Te estaban esperando
"Para sobrellevar estos espantos de la vida cotidiana te apaciguas pensando que regresar es la forma de cobrar cada mes. Se trata del efecto de la consolación de haber aprendido a ver el lado bueno de cualquier cosa."
Te estaban esperando
Madrid
El regreso a la normalidad es un pequeño drama, un acto de salvajismo. Para empezar, estás obligado, lo que le quita al reencuentro parte del encanto, encanto ya de por sí muy, muy hipotético. No volver de las vacaciones, o prolongarlas hasta que te parezca oportuno, o hasta que te aburras de ellas, quizás sea la gran cuenta pendiente de la humanidad, por encima, obviamente, de la paz mundial, o del kiwi con sabor a kiwi. Y sin embargo representa el fracaso más asumido. Ni derrota nos parece. Casi nadie sueña, por ejemplo, que el veraneo dura para siempre, como sería lo lógico. Sabes que empieza, acaba, y no montas el númerito. Para sobrellevar estos espantos de la vida cotidiana te apaciguas pensando que regresar es la forma de cobrar cada mes. Se trata del efecto de la consolación, de haber aprendido a ver el lado bueno de cualquier cosa. Así que volvemos, y ahí está todo, en su aterrador mismo sitio. Es lo peor: el siempre igual. Parece que las caras, las frases, los decorados, las tareas, cada pequeño y ridículo detalle hubiesen hecho la estatua, aguantado la respiración hasta el minuto que te incorporas. ¡Te estaban esperando, los hijos de puta! Ya sabemos que la vida se sustenta en la repetición. Pero por qué la normalidad nos tortura con las estupideces de siempre. ¿Es que no nos merecemos, por lo menos, tontos nuevos?