Una experiencia extraordinaria
"No hay que tener tanta fe en la imagen. La imagen siempre confunde. Es mejor leer de otra manera"
La píldora de Leila Guerriero | Una experiencia extraordinaria
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Buenos Aires
Por un problema en la rodilla, fui a una guardia clínica y un traumatólogo desconocido me indicó una resonancia magnética. Aunque había escuchado leyendas espantosas acerca de ese estudio para el cual es necesario meter el cuerpo en un tubo, fui repleta de curiosidad. Esperé leyendo una novela hasta que me llamaron. El técnico me preguntó qué había pasado. Le dije que creía haberme lesionado por ir al cine: vi tres o cuatro películas por día a lo largo de nueve jornadas en una sala en la que las butacas estaban muy juntas, lo que me obligó a torcer la pierna en un ángulo extraño. Me indicó recostarme en la boca del tubo. En el techo había una foto del cielo. Me hizo gracia ese intento de simular normalidad cuando uno está a punto de ser embutido en una máquina estrecha y ruidosa. Me colocó una manta, me dio auriculares para protegerme del ruido. Me puso una mano en el hombro, dijo: “Tómese un rato para usted”, y se fue. La máquina empezó a sonar. Pensé en la fiesta electrónica a la que había ido el fin de semana y me dije que esta máquina era mejor, más inesperada, regurgitando cambios de ritmo a cada rato. Estaba sola, bien cubierta, mientras un artefacto extraía conclusiones sin que yo tuviera que hacer nada. A los veinte minutos, el técnico entró para cambiar la pierna de posición, me amarró los pies con una cinta quirúrgica, colocó un escudo de peso agradable sobre el muslo, me preguntó si estaba bien. Le dije “Estoy bárbara”, y era verdad. Volvió a salir y me dejó sumida en mis ensoñaciones. Imágenes de un rostro querido, la frase que alguien me dijo hace poco -“Usted es una mujer llena de infancia”-, fantasías diversas provocadas por el químico del amor, apariciones inconscientes de una felicidad que en la vigilia hostil se me escapa. Cuando todo terminó, había pasado una hora sumergida en un mundo extraño, un valle perdido. Al día siguiente fui al deportólogo al que voy siempre. Le dije que me había hecho una resonancia. Me dijo “Vamos a revistarte”. Me tendí en la camilla, preguntó si dolía acá o acá, yo a veces decía no, a veces sí. Me dijo “No tenés nada, es una contractura que presiona los nervios”. Le pregunté: “¿No vas a mirar la resonancia?”. Y me dijo una frase sensacional: “No hay que tener tanta fe en la imagen. La imagen siempre confunde. Es mejor leer de otra manera”. Y así, viendo con algo que está más allá de los ojos, mirando cuando se mira de verdad, me curó.