La vida que da sorpresas
"En 1966, Vonnegut le envió una carta a uno de sus alumnos de Iowa que decía: 'Escribe como un humano. Escribe como un escritor'. Eso hace Juresa: escribir como un humano, escribir como un escritor"
La vida que da sorpresas
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Buenos Aires
Soy una lectora tardía de Kurt Vonnegut. Después de haber empezado muchas veces Matadero 5, y de haber fracasado, entré este año a una librería, vi un ejemplar de esa novela, leí las primeras páginas y no pude parar. La compré, la leí, compré más novelas de Vonnegut, las leí. En Desayuno de campeones me topé con este diálogo entre dos personajes:
“-No soy capaz de decir si usted está hablando en serio o no – dijo el conductor.
-No lo sabré yo mismo hasta que no averigüe si la vida es seria o no –dijo Trout-. Es peligrosa, lo sé, y puede hacer mucho daño. Pero eso no necesariamente significa que también sea seria”.
Ese pasaje me recordó un libro que Paidós publicó en marzo de este año en la Argentina. Se llama La realidad por sorpresa, es un ensayo sobre el psicoanálisis, y la frase del personaje de Vonnegut podría ser un resumen de su espíritu repleto de humanidad que, aunque aborda un tema delicado, parece decir: “tampoco se lo tomen tan en serio”. Su autor, el psicoanalista argentino José Luis Juresa, emprende con precisión y calma, como si trenzara frases con la paciencia de un alfarero, una tarea compleja: pensar por qué la fe en las palabras resulta eficaz para aliviar el padecimiento. Vonnegut dice: “Una misión plausible de los artistas es hacer que la gente aprecie estar viva durante al menos un corto período de tiempo”. El libro de Juresa logra esa misión: quien lo lee aprecia estar vivo. Tiene cotas muy altas, como el capítulo en que el autor aborda la muerte de su padre con una elegancia gallarda y deposita delicadamente un capullo de diáfana emoción en la frase con que termina: “Nacemos a lo que –a su vez- nos vive despidiendo, la lengua de la infancia, la lengua del adiós”. Todo el libro es una rara avis: sin bajarle un decibel a la dificultad del asunto, descarga reflexiones fulminantes con la facilidad de quien revuelve un café. Por ejemplo, esta: “El psicoanalista no se interesa por eliminar YA la sintomatología para evitar esa contaminación amorosa que lo empuja a poner el dedo en la herida, sino que opera participando para que se seque del sentido en que coagula su presencia sangrante”. Su funcionamiento es misterioso. Leyéndolo puede pensarse que el psicoanálisis y la poesía comparten una fortaleza tambaleante que no aspira a erigir monumentos sino a realizar pequeñas incisiones en la superficie por las que se cuelen destellos de luz o de alivio. Son doscientas páginas cargadas de inteligencia que trazan el camino hasta el final, un estallido de emoción que resuena como el último acorde de una orquesta agotada pero feliz por haber sido capaz de recorrer una partitura endiablada: “Sabremos perder casi tanto como ganar –escribe el autor-, gozando del juego de la vida que nos toma por objeto. Siendo su realidad por sorpresa”. En 1966, Vonnegut le envió una carta a uno de sus alumnos de Iowa que decía: “Escribe como un humano. Escribe como un escritor”. Eso hace Juresa: escribir como un humano, escribir como un escritor. Hay libros, como este, a los que quizás no convenga llegar tarde.