Gabriela Wiener: "Tenemos que volver a encantarnos con la revolución, las luchas y la acción política"
La escritora nos presenta 'Atusparia', una novela que reivindica las luchas campesinas contra los abusos del Estado peruano. Frente a un poder armado y supremacista, lo único que nos queda es seguir siendo resistencia, advierte la activista peruana
Gabriela Wiener: "Tenemos que volver a encantarnos con la revolución, las luchas y la acción política"
25:53
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1731519870638/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Gabriela Wiener es escritora, periodista y activista peruana. Su activismo viene de sus padres, ella sindicalista y él un periodista y político de izquierdas. En su casa solo se hablaba de justicia social, recuerda. Desde pequeña aprendió que hacer política es estar del lado de los de abajo y mirar al poder desafiantemente. "La política es praxis, hay teoría, lecturas, pero sobre todo es acción sobre el terreno", advierte. Wiener se educó en Atusparia, un colegio soviético indigenista, y los recuerdos de esa infancia y esa educación los ha volcado en su último libro, Atusparia, publicado por Random House.
Atusparia es una historia de años maravillosos, de los sueños revolucionarios, de los apagones, del miedo, del terror, de la dictadura, de los desaparecidos, de los presos, de los muertos. Atusparia es la historia de los invisibles, explotados, olvidados por la historia, campesinos que se revelan y son masacrados.
¿Quién era Atusparia y cómo era el colegio que lleva su nombre y que da título a la novela? Novela dedicada precisamente a tu educación.
Pedro Pablo Atusparia fue un indígena campesino líder, nacido en Áncash, en el centro de los Andes del Perú. A finales del siglo XIX se rebeló contra el intento de imponer otra vez el tributo indígena. Él ya no se rebela contra la colonia española, como es el caso de Túpac Amaru, pero es un líder con su mismo ímpetu y de lado, por supuesto, de los campesinos contra el gamonal, que en ese momento les empobrecida y les quitaba su humanidad directamente. Así se llamaba también mi colegio, el colegio donde estudié la primaria, hasta que se cayó el muro. Es un colegio, un proyecto muy interesante, educativo, como hubo muchos en los años 80 en el Perú. Eran colegios no confesionales, colegios donde lo que se enseñaba, la fe estaba puesta en el cambio, en la transformación social mediante, precisamente, una educación para la libertad, para la justicia, para la solidaridad. Estos valores, además, estaban mediados un poco por el aprendizaje que habían tenido los fundadores de ese colegio en la Unión Soviética. Ellos estudiaron ahí y volvieron con sus esposas rusas. Fundaron esto que tenía un poco de delirante, en un colegio peruano, entre niños cholos con caras como la mía. De pronto estar estudiando ruso, ajedrez, tener un pañuelo rojo en el cuello y cantar himnos revolucionarios en ruso. Esto era quizá lo más anecdótico y lo más curioso, Pero lo cierto es que el proyecto educativo, en el fondo, tenía una cosa muy nacionalista, muy popular, muy en la línea del pensamiento de José Carlos Mariátegui, que fue el gran marxista peruano y también a nivel latinoamericano, que lo que propugnaba era que la revolución que se tenía que hacer en nuestros territorios no podía ser ni calco ni copia, sino creación de los propios pueblos, incluso heroica, ¿no? Y con esta idea, este colegio trataba de aplicar las enseñanzas revolucionarias, pero siempre adaptadas y siempre imaginativas y siempre transformadoras, desde nuestra propia situación social. En ese sentido, el movimiento indígena era central. Si en la Revolución rusa lo era el proletariado, el proletariado natural en un país indígena como es el Perú, eran los campesinos.
"¿Sabes cómo aprendí a pelear, a odiar, a amar? Leyendo. La literatura ha sido mi madre, extraña, oscura, adoptiva", escribes. ¿De qué manera la literatura puede ser buena escuela para un revolucionario?
Creo que gran parte de lo que leemos es lo que luego se convierte en una herramienta y en una práctica política. Desde los libros rusos que leía, evidentemente infantiles, que es de lo que habla la protagonista en Atusparia, a todo lo que empieza a leer de su propia tradición, de la tradición nacional en el Perú, de la literatura indígena, de la literatura indigenista. Por eso aparecen por allí Manuel Scorza o José María Arguedas, escritores de los que no se ha hablado tanto en los últimos años, porque son considerados los vencidos, escritores que hablaban del mundo andino y que fueron acusados tantas veces de lo mismo que se acusa el mundo andino y las personas indígenas, de traer el retraso. O incluso de comunistas, porque ahora mismo ya te cae esa etiqueta de inmediato. Pero sí, es muy hermoso lo que dices. La literatura sobre todo lo que te hace es soñar con mundos posibles, nos hace pensar que podemos cambiar las cosas, que podemos cambiar el mundo. La utopía creo que es el único motor para seguir adelante en un mundo ahora devastado, genocida, terrorífico, oscuro. Si no seguimos imaginando nuevas formas de agruparnos, de hacer comunidad, de hacer que los que sufren sufran menos, no sé, apaga y vámonos.
Hoy abundan las distopías. "El capitalismo actúa sobre nosotros como un hombre que intenta convencer a su mujer de que está loca, escondiendo cosas, bajando la intensidad de la luz, haciendo ruidos en el sótano". Parece que nos hemos hecho mayores todos en "este mundo tan rápido y en medio de guerras desquiciadas, hemos normalizado tener un 200 % de inflación, miles de pobres y miles de muertos", leo. ¿Nos ha ganado el capitalismo? ¿Es difícil imaginar utopías?
Es difícil, pero no nos ha ganado la batalla porque la guerra continúa. Es evidente que estamos en medio de una guerra. Estamos siendo testigos de un genocidio en marcha, con lo cual ahora mismo es mucho más importante que miremos hacia esas otras posibilidades. Atusparia creo que funciona como una memoria de antiguas luchas. No se ha llegado a este sentimiento de derrota por nada. Ha corrido mucha sangre, han matado a mucha gente y se sigue haciendo. La gente que es la más peligrosa es la que está siendo ahora amenazada. La gente en Gaza o los palestinos. La gente en los territorios de los pueblos originarios. Se persigue a los verdaderos revolucionarios, a la gente que está resistiendo al ultra capitalismo o al neoliberalismo. Las democracias neoliberales extremas, que no te dan otra elección y otra forma alternativa de vivir. Estas luchas de las que yo quiero hacer memoria tienen que ver con siglos de levantamientos campesinos y de luchas por el territorio que se actualizan hoy. Y que han sido siempre resueltas con las masacres, con represión brutal. Son luchas que tienen que ver, por ejemplo, con la memoria de la lucha latinoamericanista internacionalista, contra las dictaduras, contra nuestra condición de patio trasero de Estados Unidos. Todas esas guerrillas, todas esas luchas y conflictos que se dieron para enfrentar estados terroristas, estados genocidas como el que vemos ahora. Es decir, basta que miremos un poco atrás para darnos cuenta de que hay mucho que se luchó y mucho que se avanzó, como en las luchas por las mujeres o por las disidencias. Reconozcamos esa genealogía, abracemos aunque hayan sido derrotadas constantemente por un poder y un poder armado y supremacista. Lo único que nos queda es seguir siendo disidencia y seguir siendo resistencia.
"¿Dónde está la izquierda? Partiéndose en mil pedazos por sus egos de mierda". Si la izquierda nos ha abandonado, Gabriela, ¿somos nosotros, esos ejércitos de marabuntas, obreras, soldadas y reinas, lo único que queda?
Es interesante, porque esta división de izquierda y derecha a veces no termina de ser lo suficientemente útil. Está bien que menciones a las marabunta y a todas estas personas que están abajo. Porque en lo que se divide el mundo ahora mismo es entre los de arriba y los de abajo. Y creo que tenemos que ser muy conscientes de que, por ejemplo, en nuestros países, en Latinoamérica, hay una cultura que viene de muy atrás, que trabaja sobre todo en lo popular y que intenta construir, en medio de un colonialismo todavía activo, de destrucción de nuestros ecosistemas, nuestros bosques y recursos naturales, intenta construir unas nuevas naciones contra ese estado nación que viene de lo colonial, heredero de lo colonial. La oposición contra esas democracias neoliberales es tomar en cuenta que somos varias naciones en juego, con muchas miradas, con muchas lenguas. Entender que no se va a lograr la justicia social, si no estamos articulando con las campesinas, con las indígenas, con las personas que luchan contra los guerrilleros, los defensores de la tierra. Si no se consideran las luchas antirracistas, si no se consideran las luchas LGTB. Es decir, estamos ahí, como todas las de abajo, intentando organizar algo desde esta vieja mística. Tiene que ser un movimiento popular, integrado, plurinacional, inclusivo a todo nivel. Porque cuántas veces esa izquierda, como dices, se enamoró del poder, cayó en la tentación autoritaria o fue simplemente una izquierda macha. Escuchemos lo que tienen que decir esos y esas otras de abajo, con las que hay que acompañarnos en la lucha.
¿Cómo cambiar las estructuras coloniales en el Perú? Tenéis una presidenta, la primera mujer, que, sin embargo, sigue también persiguiendo e incluso masacrando al pueblo.
Sí. Dina Boluarte. Como le decimos, Dina asesina Boluarte. Es el ejemplo perfecto de una mujer, además nacida en los Andes, del feminismo blanco, del feminismo de la guerra, del feminismo de las balas, del feminismo que mata. Es decir, que una lucha por la desigualdad de género acabe con una mujer que sirve al poder y que asesina a sus propios hermanos, es un fracaso estrepitoso del feminismo hegemónico. Por eso, ante eso lo que hay que poner son otras luchas. Las luchas antipatriarcales, las luchas antirracistas, que lo que señalan es precisamente que no basta solamente el género y que esta persona lo que ha hecho es dar órdenes directas para que las personas sean asesinadas. Porque la vida vale menos en los Andes, porque cuando hay protestas en Lima, muere uno, pero cuando la protesta es en Puno, en Cusco, en Ayacucho, son decenas los muertos. Y además son muertes en la total impunidad. Así que nos toca ser conscientes de quiénes están poniendo el cuerpo en mi país y lo están poniendo las personas campesinas, los indígenas, las mujeres. Señoras en el sur que reclaman que liberen al presidente Pedro Castillo porque es un preso político. Son las que dicen que quieren participación política, son las que denuncian la explotación de los minerales, del litio, que denuncian que se está contaminando una laguna o que se está destrozando un bosque. Tiene que haber un cambio de turno en un país tan indígena como el Perú. Es increíble, pero ¿cuánto duró el primer presidente indígena? Duró un año porque no aceptaban la derrota la vieja oligarquía que gobierna con esa mafia política, que es lo que queda del fujimorismo y otros facinerosos que están ahí y que son amigos de VOX, que son ultraderechistas, ¿no? Ahora mismo el Perú es un colapso, en Perú ahora mismo no se puede hacer política. Es la antipolítica total y es muy doloroso, muy doloroso, toda la desarticulación social que existe. No hay manera de organizarse. Una de las cosas por las que quise hacer esta novela es para cuestionar estos métodos de criminalización, de saqueo, de llamar terroristas a todo el que quiere un cambio social en el país. Es increíble, pero de pronto ves que gente socialdemócrata de centro derecha incluso les llaman comunistas. ¿Qué se puede esperar para todos los demás?
Hace casi cinco años, cuando hablamos por última vez, nos advertías de que la diversidad estaba siendo atacada, que íbamos a vivir momentos oscuros para la diversidad. Y al final ha sido así. Hay muchos retrocesos en derechos, en igualdad. La diversidad se ve amenazada abiertamente en las calles. No sé si has aprendido a leer el futuro, como los avanzados de esta novela, después de haber trabajado tanto la autoficción y el pasado. S i ahora empiezas a mirar el futuro, con más o menos luz.
Sí es verdad que hay una parte un poco medio futurista en el libro y no es nada positiva, no es nada esperanzadora, pero sí creo que al libro lo recorre una especie de esperanza, ¿no? Sobre todo es una búsqueda de que volvamos a reencontrarnos con el tema de la revolución, de las luchas, de la acción política, de una práctica y que nos dejemos de tanto discurso. Esa era mi idea, que esta novela nos reenamore de la revolución, ojalá Que palabras tan vilipendiadas como la revolución o términos como la justicia social vuelvan a estar en el centro. Creo que es importante en un momento de muchísimo dolor y de muchísima desactivación, de muchísima culpa por la impotencia de ver a gente siendo asesinada de esa manera, a mansalva, sin que los líderes del mundo hagan absolutamente nada. Tiene que haber una reacción, nos vamos a despertar. Creo en ese nuevo despertar y, no sé, espero que estemos ahí.