del “fenómeno sold out”. Lo que está agotado no son las entradas. Es el deseo. Lo atragantamos con tickets para el Lollapalooza dentro de tres meses, con reservas en un restaurante que no tiene disponibilidad hasta dentro de seis. Lo que queda es una pulsión vacía, un cachivache traccionado por tecnología ciruja diseñada para compulsivos. Lo inesperado ya no existe porque no dejamos hueco para nada. La espera, si la hay, es una espera sin ilusiones. El tiempo es un puente dinamitado por estertores de ansiedad, una materia sin conexión con nosotros mismos. Y ese “nosotros mismos” es un espectáculo yerto, una sala “sold out” porque ya lo hemos vendido todo.