El no tan discreto encanto de la desgracia
"Claro que es razonable: lo que no funciona nos produce regocijo. Lo que funciona, en cambio, nos aburre. Porque la felicidad no tiene relato y la tragedia sí. Para confirmarlo basta con leer los diarios."
La píldora de Leila Guerriero | El no tan discreto encanto de la desgracia
Buenos Aires
Finalmente, vi la película La la land. Aunque se estrenó en 2016, y ganó seis premios Oscar, no la había visto porque no soporto los musicales. Nunca logré entrar en la convención de un relato en el que gente que está a punto de besarse empieza a cantar durante cinco minutos acerca de que, precisamente, está a punto de besarse. Pero me daba curiosidad, así que la vi. La historia se sabe: ella, Emma Stone, es aspirante a actriz y él, Ryan Gosling, es pianista de jazz. No tienen plata, son felices, intentan abrirse camino en profesiones durísimas. Un día él escucha una conversación telefónica que ella tiene con su madre y malentiende que la chica considera que debe abandonar sus sueños y buscarse un trabajo lucrativo. Entonces consigue entrar como tecladista en una banda de lo que parece ser jazz pero que es jazz con firuletes. La banda, de todas maneras, es buenísima. Salen de gira, graban discos. Él viaja mucho, ella lo espera, hace castings en los que le va mal, lo extraña. Un día, durante una cena, ella le echa en cara que se convirtió precisamente en la clase de músico que no quería ser cuando se conocieron. Discuten, se separan. Tiempo después, él recibe el llamado de una directora de casting importantísima que busca a su ex para tomarle una prueba. Es noble y va a buscarla a la casa donde la chica vive ahora. Le da la noticia. Ella, harta de frustraciones, se niega a ir al casting. Él, siempre noble, insiste, le dice que a la mañana siguiente estará allí para llevarla a la prueba. A la mañana siguiente, después de unos minutos de suspenso, ella aparece. Van. La prueba sale bien. La contratan. Tiene que ir a París por un tiempo para filmar una película. En la escena siguiente, ambos conversan en un parque. Ella pregunta cómo siguen ahora como pareja. Él le dice que ella va a tener que concentrarse en su carrera y caballerosamente se hace a un lado. El mensaje, no sé si literal, es “no vas a tener tiempo para mí, te amaré toda la vida, pero adiós”. Se ofrece en sacrificio para que ella pueda triunfar, y ella triunfa. Hay cientos de películas fabulosas cuyo final se centra en el martirio, como Casablanca o Los puentes de Madison. Pero ¿unas semanas en París son incompatibles con una pareja? ¿Si alguien no ocupa el cien por ciento de la vida de una persona entonces no es amor? Tener la vida completamente ocupada por el otro no se llama amor: se llama invasión. Provienen, de eso, tormentos y hasta crímenes. La película me pareció linda, los actores fabulosos, pero me resulta extraña la devoción que produce un relato que gira en torno a una imposibilidad falsa: nada impedía que siguieran juntos excepto las necesidades del guion. Claro que es razonable: lo que no funciona nos produce regocijo. Lo que funciona, en cambio, nos aburre. Porque la felicidad no tiene relato y la tragedia sí. Para confirmarlo basta con leer los diarios.