El túnel del tiempo
"Se dio cuenta de que yo dirigía mi arsenal febril hecho de fantasías, ideas de libertad e independencia directo hacia su corazón, vio que yo era un coyote dispuesto a devorar todo lo que había sido de ella, y no me detuvo. Permitió que lo tomara todo. Dejó, para decirlo claro, que le ganara"
Encontré unas revistas femeninas de 1973, 1974. Mientras las hojeaba, me pareció recordar cada publicidad de pañales, cada producción de moda. Aunque eso es imposible -en aquellos tiempos yo tenía siete años-, funcionan como un portal, una falla en la matriz que me lleva a aquella época, a aquellos inviernos con olor a budines, a aquellas máquinas de tejer como columnas vertebrales de insectos milenarios. Los artículos tienen títulos como ¿Por qué fracasan los matrimonios? o ¡Chicas! Estos son los solteros más codiciados (o cotizados) del mundo. Hay una nota firmada por una tal Doctora Torregiani que termina así: “Tanto la nena como el varón debe ser vestidos y peinados como tales, pues esos detalles representan el aspecto externo de hechos profundos que hacen a la condición femenina y a la virilidad”. El feminismo, la píldora anticonceptiva, el flower power: tantas cosas habían inundado el mundo con sus esporas y acá, en la Argentina, donde ya se prefiguraba la convulsión que terminaría en la dictadura de 1976, las mujeres consumían esas revistas cuya idea de estar en el mundo era cocinar, criar, limpiar, dejar en claro qué era un machito y qué una hembra. Sin embargo, están llenas de cuentos. Páginas y páginas de ficción firmadas por autores sin prestigio que ocupan mucho más espacio que la moda y los consejos para madres. Estaba tratando de establecer una hipótesis acerca de qué significa ese desequilibrio pero se me atravesó un recuerdo: mi madre y yo sentadas a la mesa de la cocina, yo con un libro, ella con alguna de esas revistas durante una breve pausa del trabajo doméstico. Mi madre era la clase de mujer a la que yo no quería parecerme: alguien que se sienta con su hija a leer revistas para mujeres después de lavar los platos y antes de salir a hacer las compras. Sin embargo, fue una madre extraordinaria. Se dio cuenta de que yo dirigía mi arsenal febril hecho de fantasías, ideas de libertad e independencia directo hacia su corazón, vio que yo era un coyote dispuesto a devorar todo lo que había sido de ella, y no me detuvo. Permitió que lo tomara todo. Dejó, para decirlo claro, que le ganara. Como si yo no hubiera sido su hija sino una respetable y total desconocida.