La frase del siglo XIX que resume mejor que ninguna otra lo que hay detrás de las pseudociencias
'Frankenstein o el moderno Prometeo' dejó reflexiones muy importantes que tienen validez en la sociedad actual

La frase del siglo XIX que resume mejor que ninguna otra lo que hay detrás de las pseudociencias
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Madrid
Hace ya muchos años, concretamente en 1818, la escritora y dramaturga británica Mary Shelley publicaba Frankenstein o el moderno Prometeo. Una novela, considerada como una de las primeras obras de ciencia ficción de la historia, que giraba en torno a la obsesión de un científico con dar vida a un ser humano a partir de partes de cadáveres. Y es que, desde que muriera su madre, Víctor Frankenstein trató de descubrir cuál era el secreto de la vida para poder encontrar una forma de volver a tener contacto con ella. Y lo primero que hizo fue encomendarse a las pseudociencias.
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Sin embargo, acabó desencantándose de estas prácticas al entender que no eran más que una estafa. Un tema sobre el que hemos hablado en el último programa de Serendipias, en el que la investigadora Laura Toribio ha hablado sobre la ciencia detrás de esta novela y sobre cómo el protagonista de esta historia abraza en primer lugar las pseudociencias para acabar cargando contra ellas por su falta de efectividad: "El protagonista, cuando se empieza a interesar por la ciencia, al primer sitio que llega es a las pseudociencias. Yo lo puedo llegar a entender, porque las pseudociencias pueden parecer atractivas inicialmente".
El valor mediocre de las pseudociencias
No obstante, a medida que va avanzando la historia, Víctor Frankenstein comienza a descubrir que no son más que una patraña: "Una vez que te metes en el tema de las pseudociencias y empiezas a 'estudiarlas' te das cuenta de que no te llevan a ninguna parte". De ahí que el protagonista de la novela acabe cargando contra ellas con frases que pasarían a la historia de la literatura, tal y como recuerda Laura Toribio: "Se proponía, en resumidas cuentas, troncar los sueños de infinita grandeza por realidades de mediocre valor".

Por aquel entonces, algunos tildaban a la ciencia de ridícula porque trabajaban en proyectos muy pequeños, mientras que otras prácticas como la alquimia planteaba retos mucho más ambiciosos para la humanidad: "La ciencia se está dedicando a cosas ridículas cuando podemos convertir el plomo en oro a través de la transmutación de los metales que proponía la alquimia o buscar la fuente de la eterna juventud y ellos se están dedicando a dar calambres a ranas".
"Prometían lo imposible sin conseguir nada"
Pero, a la hora de la verdad, la ciencia era la única que conseguía avances reales, tal y como explica Ignacio Crespo: "Las pseudociencias se marcaban metas muy elevadas. Realizaban enormes que eran imposibles de alcanzar y por eso pseudociencias y la ciencia consigue resultados porque baja las expectativas. Y el propio protagonista se da cuenta de esto y se enfada. Se enfada por haber estado perdiendo el tiempo con libros absurdos de alquimia".
Es entonces cuando este pronuncia una de las frases que resume mejor que ninguna otra lo que hay realmente detrás de las pseudociencias: "Prometían lo imposible sin conseguir nada". Todo ello para, a continuación, abrazar la ciencia moderna: "Saben que los metales no pueden ser transmutados y que el elixir de la vida es una quimera. Pero, sin embargo, estos filósofos que puede parece que hacen pocas cosas han conseguido auténticos prodigios".

David Justo
(Astrabudua, 1991) Periodista especializado en tecnología que aborda la vida digital desde otro punto...




