Esther López Barceló: "Me horrorizan las leyes de concordia, como si alguien hubiera sembrado la discordia"
La escritora publica 'El arte de invocar la memoria', un ensayo sobre la épica de los vencidos, atravesado por los objetos que nos sobreviven y que ponen a dialogar pasado, presente y futuro
Esther López Barceló: "Me horrorizan las leyes de concordia, como si alguien hubiera sembrado la discordia"
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Esther López Barceló se describe como una mujer blanca, paya, cishetero, nacida a principios de los ochenta en un barrio periférico de una ciudad con playa ajena a su historia y a sus habitantes. Hace año y medio nos presentaba su primera novela, Cuando ya no quede nadie, una historia extraordinaria de las guardianas de la memoria y la épica de las vencidas. Ahora viene con un ensayo, también muy atravesado por las mujeres, que empieza así: "soy de esa generación de nietas que aprendió a leer en los silencios de su abuela y se conjuró con otras para romperlos". Así comienza 'El arte de invocar la memoria. Anatomía de una herida abierta', publicado con Barlin Libros.
La escritora e historiadora invoca la memoria benjaminiana, partiendo de esa vocación de Walter Benjamin de "ser la voz de los vencidos, de leer la historia a contrapelo, es decir, no siguiendo la inercia de los que ya escribieron la historia porque vencieron".
Como pueden observar, en la cubierta del libro aparecen unos zapatos que hemos visto en la exposición Les fosses de Paterna, en Valencia. Una mujer que se puso su mejor calzado para ser fusilada. Los objetos atraviesan el ensayo, algunos como pruebas de crímenes, todos evocando recuerdos individuales y colectivos. Un sonajero, unos zapatos, un botón, un peine o una lata, encontradas en tantas exhumaciones. Objetos que dan forma al recuerdo. "El valor del objeto en términos científicos reside en la capacidad de interpretación de quien lo estudia". A veces el lugar se convierte en objeto cuando no hay objetos. Una iniciativa preciosa que recoge en el libro es la de exponer la tierra del lugar en el que se dieron torturas y asesinatos.
"Lo que me ha interesado muchísimo es explorar todas aquellas cosas que nos invocan la memoria de una forma muy potente, muy eficaz, pero que no responden a ningún tipo de tradición literaria ni audiovisual. Es decir, no hablo ni de libros ni de películas, que de alguna forma sería lo que nos apela la memoria de una forma más directa, más buscada o consciente. Yo hablo de todos aquellos objetos, elementos, escenarios que nos rodean y que nos invocan la memoria, sin que nosotros a lo mejor lo queramos, de una forma involuntaria. Y además de evocarnos la memoria particular, que esa se nos una a la memoria colectiva. Es decir, cuando yo, por ejemplo, veo los zapatos de tacón de la cubierta del ensayo, son los zapatos de tacón de una señora que fue fusilada, una chica de 28 años que fue fusilada en Paterna. Y yo cada vez que veo esos zapatos, a mí me invocan directamente a la presencia de mi abuela, de mi yaya. Y es algo que automáticamente me vincula a esa memoria colectiva, porque de mi yaya salto a aquellas mujeres que realmente fueron fusiladas y represaliadas en la dictadura", explica en la entrevista.
Los objetos se convierten en los ausentes, un valor que se multiplica cuando hablamos del objeto de alguien desaparecido forzosamente. Los objetos son también pruebas del crimen y López Barceló recuerda su visita a la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires, donde incluso la escalera es una prueba pericial del crimen. "La guía les pidió que no tocaran la barandilla. "Sabía que estaba en un santuario, en un espacio otorgado aún por el aire de la violencia, pero no era consciente de que me hallaba en una zona acotada por los científicos forenses. El lugar de un crimen que sí, que sí fue y sigue siendo investigado judicialmente. No me culpen, yo vengo de la anomalía. Debería haberle dicho a la guía: España, el lugar del crimen impune, del crimen perfecto, el que se nos ha venido ocultando hasta ignorarlo. Hasta hacernos creer que no, que no pasó nunca. Vengo del país del crimen que que no", recoge en el ensayo y nos cuenta en la entrevista.
De santuarios de la memoria hemos hablado también. De por qué no tenemos un Museo de la Memoria en España, que reivindica en su libro, y de ese Museo de la Guerra Civil que se está proyectando en Teruel. "Yo nunca haría un museo dedicado exclusivamente a un golpe de Estado que triunfó, no me parece correcto hablar de guerra civil, porque aquí cuando hablamos de desaparecidos, cuando hablamos de fosas, estamos hablando del tiempo de supuesta paz, que nunca hubo paz, sino victoria. Los últimos trabajos de los historiadores en la Academia están hablando ya de que la guerra civil se extiende a prácticamente una década y media o dos. Porque no podemos hablar de que la guerra ha acabado cuando hay un sistema planificado de eliminación del oponente político, completamente masivo". "Estamos hablando de los 40 años de dictadura, no son dos bandos equiparables, porque estamos hablando de unos golpistas, del fascismo levantado en armas, y el pueblo".
La pasión de Esther por la memoria, pasión que transmite en todo lo que escribe, nació una tarde leyendo un poema de un libro de Federico García Lorca para niños. Su abuelo le dijo que era un rojo y ella, niña, no entendía que pudiera existir gente roja. Quizás los marcianos eran verdes y los príncipes de sangre azul. ¿Pero un rojo? ¿Lorca, su abuelo y su familia unos rojos? "Hoy a mi hijo le diría que los rojos fueron aquellas personas que sufrieron la represión y la violencia por el mero hecho de defender la democracia, que es lo que hace que él hoy pueda ir al colegio gratuita y libremente. Que es lo que hace que podamos ir al médico sin tener que pagar. Es decir, que son aquellas personas que dieron su vida por lo que hoy disfrutamos", dice. "Ser rojo es ser demócrata, buscar el bien común", añade.
La escritora lamenta que hoy ser rojo sea un peligro de nuevo y que nos parezca legítimo que la extrema derecha pueda estar en los parlamentos, "algo que era inimaginable para nosotros hace apenas unos años". La también exdiputada coordina el Aula Didáctica de la Memoria Democrática de la Generalitat Valenciana y critica abiertamente, tanto en el ensayo como durante la conversación, las leyes de concordia que están aprobando PP y Vox en algunas comunidades, derogando las de memoria histórica. "Me horroriza este uso de términos completamente despiadados, como hablar de concordia, como si aquí alguien hubiera sembrado la discordia, sobre todo las víctimas", dice. Sin embargo, este contacto con los jóvenes la llena de optimismo. "Yo nací en el 83 y yo nunca, ni en la escuela, ni en el instituto ni siquiera en la carrera, solamente en una asignatura, se habló de la Dictadura. Y nunca de la represión. Ahora está incluida en el currículum y veo constantemente a chavales interesados en el tema".
Uno de los capítulos más sorprendentes y bonitos es El lenguaje secreto de las mujeres. Mujeres como la madre de Miguel Martínez del Arco, que estuvo con nosotros hace un par de años hablando también de las presas durante el Franquismo. Mujeres como su madre, Manolita del Arco, encarceladas en prisiones como la de Segovia y que inventaron un lenguaje propio, unas claves ocultas en sus cuadernos de costura para comunicarse entre ellas y evitar la represión, la censura. "Cuando lo cuenta en la novela, yo pensé que era una concesión a la ficción que se ha dado a sí mismo. Un día en su casa me los enseñó, los abro y veo esas abreviaturas ininteligibles a través de las cuales las mujeres en aquella época, en los años 30, habían aprendido a tejer. Esas abreviaturas para nosotros son ininteligibles porque hemos perdido ya esa tradición, una parte importantísima de la experiencia que estaba asignada a los roles femeninos del tejido. Pero además de perder eso, hemos perdido la capacidad de poder saber de qué forma se estaban comunicando. Estas mujeres idearon un lenguaje secreto entre ellas, que pasó desapercibido para las guardianas de la prisión. Se estaban contando de todo, se estaban trasladando la información que les llegaba del exterior e incluso sabemos que muchos de esos patrones fueron transcritos y pasados no solamente de celda en celda, que era lo normal, sino de cárcel en cárcel. Estas mujeres idearon una forma de organizarse maravillosa, que si hubiera pasado en otros lugares seguramente habrían hecho una película o una serie. Para mí ha sido un privilegio poder contar al mundo lo que hacían estas presas y lo he podido contar por esa falta de perspectiva de género, por esa forma constante de infravalorar toda experiencia femenina que ha atravesado también a las personas que eran de izquierdas y progresistas. Y es increíble que durante décadas esto haya sido conocido por muchos historiadores o por mucha gente del Partido Comunista y que nunca se le haya dado valor".
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