A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Días no tan perfectos

"Como sea, vengo a hablar de un film fabuloso, Días perfectos, de Wim Wenders. Se dice que son dos horas sublimes y lo son, pero me parecieron sublimes por motivos contrarios a los que se mencionan"

La píldora de Leila Guerriero | Días no tan perfectos

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Buenos Aires

Puede que tenga un problema de comprensión. Un ejemplo: se entronizó a la película Barbie como manifiesto feminista cuando lo que hace que la muñeca decida transformarse en humana es un torrente de imágenes, que le muestra su creadora, de mujeres pariendo y criando infantes. Yo creo que una película que sostiene que lo mejor de ser mujer es cumplir el rol de envase reproductivo no es una película feminista. Pero a casi todo el mundo le pareció que sí, de modo que puedo tener un problema de comprensión. Como sea, vengo a hablar de un film fabuloso, Días perfectos, de Wim Wenders. Se dice que son dos horas sublimes y lo son, pero me parecieron sublimes por motivos contrarios a los que se mencionan. Cuenta la historia de un japonés, Hirayama –interpretado por un actor extraordinario, Koji Yakusho-, que limpia baños públicos en Tokyo, vive en un barrio pobre, lee, escucha música de los setenta. Las reseñas dicen que se trata de la historia de alguien que ha encontrado felicidad en lo cotidiano y que el espectador sale contagiado de esa felicidad. El hombre despierta, se viste, sube a su furgoneta, limpia baños, almuerza en un parque, toma fotos de las copas de los árboles, no se relaciona con nadie, parece satisfecho. En un momento aparece en su casa una sobrina, hija de su hermana. Esa estadía no dura mucho, pero un pasado tortuoso se adivina a través de un diálogo breve. Después de eso, la rutina continúa pero Hirayama se resquebraja. Llora, comienza el día con un bufido, compra cerveza y cigarros cuando nunca antes se lo vio bebiendo o fumando. Eso gestos no tan mínimos bastan para entender que su mundo ha sido interferido y entra en torrente lo que, para mí, evidencia que esa rutina no es el disfrute de lo simple sino una máscara, la coraza de una defensa solipsista: el hombre, al ser interceptado por el factor humano, se astilla. Salí del cine emocionada pero no imbuída de felicidad sino de angustia. Al llegar a casa releí algunas reseñas. Me pareció que se empecinaban en ver en la rutina alienante de Hirayama un mensaje positivo –algo adecuado a nuestros tiempos, alérgicos a la tristeza- y no la armadura que un hombre construye para separarse del dolor. Pero después leí declaraciones de Wenders en las que dice que, en efecto, quiso hacer una película sobre un hombre que es feliz con poco. ¿Es posible que la película sepa más que su director? Sigo creyendo que el film deja en evidencia que no hay salida: que la vida sin los otros es imposible y que, a su vez, los otros son la fuente de nuestro sufrimiento. No sé quién tiene razón, pero lo que hizo Wenders sigue siendo fabuloso.

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