A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Patos en la cabeza

"Así estamos. De las camisetas con la leyenda 'Hagamos el amor y no la guerra' a los patos en la cabeza. Y nadie sabe a dónde va nadie, ni por qué"

Patos en la cabeza

Buenos Aires

Días atrás fuimos con el hombre con quien vivo al barrio chino de Buenos Aires. Hay supermercados, restaurantes, bazares, se consiguen los mejores pescados de la ciudad. Íbamos todavía en el auto cuando vi una adolescente con un pincho en la cabeza que sostenía la figura de un pequeño pato amarillo. Después, mientras caminábamos, nos cruzamos con más personas con patos en la cabeza. No sólo adolescentes sino infantes y adultos. Supuse que se trataba de una celebración china, algo como El año del pato. Al llegar a una calle peatonal, los patos eran aluvión. Cada cabeza, un pato. Le pregunté a una chica que pasaba coronada por una de esas aves por qué todos llevaban un pato en la cabeza. Se encogió de hombros y dijo: “Ni idea”. Repetí la pregunta a otras personas y la respuesta fue la misma. En la puerta de una tienda había una chica con una caja repleta de patos a la venta. El hombre con quien vivo le preguntó para qué eran. La chica dijo: “Ni idea, se pusieron de moda en Tik Tok”. Cuando volvimos a casa, abrí la computadora y apenas puse “Por qué…” el inquietante algoritmo de Google arrojó la frase “Por qué la gente usa patitos en la cabeza”. Al parecer, el asunto se originó en Asia y responde al concepto de “kawaii”, que “celebra lo adorable”. Leí un artículo que decía que “Algunos lo ven como una expresión personal de su amor por la ternura y la felicidad, mientras que otros lo adoptan como una forma de protesta simbólica por el calentamiento global”. Nadie parecía muy comprometido con el calentamiento global en esas calles atestadas de restaurantes que ofrecían hamburguesas, pollos, salchichas, sushis, cafés vaya uno a saber cosechados de qué forma. Y eso sin tener en cuenta que los propios patos eran de plástico. El filósofo coreano Byung Chul Han sostiene que en la sociedad digital “las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente (…) En la prisión digital como zona de bienestar inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El like excluye toda revolución". Hay una frase del libro La pianola, de Kurt Vonnegut, que dice: “alguien tiene que ser inadaptado (…); alguien tiene que estar lo suficientemente incómodo como para preguntarse dónde está todo el mundo, a dónde van, y por qué van hacia allá”. Así estamos. De las camisetas con la leyenda “Hagamos el amor y no la guerra” a los patos en la cabeza. Y nadie sabe a dónde va nadie, ni por qué.