Los peligrosos de siempre
"Los que a veces están de acuerdo con eso y a veces no pero que, desobedientes, hacen lo que pueden. Nunca lo que les dicen que hay que hacer. Los peligrosos de siempre"
La píldora de Leila Guerriero | Los peligrosos de siempre
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Buenos Aires
“¿Qué es la familia?”, le preguntaba la profesora a un alumno, pongamos que de apellido Santillán, en el aula de un colegio secundario de una ciudad argentina que en 1980, como el resto del país, estaba bajo una dictadura militar desde 1976. Santillán, de 14 años, respetuoso y aliviado -esa respuesta se la sabía porque se la habían impuesto desde el comienzo de su escolarización-, contestaba: “La familia es la base de la sociedad”. Un robotito de carne bajo el asedio de las hormonas, más preocupado por esconder su colección de Playboy que por cualquier idea de familia, una máquina de desperdiciar semen, Santillán respondía así a la profesora de una materia llamada Formación Cívica. “¿De qué sociedad?”, debería haberse preguntado Santillán, y la respuesta hubiera aparecido sola: de una sociedad represiva, censurada, con niveles altos de machismo y homofobia. Si la familia era la base de esa sociedad, hubiese podido reflexionar Santillán, tenía que ser un sistema que reprodujera, en lo pequeño, esas características. Han transcurrido décadas desde entonces y hoy hay familias monoparentales, homoparentales, ensambladas, pero cuando el poder político o religioso menta la palabra familia no suele hacerlo para referirse a las diversidades sino a aquel encastre tipo Ikea de madre reproductora, padre sostén económico e hijos obedientes que da como resultado el LP La familia es lo primero, con su gran hit Todo lo que atente contra ella será destruído (y en ese “todo” entran el aborto, el divorcio, el matrimonio entre personas del mismo sexo, etcétera). Silenciada por el voluntarismo progre puesto a todo volumen que no permitía escucharla, esa música de fondo aparece ahora con fuerza renovada y es terreno fértil para quienes propician ideologías conservadoras, que se relamen arengando “Todos juntos ahora”, aunque en verdad nunca dejó de sonar. Hay rastros que indican que siempre estuvo ahí. “Somos una gran familia”, dicen los miembros de los escuadrones del ejército pero también de las redacciones periodísticas, en una frase donde “familia” es un sustantivo santificador. Nadie, al decirla, piensa en mujeres destrozadas por sus parejas, en padres que maltratan a sus hijos, en niños abusados por sus parientes. La palabra remite a ideas de amor y paz y, como los productos de limpieza que garantizan desinfección total, está nimbada de un imaginario honorable. En la orilla opuesta a la familia está el sitio donde viven los descastados, los que deciden no reproducirse, los que, a diferencia del alumno Santillán, no están de acuerdo con aquello de que la familia sea la base de la sociedad, los que saben que la palabra proviene del latín y significa “grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe”, los que leyeron ese poema del argentino Fabián Casas que dice: “Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia”. Los que a veces están de acuerdo con eso y a veces no pero que, desobedientes, hacen lo que pueden. Nunca lo que les dicen que hay que hacer. Los peligrosos de siempre.