A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

Camisa de doncevaras o el arte de entenderse sin hablar

"Aun cuando llevo buena parte de mi vida dedicada al oficio de acomodar palabras, a veces pienso que no es necesario hablar para entenderse"

La píldora de Leila Guerriero | Camisa de doncevaras o el arte de entenderse sin hablar

Hace tiempo hubo un tuit bastante famoso en el que un usuario recopilaba frases que la gente dice mal. Por ejemplo, “Estoy entre la espalda y la pared”, “Siento que soy un cerdo a la izquierda”, o “Pedirle peras al horno”. En otra cuenta, algunos usuarios contaron historias de gente que decía “graso error” en vez de “craso error”; de una persona que hasta los 18 años creyó que el dicho era “meterse en camisa de Don Cevaras”, pensando que el tal señor Cevaras era un hombre gigante; de un abogado de renombre que hablaba de “apalear” los efectos, en vez de “paliarlos”. Eso me recordó que hay gente que dice “el kit de la cuestión”, en vez de “el quid de la cuestión”. Mi hermano, cuando era chico, y como parecía sentir espanto por los diminutivos, en vez de mosquito decía “mosco” y, siguiendo la misma lógica antidiminutivos, en vez de “apetito” decía “apeto”. Durante mi infancia creí que la empresa de mi padre, que se dedica a la distribución de productos químicos, “clonaba” el agua cuando en verdad la “cloraba”. Una compañera de los primeros años del colegio decía “amarrón” en vez de “marrón”, supongo que creyendo que correspondía la a del comienzo puesto que otros colores, como el amarillo o el anaranjado, la tenían. El título del libro El país de las sombras largas fue para alguien que conozco, durante mucho tiempo, El país de las obras largas. Es normal escuchar que la policía está “en convivencia” con los delincuentes, y no “en connivencia”. Muchos dicen “esto se puede traspolar” en vez de “esto se puede extrapolar”, transformando algo que significa “aplicar a un ámbito determinado conclusiones obtenidas en otro”, en algo parecido a un vuelo que atraviesa el polo. Y sin embargo nos entendemos. Pero a lo mejor es un simulacro de entendimiento. Aun cuando llevo buena parte de mi vida dedicada al oficio de acomodar palabras, a veces pienso que no es necesario hablar para entenderse. Hace poco estaba en la cocina, rehogando cebolla. No había sido un día bueno para mí, pero el malestar permanecía adarsenado en el sarcófago de mi corazón: no se lo había contado a nadie. El hombre con quien vivo se acercó, me abrazó por la espalda, se quedó así un momento y se fue. Supe lo que quería decirme mejor que si me lo hubiera dicho.