A vivir que son dos díasLa píldora de Tallón
Opinión

La fiebre del busca

"Quizás el busca representó la primera derrota de la intimidad. Poco a poco empezamos a decir adiós al sueño de una vida anónima."

La fiebre del busca

En algún momento de los 90 todos quisimos tener un busca. Se puso de moda, y a veces la moda es lo único que importa: te subes a ella sin preguntar a dónde lleva y a cuánto ridículo hay que exponerse. En aquella época era facilísimo estar perdido, llevar una existencia clandestina, o errante, o aturdida. A menudo ni tú mismo sabías dónde estabas, ni que pintabas allí. Y tampoco era grave: ya regresarías. Hoy, que nadie tuviese modo de dar contigo te parecería un superpoder, como volar o ser invisible. Hace treinta años, si sonaba el busca, significaba que habías sido localizado. No importaba dónde estuvieses: tenías que emerger. Quizás el busca representó la primera derrota de la intimidad. Poco a poco empezamos a decir adiós al sueño de una vida anónima. No supimos más de los buscas casi hasta que esta semana Israel hizo explotar miles de ellos, matando e hiriendo a cientos de personas. Al parecer, se seguían fabricando. En realidad, hace seis años yo ya tuve un desafortunado encontronazo con uno. Estaba en un restaurante, cuando a la mesa de al lado llegó un amigo al que hacía bastante que no veía. Al advertir que de la cintura del pantalón le colgaba un busca, me eché a reír a carcajadas. «¿Un busca, Mario, en serio? Los móviles están completamente inventados», le dije. Me miró con cara de pocos amigos. «Me diagnosticaron diabetes. Es un dispensador de insulina». Ya no levanté cabeza en toda la comida.