A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

La ceguera

"Yo jamás llevaría una vida así, pero eran un buen equipo: cada uno trabajaba en lo suyo. Sin embargo, según Milei mi madre no trabajó. Nada. Nunca"

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Buenos Aires

Los humanos viven vidas más largas, en el último medio siglo bajó la natalidad, hay cada vez menos personas en edad de trabajar para sostener el retiro de los más viejos. Pasa en todas partes, genera conflictos, no parece tener solución. El presidente de la Argentina, Javier Milei, le busca la vuelta y quiere modificar la ley jubilatoria suspendiendo los aumentos trimestrales para dejar esas actualizaciones en manos del Poder Ejecutivo a través de decretos: aumentar cuando le dé la gana. Durante una entrevista reciente dijo que las jubilaciones –que son de miseria- no pueden aumentarse porque “no hay plata”, y culpó de la situación a “Cristina por jubilar gente sin aportes”, refiriéndose a que desde 2005, cuando presidía el país Cristina Fernández, pudieron jubilarse muchos trabajadores autónomos, entre ellos millones de amas de casa. “Están las elecciones personales que no podés estar cargándoselas al resto de la gente”, dijo. Y, envalentonado, siguió: “Mi papá y mi mamá tienen la misma jubilación, ¿cómo puede ser? Mi mamá no trabajó y mi papá sí”.

Estoy más o menos segura de que la madre de Milei trabajó, igual que la mía. Mi madre cocinaba, hacía las compras, lavaba, cortaba el pasto, le compraba la ropa a mi padre y a nosotros, nos llevaba a la peluquería, asistía a las reuniones de colegio, nos ayudaba a hacer la tarea, planchaba, cosía, limpiaba, podaba, echaba pesticida a las plantas, nos leía cuentos, ponía discos de María Elena Walsh y cantaba con nosotros, nos llevaba a casa de nuestros amigos y nos iba a buscar, pintaba las celosías, cargaba estufas con kerosene después de comprar kerosene, cuidaba a mis abuelos, hacía y deshacía maletas, preparaba viandas cuando viajábamos, nos llevaba al médico. Mi padre también nos leía cuentos, nos explicaba los ejercicios de matemáticas, nos ponía discos de Beethoven, nos enseñaba a pescar, pero pasaba buena parte del día fuera, trabajando en su propia empresa. No creo que esa distribución de roles –la madre en casa, el padre en la empresa- haya sido una elección sino una inercia: seguir haciendo lo que habían hecho sus padres y sus abuelos. Yo jamás llevaría una vida así, pero eran un buen equipo: cada uno trabajaba en lo suyo. Sin embargo, según Milei mi madre no trabajó. Nada. Nunca. No es ignorancia lo que esgrime sino una concepción del mundo. Un relato que no ha sido impactado por el paso del tiempo ni sometido a discusión, refractario a los cambios, cegado por la inflexibilidad. Es la misma concepción del mundo que muchos teníamos en el colegio primario cuando, para responder a la pregunta “¿De qué trabajan tu papá y tu mamá?”, decíamos: “Mi papá es ingeniero y mi mamá no trabaja, es ama de casa”. La diferencia es que nosotros teníamos siete años.

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