El arte y la guerra
"Una guerra se reduce a eso: desconocidos tratando de matar a desconocidos en un marco tan deforme que esas muertes están permitidas: salvo excepciones, no son homicidios ni asesinatos"
La píldora de Leila Guerriero | El arte y la guerra
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Buenos Aires
Hace poco volví a ver La delgada línea roja, la película de Terrence Malick. Es bellísima pero narra algo espantoso –la situación de las tropas estadounidenses en la batalla de Guadalcanal, durante la Segunda Guerra-, y por tanto produce un malestar poético y malsano. Quedé con la idea de que todas las buenas películas de guerra son antibélicas y que otro tanto sucede con la literatura. Apocalipsis Now, 1917, Dunkerque: nadie puede pensar, después de ver esas historias de seres psíquicamente rotos y físicamente desmantelados, que la guerra es una apuesta razonable. Yossarian, el piloto de avión bombardero que protagoniza la novela Trampa 22 de Joseph Heller, que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, cada vez que emprende un vuelo para aniquilar enemigos y se expone al fuego antiaéreo se pregunta por qué todos esos desconocidos intentan matarlo. Una guerra se reduce a eso: desconocidos tratando de matar a desconocidos en un marco tan deforme que esas muertes están permitidas: salvo excepciones, no son homicidios ni asesinatos. Hay un desbalance entre la cantidad de conflictos armados y la cantidad mucho más descomunal de películas y libros que embisten contra la idea de lo bélico. ¿Habría más guerras si no existieran esas cosas? ¿Funcionan como un dique para contener un poco la rabia de los hombres? No sé. En todo caso, a los responsables de apretar botones lanzamisiles esas obras no les mueven un pelo: el último informe del Índice de Paz Global, del mes de junio, dice que hay cincuenta y seis guerras activas en este momento, la mayor cantidad desde la Segunda Guerra. Kurt Vonnegut, autor de Matadero 5, una novela sobre el bombardeo aliado a la ciudad alemana de Dresde, escribió en Cronomoto: “Una misión plausible de los artistas es hacer que la gente aprecie estar viva durante al menos un corto período de tiempo”. En la película de Malick un soldado le pregunta al oficial que interpreta Sean Penn si nunca se siente solo. Penn responde: “Sí, sólo cuando estoy rodeado de otras personas”. Cada vez que escucho esa frase agradezco estar viva porque siento que, sin conocernos, la frase nos mira a los ojos y habla de muchos de nosotros. Que es lo contrario de lo que hacen las guerras y quienes las propician: no sólo no nos miran sino que nos dejan ciegos.