Puigdemont quiere impedir que Salvador Illa gobierne. El PSC obtuvo 42 escaños. Junts, 35. Con Esquerra y con Sumar, el PSC tiene la mayoría absoluta. Dicho de otra manera: el PSC tiene lo que a Junts le falta: socios. Ha tenido otras muchas cosas, Puigdemont: fotos, reuniones en el extranjero, un mediador y, al final, una amnistía. Pero nada alcanza si no tiene lo que más quiere: una presidencia que no ha conseguido ni en las urnas ni en la negociación política. Le importa mucho Catalunya, pero la prefiere sin gobierno y paralizada. Ahora, ha prometido que volverá. No es la primera vez que lo promete. Lo dijo en 2017 o en 2019. Esta vez dice que va en serio y los mossos han llegado a plantearle un arresto acordado con él que evite que llegue a escondidas, huyendo de un sitio a otro hasta presentarse en el parlament. Evitar el número, en definitiva. Pero Puigdemont prefiere el número. Lo prefiere porque su objetivo mártir no es tanto señalar la debilidad parlamentaria del gobierno, que necesita a Junts en el Congreso y que acepta un concierto que hasta ahora negaba. Su objetivo es hundir a Esquerra: señalarla como los catalanes que pactan con un españolista. Decir, como ha dicho, que si lo detienen será por culpa de Esquerra. Lo dice Puigdemont, el hombre que cuando proclamó su independencia de pocos segundos ya tenía un plan para largarse y abandonar aquí -sin decírselo- a Junqueras y a los miembros de su gobierno. Esos que fueron detenidos y condenados y a los que ahora culpa de lo que le pueda pasar. Con un acuerdo complejo y polémico, del que faltan explicaciones y debates, lo cierto es que el procés parece estar llegando al final. Pero él necesita mantener viva su llama. Porque la causa real de Puigdemont es Puigdemont.