¿De dónde vienen los huevos? ¡Del supermercado! ¿Y las barritas de merluza? ¡También! Las nuevas generaciones de niños urbanos han nacido con la facilidad de tener todo en el súper, un lugar repleto de pasillos, estanterías y neveras en el que abundan los rollos de papel higiénico, los botes de garbanzos y, en cualquier momento del año, también los tomates. Pero, ¿cuántos saben que esos nuggets que tanto les gustan proceden de un animal de granja? La mayoría tampoco sabe si la pescadilla vive en las mismas aguas que el salmón, o si esos pollos han corrido por las granjas y se han alimentado de maíz antes de llegar a sus freidoras. En el cole aprenden que 2 por 2 son 4, que hay siete continentes y que el Imperio Romano cayó en el año 476, pero ni rastro de cuándo están mejor las sandías o de que la temporada del bonito va de mayo a octubre. Mucha gente reclama una asignatura obligatoria de gastronomía en las escuelas, pero sigue sin llegar y, mientras tanto, el menú de los comedores escolares despierta cada vez más dudas en cuanto a su calidad nutricional. Muchas familias preocupadas, de hecho, demandan más cocinas y menos servicios de catering en los centros. En 2022, financiado por la Unión Europea en el marco del Programa Horizonte 2020, se implantó en España (y en otros 12 países de la UE) la iniciativa SchoolFood4Change. Pero España, para entonces, ya iba a la cola. Según los últimos datos, de hecho, un 55% de los adultos sufren obesidad o sobrepeso. Pero las de la población infantil (41%) también son muy preocupantes. El objetivo del proyecto es «ampliar la cultura alimentaria en las escuelas acercando a los pequeños a los productores y a mercados locales donde se familiarizan con los alimentos». Lo cuenta Paola Hernández, responsable del proyecto en España. «En algunos de los países en los que se financia el proyecto ya tienen una asignatura en los colegios en los que los estudiantes aprenden acerca del origen de los alimentos, se acercan a la cocina y practican la planificación de un menú semanal saludable», relata desde su experiencia. El proyecto cuenta en España con tres administraciones adscritas: la Comunitat Valenciana y los ayuntamientos de Madrid y Zaragoza. «Las actividades se basan en la visita a productores o a los mercados y, en las escuelas infantiles, gestionamos las visitas de los propios productos a las aulas para que los más pequeños también se acerquen a los alimentos». «Facilita el aprendizaje práctico y familiariza a los pequeños con el vendedor o vendedora y los productos», explica Hernández. Y es que, en el mercado no solo se aprende de alimentos y productos. Los niños aprenden vocabulario, aprenden matemáticas y aprenden sobre la estacionalidad: «Compran con dinero ficticio alimentos que posteriormente explican y degustan en las aulas». Así, se familiarizan con las frutas y verduras y, en muchos casos, son ellos quienes cambian la dieta y los hábitos en casa, donde cada vez con más frecuencia, los procesados reinan en los armarios y las frutas brillan por su ausencia. «En Alicante, por ejemplo, visitamos directamente la lonja», prosigue Hernández. «Allí entran en contacto con el pescador, identifican el producto y mejoran sus capacidades de habla y de aprendizaje». También se acercan al impacto que el consumo y la producción de alimentos causa en nuestro medioambiente. Los productores son agroecológicos, lo que permite que los escolares puedan discernir entre una producción industrial y una en extensivo. Así, son conscientes de que la alimentación no solo deja huella en la salud, sino también en un entorno al que se acercan con estas excursiones. Muchos mercados, especialmente los menos turísticos, están cada vez más degradados y olvidados. Con las visitas se fomenta que, en un futuro próximo, cuando la compra semanal dependa de los que ahora se forman en las escuelas, ésta se realice en el mercado del barrio antes que en los supermercados. «Los mercados municipales crean comunidad y son identidad de barrio. Son lugares de compartir donde se dan a conocer sabores y conocimientos locales», reivindica Hernández. Las actividades con las nuevas generaciones tienen un beneficio social, económico y ambiental. En SchoolFood4Change también promueven actividades dirigidas a las familias, con el objetivo de cambiar los hábitos en los hogares. Los niños se habitúan a productos naturales que después piden comer en casa. Así también los padres y madres se abren a nuevos horizontes e, incluso los más reacios a probar, «asisten a los talleres para aprender nuevas recetas y conocer otros productos», detalla Hernández. El proyecto cuenta con financiación hasta diciembre de 2025 y desde la organización invitan a todas las escuelas a participar en él. Han hecho posible que en la Comunitat Valenciana cualquier centro que desee unirse lo pueda solicitar, ya que la iniciativa se ha incluido en de servicios de salud de la Consejería de Salud de la Generalitat. El futuro que le espera es incierto. Trabajan por darle continuidad y porque se implante una educación alimentaria en las escuelas, a la vez que esperan deseosos el ansiado Real Decreto que promete mejorar las comidas en los comedores escolares. «Estamos trabajando para que no se quede aquí y siga en el futuro», sentencia Hernández.