Déjame ser tu Alex
"Cuando uno menciona sus influencias habla de libros y películas prestigiosos, y deja olvidadas las cosas cursis y baratas que le salvaron la vida"
Déjame ser tu Alex
Buenos Aires
Fueron 95 minutos que me duraron años. Si tenías 16 o 17 en los ochenta, vivías en un país del sur que acababa de salir de una dictadura, y eras alguien que estaba por entrar a una vida universitaria, o mejor, si eras una persona privilegiada con acceso a estudios superiores pero a la vez un sujeto atenazado por la conciencia de que estabas por abrir una puerta que implicaba cerrar todas las demás a una edad en la que no parecías preparado para nada que no fuera sobrevivir con el menor daño posible hasta el día siguiente, la película entraba en tu campo psíquico y te llenaba de esporas optimistas que regaban tu sistema nervioso con la velocidad de un relámpago. Yo no tenía nada que ver con Alex, una chica que quería ser bailarina y se ganaba la vida como soldadora mientras por la noche bailaba en un cabaret. Pero la veía moverse con soltura en su bicicleta, veía cómo, aunque lo de ser bailarina profesional parecía imposible, seguía aferrada a la idea de que alguna vez estaría sobre un escenario, y pensaba que, a lo mejor, a mí podía salirme bien. No me daba cuenta de la dimensión de desquicio del guionista que había mezclado en la misma persona una ambición etérea –ser bailarina- con un ambiente prostibulario y una máscara de soldadora. Creía que si me empeñaba en mantener las esporas optimistas en aceleración constante, todo saldría bien aunque todo parecía indicar que saldría mal porque la escritura no era un destino lógico para la descendiente de una familia sin artistas. Pero la mayor parte del tiempo la vida era un sueño maligno, y suponía que iba a terminar con un empleo cualquiera, escribiendo en mis ratos libres, cuando finalizara mi jornada de trabajo en una tienda de ropa o como maquilladora de cadáveres. Entonces volvía a pensar en Alex y se me derramaba por dentro una felicidad tan violenta que no me dejaba respirar. Cuando uno menciona sus influencias habla de libros y películas prestigiosos, y deja olvidadas las cosas cursis y baratas que le salvaron la vida. A mí me salvó por mucho tiempo una película que se estrenó en 1983. La vi en un cine de mi pueblo. Se titulaba Flashdance. Ni siquiera era buena. Pero cuando veo a tantos colegas desilusionados con este oficio que ejercemos, deprimidos por la precariedad, el desprestigio, la tiranía de los clics, me dan ganas de decir: déjame ser tu soldadora loca con un sueño imposible, déjame mostrarte dónde se respira el aire con el que después se aguanta. Déjame ser tu Alex.