¿Y yo qué hago?
"Nos merecemos metas más asequibles que la coherencia. «Yo soy coherente» representa una de las declaraciones más radicales y fantasiosas del ser humano. Ni Jesucristo se atrevió a decirla"
¿Y yo qué hago?
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Ser coherente es un trabajazo, una esclavitud, una extravagancia, quizás un imposible. No sé si alguien logró serlo toda su vida. Porque o lo eres para siempre, o ya no eres coherente. Me extrañaría que alguien llegase tan lejos. Yo ni me lo planteo. No me lo planteo, quiero decir, ni para una semana. Es una animalada. Decir una cosa, y cumplir a rajatabla con ella, y así siempre, todos los minutos, todos los días, todos los años, te acerca a la locura. Y fallas una vez, y se acabó. Dejas de ser coherente el último día de tu vida, pongamos que por relajación, porque ya no te falta nada, y el mundo se queda con que la cagaste al final. Menuda decepción. Yo entiendo a Joe Biden. No iba a indultar a su hijo, para no situarte a la altura de Trump, y cuando las cosas se pusieron feas, lo indultó. Al menos fue coherente con el amor incondicional. Cómo no sospechar que tú harías lo mismo. Nos merecemos metas más asequibles que la coherencia. «Yo soy coherente» representa una de las declaraciones más radicales y fantasiosas del ser humano. Ni Jesucristo se atrevió a decirla. Casi es como afirmar «Yo puedo volar». Bueno, cuesta creerlo, habría que ver ese vuelo. En general, las personas dicen una cosa y luego hacen la que pueden, la que se les pone más fácil. A todos se nos presentan dilemas todo el tiempo que acaban con una célebre pregunta: «¿Qué hago?» La respuesta no es menos famosa. Pero ya estamos acostumbrados al sabor agridulce de la desilusión.